El miedo y El Quijote a través del tiempo

Conexiones. La vida son conexiones. Y no solo por las chispas que producen nuestras neuronas al conectarse entre sí. Mañana miércoles, a las 19.30, comparece en el Teatro CajaGranada Pedro García Martín, catedrático de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Madrid, para disertar sobre un tema sorprendente: la primera página del Quijote. 

Pocos textos son tan conocidos y reconocidos. De hecho, casi todo el mundo sería capaz de recitar lo de “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”. ¿Pero entendemos todo lo que dice ahí? ¿Seguro? ¿Lo de la adarga antigua, incluso?

De eso va la charla de Pedro García. Del sentido último de la primera página de la monumental obra cervantina. Será una disertación didáctica en la que, además de desentrañar el sentido exacto de cada párrafo del arranque del Quijote, tendremos ocasión de verlo ‘traducido’ al castellano actual y adaptado a las circunstancias sociopolíticas de la España contemporánea. ¡Ahí es nada! 

Y algo que espero con auténtica fruición: el catedrático de la UAM bajará el Quijote a tierra y nos mostrará su impacto en la cultura popular, haciéndolo aterrizar de sus académicas alturas. En este sentido, ¿se acuerda usted de cuál fue su primera imagen del Quijote, su primera visión? Yo juraría que en formato dibujos animados o tebeo, más que en los grabados de Doré, que me siguen parecido ciertamente perturbadores… 

Siempre he fantaseado con la idea de que, igual que Alonso Quijano perdió la cordura de tanto leer historias de caballería y se lanzó a los caminos a desfacer los entuertos propios de sus héroes de ficción, un día de estos yo perderé la chaveta con tanta novela negra. Y entonces… ¡Ay, entonces! Ten miedo. Mucho miedo. 

Y de miedo les quería hablar, también. Porque ha querido la causalidad que el propio Pedro García Martín haya coordinado un espectacular dossier sobre el miedo para la revista ‘La aventura de la historia’, en el que escribe dos artículos: ‘Del milenarismo a las pandemias: terrores colectivos’ y ‘Entre el Renacimiento y la Ilustración: angustia permanente’. ¿Puede haber temas de mayor actualidad, para nuestra desgracia? Y ojo a la aportación del profesor y novelista Juan Laborda Barceló: ‘De la propaganda a la covid-19’.

Pedro García contaba hace unos días en una entrevista radiofónica que, con la peste negra, así llamada por los bubones de dicho color que salían a las personas infectadas, el negro se convirtió en el color del luto. Y de seguido, en el color que infundía respeto y miedo reverencial en las ceremonias, de ahí que fuera adoptado por jueces y letrados, catedráticos y profesores. ¡Hasta por los árbitros de fútbol! Una vez que visten de colorines para dar bien en la tele y necesitan acudir al VAR para tomar sus decisiones realmente comprometidas, ya no son lo que eran. 

Qué gran descubrimiento el de Pedro García Martín. Y ojo a la amplitud de registros que maneja, que tiene varios títulos publicados en Click Ediciones, del grupo Planeta, tanto novelas históricas como libros de divulgación. Por ejemplo, ’Icónicas. Una lectura cultural de las imágenes’, que me apresto a descargar… y a pagar, por supuesto.   

Negro, oscuridad y muerte. Es el color del que se tiñe semanalmente este rincón del periódico. Por ejemplo, la semana que viene, con el miedo cerval a una siniestra vuelta al pasado que siente el protagonista de ‘Tierra de furtivos’, novelón de Óscar Beltrán de Otálora publicado por Destino y que les recomiendo leer desde ya, con el tráfico de marihuana como eje central de la trama.

Jesús Lens

Diástole

– ¿Y por qué dices que estás durmiendo tan mal estos días?

– Será por el calor…

Pero no. No era el calor. O sí. Pero no eran los más de cuarenta grados que marcaba el termómetro durante el pasado y letal mes de junio los que inquietaban mi sueño, sino el calor que desprendían las páginas de un libro, “Diástole”, de Emilio Bueso, publicado por la modélica editorial Salto de Página, cuyo catálogo permite que no sea necesario leer las solapas de sus libros para saber que cualquiera de sus títulos será bueno, atractivo, interesante y diferente.

Como “Diástole”, uno de esos libros cuya extrema frialdad hace que se te congelen las manos, mientras intentas sostener el libro. ¡Hasta las pestañas se escarchan, cuando lees algunos de los pasajes de una novela terrorífica, subyugante, enigmática, gótica y contemporánea, muy contemporánea!

Y sí. Hablamos de la misma novela en los dos párrafos anteriores. Porque la buena literatura, como “Diástole” pone de manifiesto, puede provocar un incendio a la vez que conllevar una glaciación. Y todo ello, en el espacio de un puñado de páginas.

Protagonizada por Jérôme, un pintor bohemio en las últimas, drogadicto y enganchado hasta las trancas, la novela se desarrolla en el lapso de cuatro días, lo que no es óbice para que abarque décadas y décadas en la vida del otro personaje; un extraño sujeto que le encarga al artista un cuadro, un retrato, para ser pintado en cuatro noches durante las cuáles le irá contando su historia.

Una historia que empieza en Rusia. En San Petersburgo. Que se convertirá en Leningrado. Y desembocará en Ucrania. En una ciudad muy concreta, cuya mera enunciación nos hace estremecer: Chenobil.

¿Quién es Iván? ¿Por qué necesita que su retrato esté listo en cuatro jornadas? ¿Por qué vive en esa casa, alejada de cualquier sitio? ¿Quién es ese asistente tan extraño que le acompaña?

