CLÁSICOS

Yo creo que los clásicos son clásicos porque siempre que los lees parece que están hablando de las cosas que en ese mismo momento te ocurren.Por ejemplo, las Disertaciones de Epicteto, que me encontré leyendo la estupenda última novela de Lorenzo Silva, «La estrategia del agua», que no nos cansamos de recomendar.

Vamos a poner dos casos:

Atascado en mi libro, cuando la escritura se tuerce y se vuelve del revés, cuando siento que no avanzo… me doy de bruces con esta cita:

«Nada importante se produce de pronto, ni siquiera la uva o el higo. Si ahora me dijeras: «quiero un higo», te responderé que hace falta tiempo. Deja primero que florezca, luego que dé fruto, luego que madure».


¿Elogio de la paciencia o de la pereza?

Paciencia, reflexión, serenidad
Paciencia, reflexión, serenidad

Y luego tenemos esta perla: ¿conformismo o aceptación?

«Recuerda que eres el actor de un drama, con el papel que quiera el director: si quiere uno corto, corto; si uno largo, largo; si quiere que representes a un pobre, represéntalo con nobleza.»

Fin.

CUAVERSOS MACHADIANOS

LUZ Y PACIENCIA

Hay dos modos de conciencia:
una es luz, y otra, paciencia.
Una estriba en alumbrar
un poquito el hondo mar;
otra, en hacer penitencia
con caña o red, y esperar
el pez, como pescador.
Dime tu: ¿Cuál es mejor?
¿Conciencia de visionario
que mira en el hondo acuario
peces vivos,
fugitivos,
que no se pueden pescar,
o esa maldita faena
de ir arrojando a la arena,
muertos, los peces del mar?

 

Antonio Machado

SERENDIPIA

¡Ésa es la palabra, el concepto, al que hacían referencia estas dos imágenes, que publicábamos hace unos días en el Blog y que ha tenido intrigadas a algunas personas, fieles seguidoras de esta Bitácora!

 

Serendipia.

 

Aunque estas semanas estamos hablando de conceptos bien conocidos por todos, de los Amigos a la Soledad, pasando por la Paciencia, el Rencor, la Rutina, la perseverancia, el Tiempo, la Sensibilidad, la Sabiduría o el Silencio, también nos gusta descubrir palabras raras que hacen referencia a conceptos extraños, como la Procrastinación o la Proxémica, por ejemplo.

 

Y hoy le toca a la Serendipia.

 

Para no seguir andándonos por las ramas, la definición, de la Wikipedia: «Una serendipia es un descubrimiento científico afortunado e inesperado que se ha realizado accidentalmente. Se puede denominar así también a la casualidad, coincidencia o accidente.»

 

¿No queda así un poco sosillo? Más prosaico, pero también más poético, el diccionario Óxford define la define como «descubrir cosas sin proponérselo».

 

Me gusta mucho más el título que Francis Pisani usó en el artículo donde encontré la palabreja: «Serendipia, el arte de descubrir».

 

En su artículo, Pisani defiende que, con todos los medios y caudales informativos que tenemos a nuestro alcance y disposición, corremos un severo riesgo: el de encauzar todas nuestras búsquedas hacia aquellos lugares, sites, fuentes y personas que piensan como nosotros.

 

De esa forma, encontrar lo que buscamos, es fácil. Los buscadores, las hemerotecas, la Wikipedia… a golpe de clic, todo lo que buscamos está más a mano que nunca. Pero ¿qué pasa con lo que no buscamos? ¿Dónde queda el placer del descubrimiento de lo inesperado? ¿Qué rescoldo dejamos vivo para la sorpresa, para lo absolutamente desconocido?

 

Mis amigos se sorprenden de que, gustándome tanto viajar, sea tan torpe con todo lo referente a las direcciones y la orientación espacial o geográfica. Vamos, que me pierdo en el propio pasillo de mi casa y que, para mí, un mapa y un plano son algo parecido a arcanos indescifrables. Por mi parte, me defiendo sosteniendo que así descubro rincones, parajes o paisajes nuevos, imprevistos y sorprendentes. Lo que, siendo una excusa, no deja de ser verdad.

 

Con esto de la Serendipia, por ejemplo, caigo en la cuenta de que hace meses que no me paso un par de horas en una librería, tranquilamente, hojeando libros. Leo los suplementos de los periódicos y las revistas de turno, hago mis listas, las pido a mis amigos libreros o, si los busco directamente, voy a tiro fijo. Y así no se puede descubrir nada nuevo.

