El auge de la no ficción negra y criminal

En los últimos años estamos viviendo un notable auge de un género hasta ahora poco habitual y apenas transitado en la literatura negra española: la no ficción. Se trata de un género híbrido y mestizo que combina la novela tradicional y la historiografía, basada en testimonios reales. También llamada relato metaficcional, la no ficción se podría definir como relato literario de factura periodística.

Aplicado al noir que tanto nos gusta, la no ficción ha acuñado una etiqueta de origen anglófono: true crime. Crimen auténtico. Y es que, por mucho que suene a tópico, hay demasiadas ocasiones en las que la realidad supera a la ficción. Por desgracia.

La quinta e inminente edición de Granada Noir, el festival patrocinado por Cervezas Alhambra, pondrá especial énfasis en esta modalidad de crimen auténtico y de no ficción, con la presencia de autores, periodistas y especialistas en la cuestión. En concreto, el sábado 28 de septiembre estarán en Granada los dos directores de las colecciones dedicadas al género de no ficción más interesantes del mercado editorial español: Marta Robles, a la cabeza de ‘Sin ficción’, de la editorial Alrevés; y Antonio Lozano, de RBA.

Para conocer un poco más sobre las claves de la no ficción de corte negro criminal y, a la vez, anticipar algunas de las cuestiones sobre las que hablarán en Granada Noir, les preguntamos a nuestros protagonistas por qué resulta tan atractiva esta modalidad literaria. Para Antonio Lozano, “la no ficción, y en especial el true crime, descorre el velo protector con el que leemos ficción negra, elimina la distancia de seguridad que la imaginación establece entre lo narrado y la vida. Los delitos y los crímenes dejan víctimas, heridas, traumas… Por otro lado, si leemos en parte novela negra para ver reflejada o exorcizada esa carga oscura o ese impulso dionisíaco que todos llevamos dentro de alguna manera, el true crime acude a la realidad para (re)confirmarnos que esas intuiciones incómodas son ciertas y tangibles. Además, los ensayos y true crimes permiten descubrir que buena parte de los clichés de las ficciones policiacas en cualquier formato son espeluznantemente ciertas al tiempo que otros recursos no podrían estar más lejos de la verdad”.

Para Marta Robles, “la no ficción resulta especialmente atractiva para los lectores porque, de alguna manera, se sienten involucrados en la historia que se les cuenta. Se relatan hechos que no les resultan ajenos, que conocen, que han seguido y sobre los que siempre les quedan dudas que están ávidos de que alguien les despeje. A todo eso se une la curiosidad del ser humano por saber qué le ocurre a otros seres humanos como él. Sobre todo cuando se trata de una tragedia. Nos paramos cuando vemos un accidente. Para ayudar, tal vez. Pero también para saber a quién le ha ocurrido, cómo ha pasado, por qué… Tiene mucho que ver con que también nos podría pasar a nosotros”.

Íntimamente ligada con esta cuestión está la de los límites entre periodismo y no ficción. Para Lozano, “el periodismo no debe trampear con los hechos, el rigor es su ley y la máxima objetividad, su aspiración principal. La literatura de no ficción puede permitirse ciertos adornos, tanto formales como factuales, su subordinación a lo ocurrido no es un imperativo categórico. Hay un ligero margen ‘artístico’ en la segunda que queda vetado a la primera”.

Para Marta Robles, por su parte, “el límite entre el periodismo y la literatura de no ficción está, sobre todo, en la extensión del relato, que puede incluir muchos detalles que son imposibles de contar en el periodismo del día a día, donde todo tiene que estar medido. Además el periodista que escribe no ficción puede elegir un punto de vista. El de la policía, el del asesino, el del propio periodista. Y relatar desde ahí. En el periodismo se deben incluir todos para evitar la parcialidad. En la no ficción ese punto de vista que se elige está claro y es uno de los valores de cada libro”.

Una Marta Robles que, además de periodista, también es novelista y aprovechará su paso por Granada Noir para presentar ‘La mala suerte’, su título más reciente. Rematamos este somero análisis con otra pregunta: ¿Qué relación hay entre la realidad y la ficción en la novelística de Marta Robles? “Cualquier realidad que pasa por la literatura con vocación de convertirse en novela acaba siendo pura ficción. Mis novelas describen casos que no son reales, son inventados, pero que podrían ser auténticos. E incluyen problemas de la sociedad que existen, sin ninguna duda, y que rodean a mis personajes de ficción para que sientan y padezcan como si fueran reales y los lectores se los crean. Todo parte de la realidad, las novelas negras, verdes y amarillas. Pero luego sólo tiene que ser creíble, no real. Y esa también es su magia”.