Y, sobre todo, ¿por qué el preludio de la novela reza así?: “Al fin y al cabo siempre he sido un cero a la izquierda y un ignorante. Con el tiempo, me iré dando cuenta de ello. Y eso que estaré muerto para cuando termine mi historia.”

Una historia que comienza, efectivamente, cuando unos tipos de la Federación Rusa empiezan a espiar a alguien tan improbable como el pintor por encargo. ¿Y eso?

Emilio Bueso, con el Rufo y el diploma de Ganador del Celsius

Intriga, tensión, historia, personajes potentes, miedo, fatum, amor fou… de todo ello hay en las 230 páginas de una novela ardiente como el hielo, gélida como los fuegos del infierno; adictiva, fantástica y terrorífica, recientemente galardonada con el Premio Celsius de Semana Negra a la mejor novela de terror y ciencia ficción publicada en español a lo largo del pasado año 2011.

Jesús Lens

Miedo & Monstruos

Hoy he tenido que ir al hospital, por un asunto de cirugía menor. Llegué con tiempo y me fui a una cafetería, a tomar un desayuno.

Estaba leyendo. Un libro. Este libro.

Tenía que acabar su lectura en poco tiempo así que iba mordisqueando la tostada mientras estaba embebido en las páginas del libro.

Entonces, alguien me tocó el hombro.

Era la camarera.

Me giré y sufrí un sobresalto, casi una conmoción.

Porque la cara de la camarera era la de la chica de la portada de la novela. El mismo pelo. Los mismos ojos. Casi la misma expresión.

Pero sin sangre.

A veces, el sueño de la literatura produce monstruos. Aunque sean tan bellos como éste.

Jesús insomne Lens

PRUDENCIA

«La prudencia es una virtud que se acrecienta con los años».

 

De repente recibes esta frase en tu ordenador, sin filiación conocida (por lo que podemos atribuírsela a la ancestral y milenaria sabiduría de los chinos, por ejemplo) e, inevitablemente, te paras a pensar.

 

Prudencia.

 

Para Epicteto, «la prudencia es el más excelso de todos los bienes». Vale. Es difícil, a priori, no estar de acuerdo en considerar a la prudencia como una virtud. En una sociedad como la nuestra todos somos enormemente prudentes, empezando por Papá Estado, que vela por nosotros con un incansable denuedo. Desde que comenzamos a vacunar a nuestros pequeñuelos, nada más nacer, ya no paramos de ser prudentes.

 

Hacemos lo posible, lo imposible y más aún por blindarnos, en un intento de que nada ni nadie perturbe, nunca, nuestra tranquilidad. Cargamos nuestra vida de rutinas y la forramos de cuantas medidas de seguridad consideramos pertinentes, en un intento de ser felices, siempre y a toda costa. Al menos, moderadamente.

 

Para ello, por lo general, tendemos a convertir los caminos por los que solemos transitar en raíles ferroviarios que, para no descarrilar, tan seguros y fiables, no nos dejan salirnos de la senda trazada. Y cuando algo nos invita, obliga o exige salirnos de ese camino predeterminado, aplicamos el proverbio que reza «Nadie prueba la profundidad del río con ambos pies».

 Esos gatos desconfiados...

O sea que eso de lanzarnos al vacío lo dejamos para los héroes novelescos y cinematográficos, mayormente.

 

Y es verdad que, como los gatos escaldados en agua hirviendo, a medida que crecemos nos hacemos más y más cautos y prudentes. En realidad pienso que, más que por el hecho de envejecer, lo somos por la acumulación de experiencias. Las que nos salen bien, nos gustan y satisfacen, las encauzamos e intentamos incorporarlas a nuestras rutinas. De las que nos salen mal, aprendemos a rehuirlas y rechazarlas. A toda costa.

 

¿Y las que están por probar? Aconsejaba Tito Livio que «no des la felicidad de muchos años por el riesgo de una hora».

 

¿Qué os parece? ¿Estáis de acuerdo?

 

Riesgo.

 

Cuando somos jóvenes, tendemos a correr riesgos. Será por la insaciable curiosidad del ser humano trufada de la irreflexiva locura de la juventud, pero sí, asumimos riesgos que, más adelante, jamás osaríamos repetir. Cruzamos líneas que, después, nunca seríamos capaces de traspasar.

 

¿O no?

 

La lógica nos dice que, a medida que adquirimos conocimientos y experiencias, deberíamos ser capaces de asumir mayores riesgos, sabiéndonos más fuertes, más inteligentes, mejor formados, más preparados. Porque, lo que a los veinte años es un riesgo de proporciones homéricas, a los treinta no tendría porque dejar secuelas, en caso de salir mal. Al menos, no secuelas inasumibles.

 

Prudencia... ¿o miedo?
Prudencia... ¿o miedo?

Renunciar a los desafíos, a las novedades, al riesgo… ¿no es una pena?

 

Me gusta una frase del poeta latino Quinto Horacio Flaco: «Mezcla a tu prudencia un grano de locura». ¿Qué es la vida sin el aliciente, sin el aderezo de un poquito de improvisación, locura y desmesura? ¿Por qué negarnos a correr algunos riesgos? ¿Por qué dejar pasar oportunidades, tan sólo por el miedo al qué pasará o al y si sale mal? En una palabra, ¿dónde está el límite entre la prudencia y la más total y absoluta cobardía paralizante?

 

No olvidemos las sabias y lúcidas palabras del escritor y poeta italiano Arturo Graf: «hay algunos obsesos de prudencia, que a fuerza de querer evitar todos los pequeños errores, hacen de su vida entera un solo error».

 

Y tú, ¿qué opinas?

 

Jesús Lens, quizá demasiado prudente.