Comanchería, obra maestra del Westernoir

Resulta extraño, a 4 de enero, estar hablando ya de una película que, a finales de año, estará en lo más alto de lo mejor del 2017. Y es que “Comanchería” es una joya, una obra maestra del cine que pone el listón altísimo a la cinefilia de los próximos doce meses.

Estrenada en la sección “Una cierta mirada” del Festival de Cannes, “Comanchería” está nominada a tres Globos de Oro, además de haberse alzado con varios premios de la crítica norteamericana. Pero, sobre todo, “Comanchería” ya se ha convertido en un clásico de culto, quintaesencia de la fusión de los dos géneros cinematográficos por excelencia: el western y el noir.

Cuando se estrena una pequeña-gran película como “Comanchería”, que no cuenta con estrellas de relumbrón en su reparto ni está dirigida por ningún maestro consagrado del séptimo arte, lo primero que hacemos es buscar referentes con los que compararla.

En este caso, la propia publicidad de la distribuidora habla de “Fargo” y de los Coen, lo que ha llevado a mucha gente a emparentar a “Comanchería” con “No es país para viejos”, por ejemplo. Por extensión, se habla de Cormac McCarthy y también podríamos citar a las “Malas tierras” de Malick e, incluso y salvando las distancias, a “Thelma & Louise” y a “Paris-Texas”.

Y cierto es que no andaríamos equivocados. Tal y como señala David Mackenzie, el director de la película: “En mis primeros trabajos como director siempre trataba de alejarme de los clichés del cine de género. Pero después de hacer “Convicto” me di cuenta de que estaba equivocado. “Comanchería” tiene mucho de western, pero también es una buddy film y una road movie. Y, por supuesto, un drama familiar”.

Y un noir de tomo y lomo, añadiríamos. Porque “Comanchería” cuenta la historia de dos hermanos que, en la Texas asolada por el estallido de la burbuja inmobiliaria que arruinó a miles de familias, se lanzan a atracar bancos. Pero no bancos en general: Toby y Tanner Howard (tremendos Chris Pine y Ben Foster) solo atracan las sucursales del banco que amenaza con desahuciarles del viejo rancho familiar, sobre el que su madre constituyó una hipoteca inversa en el tramo final de su vida, con unas condiciones leoninas.

Atracos que realizan, siempre, a primera hora de la mañana, para evitar que haya clientes que puedan resultar perjudicados. Porque los hermanos Howard tienen una ética de trabajo que tratan de aplicar a rajatabla. Solo que los planes, muchas veces, se complican. Y ya se sabe que de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno…

Tras los pasos de los atracadores, una de esas imposibles parejas de polis: el viejo y taciturno Marcus Hamiltom, al que interpreta un inconmensurable Jeff Bridges; y Alberto, un mestizo indio-mexicano interpretado por un sobrio y contenido Gil Birmingham.

Toda la acción de “Comanchería” está concentrada en un puñado de días: los que quedan para la ejecución de la hipoteca. Y el portentoso guion de Taylor Sheridan, autor de esa otra joya del westernoir contemporáneo que es “Sicario”, nos conduce por la Texas profunda, permitiéndonos conocer a camareras que trabajan todo el día por un sueldo de miseria, a las cajeras de los bancos que se juegan el tipo por un puñado de dólares, a las recepcionistas de hotel, a abogados y banqueros y, también, a esa otra gente que se pasa el día entero sin hacer nada. Esperando que algo suceda. Y que, cuando sucede, no duda en desenfundar su arma…

El western es un género fundamentado en la huida y en la persecución, sobre todo, tras el atraco a un banco. El testigo de aquellos pistoleros que cruzaban el Río Bravo para escapar a México con el botín, fue tomado por los gángsteres que, armados con sus estruendosas metralletas Tommy Gun, recorrían la América rural de la Depresión por sus caminos polvorientos, entre robo y robo.

Tras los años dorados del western y del cine negro más clásicos, directores como Sam Peckinpah filmaron obras maestras de ambos géneros, fusionándolos en muchas ocasiones. Vean “Quiero la cabeza de Alfredo García”, por ejemplo. Y llegaron el western crepuscular. Y el neonoir.

Porque el cine es un arte que sabe cómo reinventarse, una y otra vez, adaptando los temas clásicos de siempre a los formatos, escenarios y situaciones más rabiosamente contemporáneos.

