EL LUCHADOR

Descansa.

Te lo has ganado.

Eres un guerrero.

 

Marisa Tomei a Mickey Rourke

en «The wrestler».

 

 

No dudo de que Sean Penn estará imponente como Harvey Milk. De hecho, el bueno de Sean es uno de los artistas que más respeto me merecen, como actor y como director, al tener una visión del cine con la que me identifico al 100%

 

Igualmente hubiera sido más que merecido el Oscar a Frank Langella por su extraordinaria recreación de Richard Nixon, tal y como escribimos en la reseña de «El desafío: Frost contra Nixon».

 

Pero no por ello podemos dejar de lamentarnos, y amargamente, de que el Oscar a la Mejor Interpretación Masculina de este año se le haya escapado a Mickey Rourke por su papel en «El luchador». Pocas veces han estado tan ligados un actor y un papel. De hecho, sin Rourke, «El luchador» sería otra película distinta. Totalmente.

 

Desde el principio, con esos excepcionales títulos de crédito en que se hace repaso, a través de los recortes de prensa, de la historia triunfal de Randy «The Ram» Robinson para terminar desembocando en una de las imágenes más cargadas de patetismo de la historia del cine: el envejecido luchador, sentado en una silla, medio de espaldas, absolutamente roto y derrotado, después de una infame pelea de lucha libre en un antro de la peor estofa.

 

Esos grasientos pelos rubios, esas cicatrices, los estragos del tiempo, los abusos, la violencia y la vida al límite, reflejados en el careto que sólo Mickey Rourke puede prestar a The Ram. La nariz destrozada, los pómulos masacrados, los ojos hundidos… una cara que es el espejo de un alma partida y destrozada por una vida insensata y absurda… en teoría.

 

Porque muy pronto seremos testigos de la otra dimensión de The Ram. Un tipo noble, respetado por sus compañeros más jóvenes, a los que alecciona y enseña algunos trucos. Duchado y arreglado, The Ram hace partícipe al espectador de la fraternidad que se genera entre esos gladiadores de pega que son los «actores» de lucha libre.

 

Todos sabemos que el wrestling es una pantomima, una representación teatral, una ópera bufa en que los actores van ataviados con las ropas más ridículas que imaginarse pueda, adoptando rimbombantes nombres supuestamente ingeniosos y mostrando comportamientos tan desaforados como sobreactuados en escena.

 

Un Grand Guiñol que, sin embargo, requiere una dedicación plena por parte de los actores que lo protagonizan. Por un lado, han de inflar sus cuerpos de esteroides y anabolizantes, para dar la hípermusculada imagen que el público espera de ellos. Por otra parte, en el ring, han de dar espectáculo. Y ello supone protagonizar un salvaje espectáculo bañado en sangre, sudor y lágrimas; todo lo que deja visibles y perdurables cicatrices en el cuerpo y el alma de unas personas que, vestidos de calle, son anónimos currantes, ciudadanos corrientes, con sus grandezas (pocas) y sus miserias (muchas más) a cuestas.

 

Y ésa es la dimensión que más interesa al director de la película, un Darren Aranofski del que, hasta ahora, no había visto nada de su polémica filmografía: la del juguete roto que, con su dignidad a cuestas, intenta recomponer su vida, retirado del ring. Una vida complicada y difícil que terminará por convertirse en el mejor y más doloroso ejemplo de la fábula del escorpión y la rana.

 

Una gran, gran película que se erige en auténtico monumento a la estética del fracaso como actitud vital.

 

Lo mejor: los actores y la factura formal, hiperrealista, de la película.

 

Lo peor: en algunos momentos, baja de ritmo y da demasiadas vueltas.

 

Valoración: 8