Jesús Lens

Baleares, moscas, asesinatos y desapariciones

Dejábamos la semana pasada al detective Roures muy sudoroso, camino de Palma de Mallorca. Una chica lleva demasiado tiempo desaparecida, la investigación no avanza y el entorno parece convencido de que ha muerto. Pero su madre no se conforma y contrata a un detective para que viaje, en plena canícula de agosto, a las Islas Baleares, y trate de encontrar respuestas. (Lean AQUÍ)

Roures, lo primero que hace, es trasladarse a la zona residencial de la chica desaparecida, una urbanización de lujo en la que todo parece precioso, preciso y perfecto. De inmediato, empieza a hacer preguntas. Y cada una de ellas es como una piedra arrojada a un estanque de aguas calmas: rompe la quietud de la superficie y provoca ondas concéntricas que, al modo del efecto mariposa, puede causar maremotos a miles de kilómetros de distancia. En México, por ejemplo.

Marta Robles ha escrito en “La mala suerte” una novela negra en la que muestra su faceta más periodística, con una trama basada en uno de los temas de discusión habituales en las páginas de Sociedad de nuestros diarios y sobre el que no vamos a adelantar nada para no arruinar la sorpresa al lector.

No deja de ser sintomático que sean periodistas quienes estén escribiendo el noir más apegado a la realidad, el que salta de la negrita de los titulares de la prensa diaria a las páginas de unas novelas que rezuman veracidad y autenticidad por los cuatro costados.

Marta Robles, periodista de raza que lleva haciendo radio, televisión y prensa  escrita desde hace treinta años, ha dado vida a un personaje como el detective Roures, caracterizado por saber preguntar, uno de los rasgos distintivos de todo buen reportero. Y su novela más reciente, “La mala suerte”, permite que el lector se ponga en la piel de una joven de buena familia que, para su desgracia, no entiende nada de lo que ocurre a su alrededor. Una disección de las contradicciones de la sociedad española contemporánea en la que tanto se abusa del concepto “tener derecho a…”. Sobre todo porque, como en el caso que novela Marta, siempre es “a costa de…”.

Foto: Laura Muñoz Hermida

“Como David Lynch cuando buscaba el horror escondido en los barrios residenciales, Pery desnuda lo peor de la condición humana oculto en uno de los paraísos oficiales del turismo. Un noir clásico con interferencias políticas que recuerdan las vinculadas a la última gran crisis española”.

David Gistau también se refiere, efectivamente, a las Baleares, cuando habla de paraísos oficiales del turismo en la solapa de la espectacular novela “Moscas”, de Agustín Pery, publicada por la exquisita editorial Pepitas de Calabaza.

“Pery no ha venido a hacer amigos. “Moscas” es un torrente de mala baba, tan impertinente como irresistible”, señala Lorenzo Silva, comentando una de las grandes sorpresas de la temporada negro-criminal.

Un periodista de investigación que estaba husmeando en temas relativos a la corrupción aparece asesinado en Mallorca. A partir de ahí, de nuevo, las olas concéntricas que remueven las pútridas aguas estancadas de la charca, muy bonita por fuera, con sus nenúfares y sus plantas acuáticas, pero puro cieno bajo la aparente superficie.

Con un estilo seco y brutal, el también periodista Agustín Pery sabe bien de lo que habla, no en vano fue director de El Mundo/El Día de Baleares entre 2007 y 2013, cuando destapó varios casos de corrupción en Mallorca; y actualmente trabaja en ABC.

En “Moscas”, Pery habla de corrupción, efectivamente. Pero va más allá de la corrupción a la que, por desgracia, estamos tan acostumbrados. Y compone un personaje mefistotélico llamado a crear escuela: el prestamista usurero, un tipo que, además de saberlo todo de todo el mundo, tiene cogida por los huevos a buena parte de la alta sociedad mallorquina que solo pudo sortear lo peor de la crisis solicitando sus infernales servicios.

Por supuesto, hay en marcha una investigación sobre el periodista muerto. El encargado de llevarla adelante es uno de esos polis de los de antes, fogueado -literalmente- en el País Vasco y cuyos expeditivos medios son diametralmente opuestos a lo políticamente correcto que ahora tanto se estila. Iñaki Altolaguirre es un borde al que sus jefes gustarían perder de vista. Pero le necesitan. Sobre todo porque los guardaespaldas y emisarios del prestamista usurero no pertenecen a la alta sociedad con la que ellos se codean.

En “Moscas” también hay una jueza de armas tomar. Y un funcionario de Hacienda que, armado con una cartera y una sonrisa, puede ser más letal que un sicario malencarado blandiendo su pipa.

Y está Mallorca, una sociedad conservadora y hostil a los de fuera: por mucho que necesiten a los turistas para hacer negocio, los auténticos mallorquines solo confían, se relacionan -y se casan- entre ellos. Gente de pedigrí que, una vez obligada a agachar la cerviz ante el poder del dinero, nunca se sabe cómo va a reaccionar.

Lean a Marta Robles y a Agustín Pery y completen con la mejor novela negra contemporánea los huecos que quedan vacíos entre los titulares de los periódicos de más rabiosa actualidad.