Y ahí radica la grandeza, la magnificencia de una película tan aparentemente discreta como “Comanchería”: partiendo del mismísimo Shakespeare, el espectador tiene frente a sus ojos el abigarrado fresco de la América profunda del siglo XXI que ha elegido como presidente a Donald Trump.

Una América que tiene en antena, veinticuatro horas al día, a telepredicadores fundamentalistas, que ha convertido las reservas de los indios en casinos en los que blanquear dinero y que ha cambiado los caballos por picks up con tracción a las cuatro ruedas. Pero que sigue siendo la misma.

La América en la que la gente se toma una birra a la caída de la tarde, sentado en el porche de casa. Solo que la casa ya no es suya. Y, por eso, es una América cansada, harta y cabreada. Una América que no tiene empacho en echarse a la carretera a atracar bancos… o en elegir al presidente más improbable de su historia.

Jesús Lens

 

La música y los músicos de Los Fabulosos Baker Boys

Y tras las dos primeras entradas de cine sobre «Los Fabulosos Baker Boys», que puedes leer aquí y aquí, toca hablar de la banda sonora:

Detrás de la banda sonora de “Los fabulosos Baker Boys” hay un tipo con una carrera musical llena de éxitos, coronada con un Oscar por la música de “The Milagro Beanfield War” (Un lugar llamado Milagro) en 1989. Es el mismo autor de la música de películas tan célebres como “Los tres días del cóndor”, “Tootsie” o “El graduado”. Sí, mucho Sydney Pollack. Buen amigo.

 Fabulosos Baker Boys poster inglés

Lo que quizás no se sepa tanto es que este mismo señor posee también una fructífera discografía jazzística dónde hay colaboraciones con Benny Goodman, Thad Jones, Sarah Vaughan, Carmen McRae, Quincy Jones, Gerry Mulligan o Art Farmer; en fin… ¿Quién mejor entonces para firmar la banda sonora de Los fabulosos?

Dave Grusin es posible que pase más a la historia musical por sus composiciones para películas que por sus discos de jazz. ¡Y por hacer cantar a Michelle Pfeiffer como una diva del jazz! No obstante, estamos ante un estupendo pianista de jazz que nos recuerda a Bill Evans o a Red Garland. A músicos como Grusin muchos críticos y aficionados al jazz no le perdonan sus coqueteos con el jazz-fusión, el smooth jazz, el jazz pop o el crossover jazz, adjetivos todos que llevan aparejados el sambenito de mala música y de jazz de baja categoría. Música advenediza vamos. No me encuentro yo precisamente entre los seguidores de este tipo de música pero, al igual que pasó con cierto jazz de los 70, no conviene eliminar de un plumazo toda una época histórica del jazz amparados en una simple etiqueta musical. Una revisión detenida de este tipo de discografía nos podría dar más de una sorpresa… positiva. Además, tampoco es oro todo el jazz revisionista de los 80 que promovían los “jóvenes leones”.

 Fabulosos Baker Boys beso

En el haber de Grusin está también ser fundador en 1978, junto al batería Larry Rosen, del sello GRP, dónde grabaron Dizzy Gillespie o Chick Corea allá por los años 80.

Para la banda sonora de “Los fabulosos Baker Boys” Dave Grusin llamó a un buen puñado de amigos para tocar los temas originales que había compuesto para la película. De los seis temas que firma el pianista yo destacaría “Shop Till You Bop”, buen tema bop con un estupendo tour de force de Ernie Watts al saxo tenor y Sal Marquez a la trompeta que acompaña de manera alegre un pasaje de la cinta en la que Jack (Jeff Bridges) obliga a Suzie (Michelle Pfeiffer) a volver al escenario; “The Moment of Truth” (basada en la melodía de “Candy Man”) suena mientras Jack acude al tejado a calmar a Nina (Ellie Raab), para este tema Grusin se hace acompañar de su buen amigo el guitarrista Lee Ritenour; y ese tema que aparece al principio de la película y que nos avanza musicalmente de alguna manera el carácter de Jack, “Jack’s Theme”, con un inconfundible sonido de trompeta a lo Miles. En estos tres casos creo que se da esa necesaria ecuación que cumple todo bueno compositor de bandas sonoras: acompañar de la mejor manera el desarrollo de una acción sin que apenas se note la presencia de la música.