 

O con las películas. Con tanto canal temático y especializado, con ochenta horas grabadas en el disco duro de la tele y con decenas de DVDs sin desprecintar rondando por casa, con tantas deseadas películas sin ver ¿cuándo te vas a poner a bichear en busca de algo nuevo o distinto a lo que tú mismo esperas o quieres ver?

 

Serendipia.

 

Francis Pisani dice que, precisamente por estar todo en Internet, la Red es un inmenso y fascinante océano para practicar la Serendipia. Que sólo hay que dejarse llevar por los enlaces que vayamos encontrando, haciendo «clic» más veces de lo habitual, de página en página. De blog en blog. De artículo en artículo.

 

Una gran verdad.

 

Pero, ¿saben en realidad cuál sería la Serendipia que más me gustaría practicar?

 

La de irme un día a la T4 de Barajas, a la ventanilla de venta de billetes de última hora y decirle al empleado de turno eso tan cinematográfico de:

 

  • ¿Me da un billete para el próximo vuelo que salga?
  • Pero, un billete, ¿a dónde?
  • Da lo mismo. Es un pasaje a la pura Serendipia.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

TIEMPO

Vosotros, los europeos, tenéis los relojes,

pero nosotros tenemos el tiempo.

 

Proverbio africano.

 

 

Hay tres formas de medir el tiempo. Por un lado está la lineal, la de los calendarios occidentales según la cual la jornada de trabajo comienza a las 8 de la mañana y termina a las 3 de la tarde. Y como eso, todo: nacemos, crecemos, estudiamos, trabajamos, nos jubilamos y morimos. Y punto.  

 

Atados al tiempo
Atados al tiempo

Luego está la concepción circular del tiempo, de extracción oriental, en la que nada empieza o acaba, sino que todo está en movimiento continuo, reencarnaciones incluidas.

 

Y después estaría el tiempo simultáneo, constituido por los acontecimientos. Los calendarios no se basarían en periodos de tiempo concretos y cuantificados, sino en eventos más o menos memorables. Esta forma de entender el tiempo es propia de los pueblos negroafricanos.

 

Dígase lo que se quiere, nuestra vida está organizada en base a la primera formulación temporal: los calendarios y los horarios nos condicionan la vida, lo que, para un obseso del tiempo como soy yo, es una enorme fuente de problemas y origen de muchas e íntimas contradicciones.

 

Se nos deshace en las manos
Se nos deshace en las manos

Porque yo soy negro.

 

Hoy domingo, mientras escribo estas líneas, sólo tiene un sentido: ver a España ganar la medalla de oro en el Europeo de baloncesto. Desde que amaneció, nada tiene realmente importancia, excepto ese acontecimiento. Por tanto, paso el día haciendo esas cosas que me gustan: tomar un café leyendo IDEAL, escribir antes de salir a correr, ver «El Ala Oeste de la casa Blanca» mientras como y, después, pasar todo el resto de la tarde, escribiendo y escuchando discos. La rutina creativa, o sea. La soledad enricedora, en dos palabras.

 

Me da igual qué hora es o deja de ser. Lo mismo ahora me canso de teclear y me voy a la cama un rato, a leer el último inédito de Carlos Salem, al que acabo de hincar el diente. Este domingo, una vez tuve que descartar correr la Media Maratón de Motril, sólo existe en base a un acontecimiento: el baloncesto. Lo demás, es un añadido.

 

El tiempo, como un Caracol
El tiempo, como un Caracol

Y por eso me siento tranquilo y relajado, aunque haciendo un montón de cosas que me gustan, me satisfacen y me dan placer. Digamos que me siento taoísta: no estoy haciendo nada, pero no estoy dejando nada por hacer.

 

Por eso odio ser esclavo del tiempo. Y he ahí una de las grandes contradicciones de mi vida, siempre queriendo aprovechar hasta el último segundo. En la línea de Aldous Huxley: «por muy lentamente que os parezca que pasan las horas, os parecerán cortas si pensáis que nunca más han de volverá pasar.»

 

Pero esta forma de pensar es peligrosa y nos lleva a caer en alguno de los vicios de los que hablábamos hace unos días, como la impaciencia, por ejemplo. Burkina se ha hartado de repetírmelo: que soy un ansioso y un angustioso. ¡Me está costando aprender! Y es que me aterra pensar, como decía Marguerite Duras, que «muy pronto en la vida es demasiado tarde». Ahora bien, intentando llenar las horas y llegar a todos sitios… muchas veces termino naufragando, presa de la ansiedad. Y no merece la pena.

 

¡Carpe diem!

