Leonardo Padura y el peso del tiempo

“Apenas se alejaron cien metros de la calle alguna vez asfaltada, los forasteros comprendieron que estaban trasladándose a otro universo, como si hubieran atravesado un hoyo negro hacia una dimensión diferente del tiempo y el espacio. Estaban penetrando en el territorio que Conde bautizó como el mundo de los invisibles”.

Hay mucho de viaje en el tiempo, y no solo metafóricamente hablando, en la novela más reciente del maestro cubano Leonardo Padura, galardonado con el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015 y al que tendremos el privilegio de escuchar en Granada, el próximo lunes 28, a las 19 horas, en la Librería Picasso.

“La transparencia del tiempo” se titula una novela que, publicada por Tusquets, como todas las anteriores de Padura, podemos empezar a contar (casi) por el final. Pero sin fastidiarle nada, estimado lector. Porque la novela (casi) termina con una fiesta de cumpleaños. Y es que Conde, el personaje por antonomasia del policial cubano, cumple 60 años. Y si 20 años son toda una vida, no les digo ya lo que deben ser 60…

Mario Conde, ex policía convertido en librero de lance, profesión a través de la que sobrevive a trancas y barrancas; es más consciente de todo lo que le rodea a medida que se va haciendo mayor. De ahí que el tiempo, además de ir pasando, le pese. Por ejemplo, cuando descubre esas barriadas de aluvión que han nacido en el entorno de La Habana, al modo de los bidonville africanos, pobladas por personas invisibles para el sistema, desplazados de todo el país que buscan su particular El Dorado en la capital… para terminar chapoteando en el barro.

Conde tendrá que visitar esas zonas marginales de La Habana durante su búsqueda de un objeto muy extraño que le han encargado localizar: la imagen de una Virgen de Regla. Una virgen negra sustraída de la casa de un antiguo compañero de estudios de Conde que, apelando a su vieja amistad, vuelve a poner en marcha al antiguo policía.

Y, como ya es tradicional en la novelística de Padura, una investigación del presente conduce al lector a un pasado, más o menos remoto. En este caso, siguiendo los pasos de la Virgen de Regla, haremos todo un viaje en el tiempo, comenzando por la Cataluña de la Guerra Civil, pasando por el Renacimiento y llegando hasta…

Como señala el propio Padura, “La trasparencia del tiempo” es una novela y debe leerse como tal. “Las realidades presentes y pasadas tienen sustentos históricos, contextos y escenarios reales, pero trabajados en función de su escritura y empleo novelescos”.

Eso sí: “los episodios del presente cubano están apoyados en un conocimiento vivo y en una indagación de una realidad que forma parte de mi propia vida y experiencia, aunque el procedimiento investigativo de la trama policial en que participa Mario Conde es pura ficción”, señala un Leonardo Padura que, efectivamente, no le pierde el pulso a la realidad cubana contemporánea.

Si son ustedes seguidores de esta sección, recordarán que hace unos meses escribíamos en El Rincón Oscuro sobre la adaptación al cine y la televisión de las primeras novelas de Padura protagonizadas por Mario Conde, cuando todavía era policía, señalando que La Habana que nos mostraba no es la de ahora, La Habana contemporánea. En su primera tetralogía, Padura nos describía la depauperada ciudad que, a comienzos de los años 90 del pasado siglo, tuvo que sobrevivir al conocido como Período Especial. (Lean AQUÍ)

Pero el tiempo pasa. Y, en “La transparencia del tiempo”, sí que transitamos por la capital cubana contemporánea. Y lo que vemos, a través de los ojos de Conde, da miedo: ¿y si la historia que persigue está “empeñada en mostrarle todas y cada una de las costras de una ciudad que, bien vista, parecía afectada de lepra”?

La clave de la mejor novela negra es precisamente esa: mostrar la realidad que se oculta tras la apariencia, bucear en los intersticios de una sociedad que siempre es más compleja y contradictoria de lo que a primera vista podemos pensar. Y Leonardo Padura es el mejor guía posible para conocer la realidad de una Cuba contemporánea en la que, como en casi todo el mundo, hay demasiado nuevo rico que parece mear colonia, por mucho comunismo que prediquen los voceros oficiales.

El mundo del arte vuelve a estar muy presente en una magnífica novela protagonizada por un Conde en estado de gracia: reflexivo, vulnerable y temeroso. Un Mario Conde que se pregunta por el sentido de la vida mientras se relaciona con traficantes de toda laya que viven en mansiones decoradas de acuerdo al minimalismo imperante. Un Mario Conde que no pierde sus referentes: Tamara, el Conejo, Carlitos o Yoyi; y que sigue escuchando a la Creedence mientras tumba botellas de ron.

Un Conde que vuelve a las andadas, en fin, “por curioso y, sobre todo, por comemierda, el componente psicológico que mejor expresaba su demodé sentido de la responsabilidad y de lo justo”.