 Fabulosos Baker Boys

Todo hay que decirlo, la banda sonora está muy por encima de la película. A ello contribuye la incorporación a la b.s.o. de varios músicos emblemáticos de la historia del jazz. La interpretación del standart “Lullaby of Birdland” a cargo del trío liderado por el legendario baterista Earl Palmer es estupenda, ¿un guiño a un músico que salió de la muy jazzística Nueva Orleans para probar las mieles del éxito en Hollywood primero y como acompañante de grupos de blues y rock más tarde? Benny Goodman fue uno de los primeros empleadores de Grusin, en los años 60. “Moonglow”, el tema que interpreta el cuarteto de Benny Goodman en la cinta, lo compuso nada menos que Irving Mills (el mismo que firma “Mood Indigo” o “Sophisticated Lady”) en los años 30 y se convirtió en popular gracias a las interpretaciones de la orquesta de Joe Venuti o el propio Goodman. Art Tatum también registró una interpretación del tema que personalmente considero superior. La orquesta de Duke Ellington no necesita ser presentada. Bajo la batuta de su hijo y continuador Merce Ellington aparece otro de esos temas emblemáticos del jazz: “Do Nothin’ Till You Hear from Me”.

Mención aparte tiene Michelle Pfeiffer. Resultaba inevitable llegar a este punto.

 Fabulosos Baker Boys duo

Se habla mucho del “Makin’ Whoopee” de la Pfeiffer, más por el modo que por la interpretación en sí; sin embargo, es en “My Funny Valentine”, que pone el broche final a la película, dónde creo que explota mejor la actriz sus dotes como cantante. No se crean que resultó fácil habida cuenta el precedente de la actriz como cantante en “Grease II” (¿acaso creían que no hubo una segunda parte?). Pero Grusin sabía lo que se hacía con la actriz. No hay que olvidar que había trabajado con dos divas de la talla de Sarah Vaughan y Carmen McRae. En cualquier caso, el propio director confesaba la profesionalidad de la actriz: “Fue un claro ejemplo de lo que un buen actor puede realmente hacer”; y la Pfeiffer lo confirmó: “Escuché mucha música de jazz, Billy Holiday, Hellen Merrill… aunque no trataba de copiar a nadie”. Para la anécdota queda el comentario de Sally Stevens, que la ayudó como coach a perfeccionar su voz: “Le sugerí que escuchara a Ella Fitzgerald, (…). Al principio Michelle Pfeiffer estaba más cerca cuando cantaba de Bob Dylan que de Ella”. ¿Se imaginan?

BSO (GRP, 1989):

Jack’s Theme, Welcome to the Road, Makin’ Whoopee, Suzie and Jack, Shop Till You Bop, Soft on Me, Do Nothin’ Till You Hear from Me, The Moment of Truth, Moonglow, Lullaby of Birdland, My Funny Valentine.

Músicos:

Dave Grusin (teclados), Ernie Watts (saxo tenor), Lee Ritenour (guitarra), Sal Marquez (trompeta), Brian Bromberg (bajo), Harvey Mason (batería), The Duke Ellington Orchestra (dir. Mercer Ellington), Earl Palmer Trio, Benny Goodman Quartet, Michelle Pfeiffer (voz).

Cid & Lens

 

Los Fabulosos Baker Boys. Parte 2

Continuamos con la segunda parte de dedicada en Cine con Swing a «Los Fabuloso Baker Boys». La primera parte está aquí. Y la entrada sobre la Banda Sonora, aquí.

“Michelle fue la guinda del pastel”, sostiene Kloves. “Su interpretación de Susie Diamond está perfectamente ajustada y resultó ser una cantante maravillosa. Michelle es una actriz con registros ilimitados”. Y es que, aunque hubiera hecho sus pinitos vocales anteriormente, en la secuela de “Grease”, la Pfeiffer no era cantante y, de hecho, empezó a tomar lecciones solo dos meses antes de la película.

 Fabulosos Baker Boys blues

Para preparar su papel, al que optaron antes que ella actrices como Debra Winger, Brooke Shields, Jodie Foster, Jennifer Jason Leight o la mismísima Madonna; Michelle estuvo trabajando en sesiones de hasta diez horas diarias en el estudio y, después, se llevaba las cintas a casa, para seguir practicando. Porque no es lo mismo cantar con el acompañamiento y el apoyo de toda una banda detrás que hacerlo únicamente acompañada por el sonido del piano. Generalmente de dos. Pero, a veces, de uno solo.