Jesús Lens

Historia de dos detectives

No es fácil ser detective privado en España. ¡Ni se les ocurra pensar que la realidad es como las malas películas, en las que un tipo alcoholizado y con mal de amores alquila una oficina cochambrosa, la decora con una planta medio muerta, guarda una botella de whisky en el cajón del escritorio y espera a que una mujer fatal entre por la puerta!

El Ministerio del Interior tiene muy tasados los requisitos para ser detective privado. Por ejemplo, el cuarto: “Estar en posesión de un título universitario oficial de grado en el ámbito de la investigación privada que acredite la adquisición de las competencias que se determinen, o bien del título del curso de investigación privada, reconocido por el Ministerio del Interior”.

—¿Sirve el que me dieron en la Tienda del Espía, tras un curso intensivo de fin de semana?

—Claro que sí. Casi tanto como un master telegráfico conseguido durante unas vacaciones de Semana Santa en según qué prestigiosas universidades…

Otro requisito importante para ser detective privado: “Superar, en su caso, las pruebas de comprobación establecidas reglamentariamente por el Ministerio del Interior, que acrediten los conocimientos y la capacidad necesarios para el ejercicio de sus funciones”.

—Yo sé escribir mensajes ocultos con zumo de limón…

—…¿que se hacen visibles al pasar una llama por el papel en que están camuflados?

—Sí, tío. ¿Tú también fuiste al curso de la Tienda del Espía?

—No me hizo falta. Lo leí en “El nombre de la rosa”?

—¿Leído? ¿Pero no era una película?

No. No es fácil ser detective privado en España. Ni resulta sencillo escribir una novela creíble, en nuestro país, protagonizada por uno de ellos. De ahí que en la pasada edición de Granada Noir sentáramos en una misma mesa a dos autores que han publicado novelas recientes con un huelebraguetas como personaje principal: Marta Robles y “La mala suerte”, en Espasa; y Juan Bolea y “Los viejos seductores siempre mienten”, en Alrevés.

“Levábamos cruzados de brazos desde principios de mes. ¿A qué se debería? ¿En enero ya no había adulterios, chantajes, desapariciones? ¿Lo habían declarado mes en blanco del crimen?”

No es fácil ser detective en España, tampoco, porque como bien explica Juan Bolea, solo pueden investigar casos muy tasados y en condiciones muy particulares. De ahí que Florián Falomir & Fermín Fortón no pasaran por su mejor momento y que a la Agencia de Investigación Las Cuatro Efes les estuviera costando trabajo dar contenido a su famoso lema: Fiabilidad-Fidelidad-Fortaleza-Facilidad de Pago.

Entonces suena el telefonillo. Es una voz cristalina y nítida. Sube el ascensor, se abre la puerta y aparece “una señora tan decrépita que más que el umbral de nuestra agencia podría estar cruzando el de su última morada”.

Si han detectado ustedes un toque irónico y burlón en el arranque de la novela de Juan Bolea, o bien han hecho ustedes el famoso curso de la Tienda del Espía o sus dotes detectivesco-literarias están afinadas: efectivamente, “Los viejos seductores siempre mienten” es una novela negra trufada de humor, con tintes paródicos, y en la que también hay mucho sexo.

Foto: Laura Muñoz Hermida

Hay parodia acerca de la novela negra en sí misma, para empezar. Por ejemplo, el detective protagonista desayuna ligero por las mañanas: huevos fritos con longaniza de Graus y morcilla de Burgos; por lo que un Adonis en perfecto estado de revista -y de forma-, precisamente no es. Pero también hay muchas risas en torno a un género literario del que se habla tan poco como mucho se vende: la novela romántica, cada vez más verde y más picante, como diría Arévalo, uno de los mentores y sostenes intelectuales de la ultramontana derecha extrema de este país.

Juan Bolea ha escrito una novela muy divertida, aunque le mete sus dosis de negrura y pesadumbre, llevando al lector a cuestionarse algunas de las convenciones habitualmente aceptadas en el género, del heroísmo y la profesionalidad a ultranza al cinismo y el -mal- humor. Una reflexión, también, acerca de la alta literatura y la literatura de baratillo, la literatura popular. Muy al hilo de las altas y las bajas pasiones.

Llegados a este punto, habría que hablar sobre la segunda novela protagonizada por el detective Roures. Si en la novela de Juan, el cierzo helador condiciona toda la historia, “La mala suerte” de Marta Robles se desarrolla durante un tórrido verano que afecta sobremanera a un detective privado que, a sus sesenta años ya cumplidos, suda por los cuatro costados.

Roures tiene que trabajar sobre una desaparición cuya investigación lleva varada demasiado tiempo. Y, como ser detective no es fácil en España, para ello deberá solicitar la preceptiva autorización judicial, lo que pondrá de uñas a la UCO, la unidad policial encargada del caso.

“La mala suerte” es una novela negra canónica que habla sobre la paternidad y las personas desaparecidas y cuya trama transcurre, en buena parte, en una Mallorca muy negra de la que hablaremos más extensamente la semana que viene, retomando al bueno de Roures.

Jesús Lens