Jesús Lens

Leonardo Padura y el Noir caribeño

Lo dice Jorge Perugorría, hablando de la adaptación a las pantallas de la tetralogía de Leonardo Padura: “Durante la grabación bromeábamos con que habíamos creado un nuevo género: el noir caribeño. Y de hecho lo es. Esta serie retrata La Habana de una forma espectacular, sobre todo los barrios decadentes que no suelen salir en el cine. La Habana es una protagonista más”. Y de ello hablo en la entrega semanal de El Rincón Oscuro, en IDEAL.

Pantallas, sí. No pantalla. Porque las cuatro novelas de Leonardo Padura que conforman la Tetralogía de las Cuatro Estaciones han sido adaptadas al doble formato de cine y televisión.

 

Así, a finales del pasado verano se estrenó “Vientos de La Habana”, la película dirigida por Félix Viscarret y en la que Perugorría da vida a Mario Conde, el personaje por antonomasia de la narrativa noir de Leonardo Padura, quien también fue coautor del guion. Un estreno casi clandestino… tras el que casi nadie vio la película.

Película rescatada en la recién terminada tercera edición de Pamplona Negra, el más madrugador de los festivales de género policíaco de España y que, dirigido por Carlos Bassas del Rey, se ha convertido en la más innovadora y original de todas las citas noir de nuestro país. Y allí estuvimos, hablando de Padura y de La Habana, aprovechando que está a punto de estrenarse la serie de televisión, “Cuatro Estaciones de La Habana”, con el mismo equipo técnico y artístico de la película.

 

Llega, por tanto, la primera gran producción internacional que ha podido filmarse en La Habana, con todos los permisos en regla. Un rodaje a lo grande, en las calles y los barrios de la capital cubana, que permite mostrar el auténtico rostro de la vapuleada Puerta de las Américas, tal y como la denominó el escritor Amir Valle en el maravilloso libro publicado por la editorial granadina ALMED.

Y, sin embargo, La Habana que nos cuenta Padura a través del policía Mario Conde, no es la de ahora, La Habana contemporánea que las recuperadas relaciones entre Obama y Castro tratan de sacar de su ostracismo. La Habana en la que Mario Conde conoce a Karina, interpretada por Juana Acosta, es la depauperada ciudad que, a comienzos de los 90, tuvo que sobrevivir al conocido como Período Especial.

 

Y es que, tras la caída del Muro de Berlín y el colapso de la URSS, las cosas se terminaron de joder en Cuba. La economía, completamente dependiente de los países del otro lado del Telón de Acero, se vino abajo y la sociedad cubana se vio inmersa en una crisis sin precedentes ni parangón.

 

A todo ello hay que sumar el desconcierto que había provocado la resolución de dos procesos conocidos como Causas 1 y 2/89, en las que fueron juzgados y condenados altos mandos del ejército cubano y otros prebostes del gobierno -incluyendo a un ministro- por delitos como corrupción, tráfico de drogas y traición a la patria.

El escritor Leonardo Padura, tras haber publicado una primera novela a comienzos de los 80, llevaba varios años centrado en su labor periodística, trabajando en largos reportajes sobre historia y cultura. Pero en 1989 ya estaba cansado y deseaba recuperar su trayectoria como novelista, forzosamente aparcada “por causas de fuerza mayor”.

 

Paradójicamente, su destino terminó de sellarlo una invitación a participar en un encuentro de escritores noir que se celebró en México, en octubre de ese 1989, el año en que todo cambió. “Viajé a México por primera vez, curiosamente como invitado a un encuentro de autores de novelas policíacas, cuando yo todavía no había escrito ninguna novela policíaca, aunque sí abundantes críticas y artículos sobre ese género”, declararía posteriormente.

A la vuelta de aquel viaje, Padura pudo, por fin, dar un paso al lado como periodista: el gobierno le encomendó la jefatura de redacción de “La Gaceta de Cuba”, una publicación cultural de periodicidad mensual que le permitió volver a dedicar parte de su tiempo, esfuerzo y talento a la narrativa.

 

Fue entonces cuando Leonardo Padura decidió que el género policíaco era el más indicado para contar lo que estaba pasando en Cuba. “Escribir una novela policiaca puede convertirse en un ejercicio estético de mayor responsabilidad y complejidad de lo que uno puede esperar en un género narrativo muchas veces calificado -y con razón- de literatura de evasión y entretenimiento… Es factible, por ejemplo, escribir una novela policíaca solo para contar cómo se descubre la misteriosa identidad de un asesino que ha cometido un crimen. Pero, además, puede proponerse indagar en profundidad en las circunstancias (contexto, sociedad, época) en que el asesino cometió el crimen”.

¡Ese es el noir que nos gusta a nosotros! El género negro que, más allá de descubrir al culpable, trata de explicar el porqué de sus crímenes, el contexto en el que se producen y las razones conducentes a cometerlos. Porque el delincuente es, también, hijo de su tiempo. Y las buenas historias negro-criminales deben escarbar en esa bastarda paternidad.

 

Jesús Lens