Como en la toma más famosa de la película, en la que Susie y Jack han de actuar solos en uno de los conciertos de Navidad para los que les han contratado en un fastuoso hotel de fuera de Seattle, dado que Frank ha tenido que volver precipitadamente a casa por un accidente familiar.

Susie comienza su actuación subida en lo alto del piano, tumbada sobre él. Tras ponerse de pie, poco a poco va descendiendo, con delicadeza y seductoramente, ante la atónita mirada de un Jack que, por fin, parece estar disfrutando al tocar su música. Ella canta “Makin’ Whoopee” y con su actuación enamora al público, al pianista y, por supuesto, al espectador de la película.

 Fabulosos Baker Boys balcón

Para diseñar la coreografía de esta toma, que requirió de seis horas de filmación, la actriz no necesitó más que una sola lección, pero durante los ensayos llevó coderas y espinilleras, por lo que pudiera pasar a la hora de bajar, con esos taconazos, por el borde del piano.

Ese es el punto de inflexión de una película que, hasta entonces, había venido marcada por la relación entre los hermanos. Relación, como dijimos, fría y poco cordial. Tensa. Una relación de conveniencia. Lo pudimos apreciar cuando Frank entra en un garito de jazz tras otra noche de mierda y una discusión con su hermano.

Jack llega al Henry’s uno esos clubes con alma en los que se entra bajando unas escaleras y en los que un grupo se deja la piel, vibrando sobre el escenario. Al piano, un chaval. Uno tan joven y talentoso como alguna vez fue el propio Jack. De hecho, el espectador tiene la certeza de que Frank no solo fue cliente habitual del garito, sino que también tocó ese mismo piano, sobre ese mismo escenario, tiempo atrás. Mucho tiempo atrás.

El dueño del local saluda afectuosamente a Jack, aunque le afee lo poco que se prodiga:

– ¿Cómo le va a Jack Baker? ¿Todavía estás en el Sheraton?

– Me evita problemas.

– Entonces, ¿qué haces aquí?

– Buscar problemas.

Una tarde, cuando Jack y Susie ya se han enrollado, para desesperación de Frank, que empieza a ver cómo se le viene abajo su proyecto; ella irá a buscarlo a su casa. No es que hayan comenzado una relación seria, pero a ella se la ve ilusionada. Jack, sin embargo… La joven vecina, con un punto de celos, le indica que ha salido, pero que puede encontrarlo en Henry’s. Un Club que, no por casualidad, está cerca del apartamento de Jack. De hecho, podemos estar seguros de que el pequeño de los hermanos Baker no ha buscado un alojamiento más lujoso para no perder la cercanía con lo único que sigue siendo puro, desde su punto de vista vital. Lo único que le mantiene unido a lo que una vez fue… y le gustaría volver a ser: un músico de verdad. Un artista, y no un artesano.

 Fabulosos Baker Boys nochevieja

Y allí encontramos a Jack, con una sonrisa de oreja a oreja, tocando abrasadoramente, volcado sobre el piano, concentrado en su música, casi, casi levitando. Tanto que ni siquiera se percata de la presencia de una Susie con la que un poco más adelante terminará discutiendo.

Ella abandona a Los Fabulosos Baker Boys y, por fin, estalla la tormenta entre los hermanos. Esa tormenta que se venía gestando desde el principio de la película. Porque los dos, además de tener concepciones muy diferentes de la vida, tampoco entienden el arte de la misma manera. Son tan distintos… como los dos hermanos que les dan vida en pantalla.

Jack, Jeff Bridges, es guapo y seductor y, debajo de esa apariencia cínica de tipo duro, malaje y bebedor; late un cálido corazón, como se pone de manifiesto a través de la relación con su vecina… y con su perro. Frank, Beau Bridges, es mayor, feote y tirando a ridículo. Pero también es, además de consciente, serio y profesional, un buen hermano. El que guarda los trofeos y los premios que ambos han ido ganando a lo largo de su vida, sobre todo, cuando eran niños-prodigio. El que, posiblemente, ha evitado que su hermano se fuera por el mismo despeñadero que tantos otros músicos de jazz antes que él. Y después.