 

Verlo de otra manera
Verlo de otra manera

Hay que cambiar. Estoy cambiando. Es uno de mis empeños para este nuevo curso 2009-2010: ser menos esclavo del tiempo lineal e incidir en el simultáneo, de una forma tranquila y sosegada: lo que no pueda ser hoy, será mañana. Y no pasa nada.

 

O, como escribe Georges Poulet, «no es el tiempo lo que se os da, sino el instante. Con un instante dado, a nosotros nos corresponde hacer el tiempo».

 

Me encanta esa frase y ojalá sea capaz de aplicármela. Buscar los instantes, los momentos, para sacarles todo su jugo, disfrutándolos al cien por cien y, después, engarzarlos en el hilo de un tiempo memorable. Un tiempo precioso, tranquilo, sereno y sosegado. Si hace unos días, hablando de la perseverancia, nos declarábamos confucianos, hoy me declaro como un aspirante aristotélico: «Tiempo es la medida del movimiento entre dos instantes».

 

¡Nunca mais! Cruz de navajas al tiempo angustioso
¡Nunca mais! Cruz de navajas al tiempo angustioso

¿Seremos capaces de asumir esta modalidad de tiempo? Yo creo que sí… siempre que en el entorno seamos capaces de aplicar esa otra gran máxima, de Marcel Proust: «Los días pueden ser iguales para un reloj, pero no para un hombre».

 

Así las cosas y para empezar la semana de forma discursiva, ¿sois más Lineales, Circulares o Simultáneos con el tiempo? ¿Lo perdéis? ¿Os duele? ¿Sois agoniosos o generosos con el tiempo?

 

En conclusión, ¿quién se apunta a eso del Tiempo Simultáneo, basándonos en la premisa de Proust?

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

PERSEVERANCIA

La victoria pertenece al más perseverante.

 

Napoleón Bonaparte

 

 

Mi querida Burkina ha tomado por costumbre imponerme estas tareas virtuales reflexivo-literarias a las que venís asistiendo durante los últimos días y en las que participáis activamente, por lo que me siento especialmente feliz.

 

Hablando de cuál sería la siguiente, tras el Silencio, la Soledad, la Paciencia, el Rencor y la Rutina, me dio varias opciones, de entre las que nos quedamos con la Estabilidad. Pero a mitad de tarde, no sé la razón, me planteó hablar sobre la Perseverancia.

 

Pensando que está muy relacionada con la Paciencia, le dije que sí. Que me gustaba. Y lo primero que se me vino a la cabeza fue el célebre dicho, no sé yo si acertado o no, de que «el que la sigue, la consigue».

 

Preguntado vía Twitter, Mauricio me contesta ácidamente que no. Que lo dicen para animarte y que sigas dándole con la cabeza a la pared, suscribiendo la tesis del escritor francés Jean Baptiste Alphonse Karr, para el que «nos gusta llamar testarudez a la perseverancia ajena, pero le reservamos el nombre de perseverancia a nuestra testarudez».

 

Y sobre esa base, planteando bronca, iba a comenzar estas notas cuando de repente… ¡le hubiese dado a Burkina un besazo de los que hacen época! Porque caí en la cuenta de que me había puesto a tiro hacer eso que tanto me gusta: ¡hablar de mi libro! 😀 

 

Así comienza el capítulo dedicado al western clásico de «Hasta donde el cine nos lleve», del que muy, muy pronto tendremos más noticias:

 

«-Hemos fracasado. ¿Por qué no lo confiesa?

-No. El que nos hayamos vuelto no significa nada. Nada en absoluto. Si está viva, se salvará. Por unos años la cuidarán como si fuera uno de ellos…

-Pero ¿cree usted que hay posibilidad de encontrarla?

-El indio, tanto cuando ataca como cuando huye, es inconstante. Abandona pronto. No comprende que se pueda perseguir algo sin descanso. Y nosotros no descansaremos. De modo que al final daremos con ella. Te lo prometo. La encontraremos. Tan cierto como que la tierra da vueltas.»

 

Lo siento. No podía evitarlo. Tan, tan a huevo estaba el hablar de «Centauros del desierto» que… pues eso. Pero no me digan que el ejemplo no viene al pelo. ¡Siete años se pasaron Ethan y Martin buscado a su sobrina! Y, tan cierto como que la tierra da vueltas, terminaron por encontrarla.

 

Empecinado. Así soy yo. Lo reconozco. De hecho, hay quién hasta me llamaba «Empecinón». Cuando algo se me mete entre ceja y ceja, me convierto en el conejito de las pilas Duracell: y sigue, y sigue y sigue. Efectivamente, si hay algo que me caracteriza, es la constancia.