 Fabulosos Baker Boys Michelle

Un hermano consecuente que comprende y admite que Jack necesita un cambio en su vida, respetando el nuevo camino que ha elegido tomar: dos noches a la semana tocando el piano en ese garito en que se siente, de verdad, como en su casa. Y, a partir de ahí, lo que venga.

Ver a los dos hermanos tocando juntos de nuevo, por placer, resulta emocionante. A fin de cuentas, tampoco son tan diferentes. Si hasta sus nombres son casi idénticos. Jack y Frank. Frank y Jack. Las dos caras de una misma moneda. Por cierto, que los hermanos Bridges tuvieron buenos maestros a la hora de aprender a tocar el piano, de cara a la filmación de la película: el compositor y pianista Dave Grusin se encargó de Jeff y John F. Hammond hizo lo propio con Beau.

Según señala el director de “Los Fabulosos Baker Boys”, Jeff Bridges siempre fue su primera opción para interpretar a Jack. Tal y como lo define Kloves, “es uno de esos actores que nunca parece que están actuando. Todo resulta muy sencillo y fluido con él, tan natural que no parece que trabaje su papel”.

 Fabulosos Baker Boys Jack

La llegada de Beau al proyecto fue distinta: cuando se planteó la posibilidad de que participara en la película, el propio Kloves era renuente, pensando que podría parecer una jugada demasiado forzada. Sin embargo, cuando el guion estuvo definitivamente ultimado, el director reconoce que “habría matado por tenerlo a bordo. Beau posee una maravillosa habilidad para lograr momentos memorables en sus películas, con un sencillo gesto”.

¿Y Susie? ¿Qué pasa con esa Susie que carga a sus espaldas con una azarosa vida de hotel, siempre entre congresos y convenciones, consiguiendo improbables contratos para hacer anuncios de comida para gatos y sacándose un extra de vez en cuando, al quedarse a dormir con algún viajante que le pareciera más o menos atractivo?

Nos gusta Susie. Claro. ¿Cómo no va a gustarnos una chica que sostiene que ella no fuma cigarrillos americanos, que solo fuma los muy exclusivos “Paris Okans” porque “si te metes algo en la boca, que sea lo mejor”? Es una forma de marcar su territorio. Después, cuando coja de la mano de Frank uno de los sempiternos Chester que no deja de fumar, y le de una calada, mirándole a los ojos; le estará mandando una señal clara e inequívoca: Ahora sí.

 Fabulosos Baker Boys trío

A Madonna, una de las actrices que pudieron interpretar a Susie, el final de la historia le parecía muy blandito. Y soso. Sin embargo, no se me ocurre un final mejor y más apropiado para la cinta. Un final abierto y levemente optimista, que casa perfectamente con el resto del guion, de la historia y de la trayectoria de unos personajes de los que, igual que no sabemos exactamente de dónde vienen, tampoco sabremos hacia dónde irán, al final de la cinta, cuando aparezcan los títulos de crédito.

Resulta significativo que, a excepción de una de las chicas con las que Jack duerme al principio de la cinta y que sirve para mostrarnos su forma de vida, nunca veamos al resto de personas que orbitan en torno al trío protagonista. Ni sabremos nada de la familia de Jack ni veremos asomar a ese tipo que contrata a Susie y que termina de romper su relación con los Baker Boys. Excepto a la vecina de Jack, necesaria para dulcificar su carácter huraño y arisco; todos los demás personajes que aparecen en escena son poco más que extras, imprescindibles para que avance la acción.

 Fabulosos Baker Boys desayuno

Pero ninguno tiene la entidad suficiente como para ser considerado, siquiera, un secundario. Y es que “Los Fabulosos Baker Boys” es una pequeña joya, uno de esos Bocados de Realidad que hablan, con sinceridad, sobre lo que supone ser músico, tratar de ganarse la vida con ello con una cierta dignidad… y no morir en el intento.

Cid & Lens

Aquí va la tercera entrada sobre la música en «Los Fabuloso Baker Boys»

 

Los Fabulosos Baker Boys

Vamos con una nueva entrega de Cine con Swing. Hasta ahora llevamos «Round Midnight» y “Paris Blues”. Y a la nómina se incorpora esta nueva película…

La reunión de los Valdés, padre e hijo, en torno a sendos pianos, propiciada por Fernando Trueba, además de provocar un tsunami musical cuyas ondas aún nos siguen emocionando; permitió que saliera a la luz la dura y complicada biografía de Bebo, padre de Chucho.

Bebo, excelso pianista cubano que, entre los años 1947 y 1958 había sido músico residente y arreglista oficial del mítico Tropicana, se exilió de Cuba en 1960, por discrepancias con el gobierno de la isla, dejando atrás a su esposa y a sus cinco hijos para, a partir de 1963, radicarse en Estocolmo, donde formó una nueva familia y donde se pasó treinta años ganándose la vida como pianista de hotel.

Para quiénes amamos el jazz como género musical, pero también disfrutamos de su estética, su ambiente y su romántica iconografía, pocas cosas existen más anti-cool que un pianista de hotel.

 Fabulosos Baker Boys póster

Así, resulta imposible ver “Los Fabulosos Baker Boys” y no recordar la historia de los Valdés, más allá de darse la casual circunstancia de que, en la película, los hermanos protagonistas son interpretados por dos sensacionales actores: Beau y Jeff Bridges. Los hermanos Baker se ganan la vida, precisamente, tocando en los fríos y acartonados salones de varios grandes e impersonales hoteles de Seattle y en clubes horteras en los que han de vestir con camisas hawaianas para estar a tono con los cócteles preparados en una batidora eléctrica por una camarera a la que le trae al pairo que los músicos estén interpretando su repertorio. Porque la música no es importante. O, mejor dicho, es importante solo si sirve para que los clientes consuman una determinada cantidad de copas que permita rentabilizar la contratación de los músicos.

Y el problema es que Los fabulosos Baker Boys, tal y como se anuncian a sí mismos en los grandes cartelones que Frank (Beau Bridges) siempre anda acarreando de un lugar a otro, ya no despiertan excesivas pasiones, hasta el punto de ser despedidos de una de las salas en las que llevaban tocando mucho, mucho tiempo. ¿Quizá demasiado?

 Fabulosos Baker Boys trío

Pero Frank, que es quién lleva toda la parte comercial del dúo, el que busca los contratos y negocia los precios, tiene una brillante idea: contratar a una vocalista que de vida a la mortecina carrera de los hermanos Baker. Y ahí es donde entra en escena Susie Diamond, interpretada por la mejor y, posiblemente, la más hermosa Michelle Pfeiffer de toda su carrera, no en vano, por este papel ganó el Globo de Oro a la Mejor Actriz, además de otras muchas nominaciones, al Oscar entre ellas.

Escrita y dirigida en 1989 por Steve Kloves, “Los Fabulosos Baker Boys” es una excelente película que enamora por varias razones, pero sobre todo, por su sencillez y su falta de pretensiones. La película son los personajes. Y sus relaciones. Relaciones que oscilan entre lo cómico y lo tenso, con algunas gotas de dramatismo, pero solo el justo y necesario para darle un sentido a la resolución de la relación entre los dos hermanos. Sin embargo, de tragedia, nada. De nada. Afortunadamente.

Resulta llamativo que Kloves, con solo una película a sus espaldas, fuera capaz de poner en marcha “Los Fabulosos Baker Boys”, de la que es autor total, en su doble condición de guionista y director. Cuatro años después, en 1989, también conseguiría escribir y dirigir “Flesh and Bone”, una película de corte negro y criminal, pero ahí termina su carrera como cineasta hasta que, en el año 2001 se pone tras la cámara para filmar “Harry Potter y la piedra filosofal” y, a partir de ahí, la mayoría de las entregas de la serie del niño mago.

 Fabulosos Baker Boys rodaje

Nacido en Austin (Texas), en 1960, Kloves creció y se formó en California, llegando a ingresar en la UCLA de Los Ángeles, aunque no tardó en dejar sus estudios para trabajar en la industria del cine, como escritor. Tras haber ultimado el guion de “Los Fabulosos Baker Boys”, el libreto se pasó varios años de mesa en mesa, entre diferentes productoras de Hollywood. Hasta que al propio Kloves le dieron la oportunidad de dirigirla. La película tuvo éxito y repercusión, pero “Flesh and Bone” fue un fiasco total, lo que le condujo al ostracismo profesional durante varios años y le hizo renunciar a cualquier veleidad de autoría creativa.

¿Se convirtió Kloves en un trasunto de ese gris Frank Baker que toca en hoteles de Seattle para asegurarse un dinero a fin de mes, con el que mantener a su familia? ¿Renunció, como hace Jack Baker, a desarrollar una carrera creativa realmente excitante y arriesgada?