 

Pero con condiciones.

 

Primero, tengo que creer en ello. Tengo que estar convencido. Me tiene que apetecer. Y, evidentemente, cuanto más me apetece, más persevero en el empeño. Una relación directamente proporcional en la que juega otra variable: que su consecución sea posible. Si no… corro severos riesgos de abandonar. Ojo, consecución posible. Que no segura. Ni tan siquiera probable. La posibilidad, combinada con el interés, me lleva a ser constante y perseverante. En eso soy tirando a Confuciano: «El hombre superior es persistente en el camino cierto y no sólo persistente».

 

Confucio: perseverancia con sentido
Confucio: perseverancia con sentido

Un ejemplo: la carrera. Saqué Derecho a base de perseverancia. No porque me interesara especialmente, sino porque terminar la Carrera era algo que debía hacer. Sin embargo, cuando terminé quinto y me planteé qué hacer, ni se me pasó por la cabeza preparar oposiciones. El resultado era tan improbable que el esfuerzo no merecía la pena.

 

Tirando de memoria, hay varias cosas de las que me arrepiento haber dejado atrás, por no ser lo suficientemente perseverante. Como la música, por ejemplo. Por suerte, a medida que pasa el tiempo, vamos sabiendo dónde poner empeño y qué trenes debemos dejar pasar. ¡Qué rabia, cuando te das cuenta de que has dejado escapara un tren que era el tuyo! Un error garrafal. Pero, a veces, la vida te da segundas oportunidades y, pasado el tiempo, llegando a una estación lejana, encuentras que allí está, en el andén, aquel dichoso tren que se te escapó, por una mala y errónea valoración de las circunstancias. O por una confusión en los horarios. O porque la dirección que seguía era distinta a la tuya… Pero ahí está. De nuevo. La pregunta es, ¿habrá billetes en la taquilla? Aunque, si hablamos de perseverancia… ¿qué más da? ¿No habíamos quedado en que es un tren que, con billete o sin él, tienes que coger, sí o sí? Pues, ¡arriba! Vamos, como si fuera necesario asaltarlo… porque, como dijera Theodore Roosvelt, «es duro caer, pero es peor no haber intentado nunca subir».  

 

¡Modelo a seguir!
¡Modelo a seguir!

O la Maratón. A quiénes me conocen… ¿hay una fisiología más antimaratoniana que la mía? Pues ahí me puse, empecinado, a entrenar como un demente. Y allá me fui, a Sevilla, a correr la Maratón. Y a terminarla. Aún lesionado desde el kilómetro 25. Que me dio igual. Don erre que erre. Pasito a pasito, lento pero seguro, viendo cómo me adelantaban decenas de corredores, pero sin andar ni un metro, hasta que crucé la meta. Pura perseverancia. Como dicen los rusos: «¡Caer está permitido! Levantarse es obligatorio».  O, parafraseando a Lewis Carroll, «puedes llegar a cualquier parte, siempre que andes lo suficiente». Así alcancé la cima del Kilimanjaro y, bajo esa premisa, culminé enormes, memorables y descomunales travesías montañeras. Sin embargo, fue probar la escalada… y desistí. No. Aquello no era para mí. 

 

Cuando alguien me dice que le gusta cómo escribo, aunque internamente se lo agradezco mucho más de lo que aparento, siempre le contesto con una gran verdad: en buena parte, es cuestión de entrenamiento. De ser persistente y perseverante. De borrar mucho. De leer y releer. De escribir y rescribir. De teclear, siempre y a todas horas: desde columnas y reportajes para el periódico a informes y comunicados en el trabajo. Y también valen los SMS y los Twitter, por supuesto, que te obligan a ser conciso hasta el extremo. Así lo defiende el historiador inglés Thomas Carlyle: «Si se siembra la semilla con fe y se cuida con perseverancia, sólo será cuestión de tiempo recoger sus frutos».

 

No dejar pasar los trenes
No dejar pasar los trenes

Hablando de la Paciencia decía que casi todo lo bueno que me ha pasado en la vida me llegó cuando actué pacientemente. Pues con más contundencia afirmo que todo lo que soy y lo que tengo se lo debo a la perseverancia. Sin atisbo de duda.

 

Es difícil no estar de acuerdo con que la perseverancia es una de las grandes virtudes que caracterizan al ser humano. Pero, en la sociedad de la lotería, el famoseo tomatoide y los pelotazos inmobiliarios… ¿habrá alguien que tenga el valor de decir que, con un buen braguetazo bien dao, todo solucionao?

 

Jesús Lens, perseverante en estas (y otras) lides.