 Fabulosos Baker Boys poster

Porque ahí es donde radica el quid de la película: en las diferentes concepciones que los dos hermanos tienen tanto de la música como de la vida. Frank, casado y con hijos, tiene claro que de lo que se trata es de ganar dinero. Y si para eso hay que repetir 300 noches al año un mismo repertorio, que incluye temas tan obvios como “Feelings”, pues se repite. Y si hay que contar una y otra vez el mismo chiste, se cuenta. Lo importante es la pasta.

Jack, el hermano pequeño y el más talentoso de los dos, interpretado por el hermano guapo y seductor de los Bridges, Jeff; se deja arrastrar por una rutina que, desde el principio, vemos que no le satisface nada en absoluto. Detesta cómo su hermano ha de sonreír a los empresarios que les dan trabajo, aunque algunos se comporten como unos capullos y se encuentra hastiado de los chistes a los que tiene que responder cada noche. Pero, sobre todo, odia el tópico, manido, clásico y convencional repertorio que han de desgranar en cada concierto. Un repertorio a prueba de bombas. Siempre el mismo. Idéntico. E interpretado en el mismo orden. Y concierto.

Por eso, Jack siempre llega a los conciertos en el último momento, para desesperación de Frank. Como si no le importaran un ápice. Aprovecha para burlarse del pelo teñido de su hermano, toca como un autómata, cobra su parte y no tarda en desaparecer, a ser posible, con alguna chica con la que comparta las ganas… de no complicarse la vida.

 Fabulosos Baker Boys Pfeiffer

Jack vive solo en un apartamento, con la única compañía de su perro y las ocasionales visitas de una niña, una vecina a la que tiene medio apadrinada, dada la disoluta vida de su madre, que entra y sale libremente por la ventana que da a la escalera de incendios del edificio.

La llegada de Susie, sin embargo y por supuesto, lo cambiará todo.

Continúa leyendo, aquí, la segunda parte y, aquí, la entrada dedicada a la Banda Sonora. 

Valor de ley

Yo pensaba que nunca había visto “Valor de Ley” (True Grit. 1969). dirigida por Henry Hathaway, porque no quería ver a John Wayne en sus últimos momentos, por mucho que el papel de alguacil tuerto al servicio de una niña tan valiente como insolente le reportara el Oscar a la mejor interpretación. Aquello, en realidad, fue más un homenaje que otra cosa.

Sin embargo, después de haber visto la joya escrita, producida y dirigida por los hermanos Coen, con el mismo título que la película de Hathaway, sé que la razón por la que nunca vi el canto del cisne de El Duque fue el no condicionar el visionado de esta nueva “Valor de Ley”, un impecable y glorioso western de largo aliento, tan trágico como poético.

Yo no sé si habréis leído el libro que mi querido amigo Fran y un servidor publicamos hace un par de años, “Hasta donde el cine nos lleve”. Posiblemente, los paisajes más emocionantes que conseguimos escribir son los dedicados al western. Lo decíamos entonces y lo reitero ahora: parece que los Lumiere inventaran esto del cine para que los directores americanos filmaran películas del Oeste, con vaqueros a caballo, enormes praderas delante de los ojos y, a la caída de la tarde, hogueras crepitantes y el aroma al café que hierve sobre el fuego.

Desde que tengo uso de razón, el mejor cine, el que más me llega, el que me arrebata con locura, viene empaquetado bajo el marchamo de western.

Por eso, películas como “Valor de ley” hacen que ir al cine me haga sentir como a buen seguro se sentía mi padre cuando iba a ver los clásicos de Hawks y Ford que, después, volvíamos a ver en casa, con pasión desaforada, mi hermano y yo.

Sacar una entrada de cine para ver un western es viajar en el tiempo. Es conectar con el inconsciente colectivo de millones de espectadores que, desde finales del siglo XIX, hemos cabalgado por las Rocosas, vencido en tensos duelos al amanecer y luchado a brazo partido contra forajidos y asesinos de la más baja estofa.

Ir a la taquilla del cine y pedir una entrada para un western debería ser una actividad cultural y sentimental de especial protección por la UNESCO. Como mínimo.

No creo que a estas alturas de reseña, haya que decir nada más sobre “Valor de ley”, ¿verdad?

Jesús western-man Lens