Gracias, Netflix, por ‘El irlandés’

Hace unos días me preguntaba una amiga si le recomendaba ir al cine a ver ‘El irlandés’, la obra maestra de Martin Scorsese, o esperaba a verla en casa. Que le daba miedo, siendo tan larga, terminar aburriéndose. Que un amigo suyo se marchó de la sala a la hora y media de proyección. Mi respuesta fue lacónica: “Espero que ya sea un ex-amigo…”.

‘El irlandés’, digámoslo desde el principio, es portentosa desde su travelling inicial hasta que, casi tres horas y media después, asistes a uno de esos finales made in Scorsese, descarnados y amargos, pero sin afectación alguna. De ‘El irlandés’, aunque sea usted un fumador empedernido y tenga un mono casi insuperable, hay que ver hasta el último de los títulos de crédito. Porque en ‘El irlandés’ está todo, compendio de 50 años del mejor cine de todos los tiempos, de la montadora Thelma Schoonmaker a la música de Robbie Robertson pasando por los guionistas y productores Nick Pileggi e Irving Winkler.

Y, por supuesto, están los chicos listos. Los wise guys. Los goodfellas. No uno, sino varios de los nuestros. Los grandiosos Robert de Niro y Al Pacino. El inquietante y turbador Harvey Keitel y el que, para mí, se lleva la palma: Joe Pesci. Y gente nueva como Bobby Cannavale, uno de los grandes descubrimientos de ‘Boardwalk Empire’.

Sí. Estamos ante una historia de mafiosos. Puros y duros. Italianos e irlandeses. Una historia en la que los personajes están basados en otros reales, muy reales, desde el sindicalista Jimmy Hoffa interpretado por Pacino al Frank Sheeran sobre el que pivota la trama, narrador de la película y la mirada que conduce al espectador por los entresijos de los bajos fondos. Y de los altos, aunque sucios. Que nombres como los de Jack y Bobby Kennedy, Frank Sinatra o Fidel Castro no están ahí por casualidad, como James Ellroy podría dar fe.

Y sin embargo, ‘El irlandés’ es una película radicalmente original, nueva y diferente. Así lo cuenta el propio Scorsese en una magnífica entrevista que publica la revista Dirigido por… “No quería que alguien viera la película y sintiera que estaba volviendo a ver ‘Casino’ o ‘Uno de los nuestros’, y para colmo con los mismo actores. Quería regresar a este mundo, pero desde un ángulo completamente distinto”.

Y vaya si lo consigue, que el guion de Steve Zaillian es portentoso, alternando tres hilos temporales de forma paralela para contar una historia río en la que la mirada de una niña, la hija de Sheeran interpretada por Anna Paquin, sirve para ponderar el grado de simpatía y antipatía que provoca cada uno de los tres personajes principales: su propio padre, el escabroso Bufalino interpretado por Pesci y el contradictorio Hoffa de Pacino.

Otro rasgo que diferencia a ‘El irlandés’ de otras películas anteriores sobre la mafia, sean las del propio Scorsese o la mítica saga de ‘El Padrino’, de referencia obligatoria, es que no hay glamour ninguno en esta historia porque “ya he experimentado esa otra forma de mostrarles (a los mafiosos), particularmente en ‘Casino’. Me interesaba que se viera cómo funcionaba el poder en la vida real, que es silencioso y oscuro. Así son las fuerzas oscuras de la historia”, señala Scorsese.

Unas fuerzas oscuras que esta película muestra de la forma más sencilla posible, sin el aparataje visual de otras veces en Scorsese. Por supuesto que hay travellings maravillosos y planos secuencia marca de la casa, pero en ‘El irlandés’ no transmiten sensación de vértigo, adrenalina o velocidad. Desde la presentación de ese venerable anciano sentado en una silla de ruedas hasta el viaje en coche que planean los protagonistas, todo es lento y moroso, adoptando el ritmo pausado y reflexivo que requiere la historia. Como la violencia, sin espectacularidad alguna, seca y áspera como darle un lengüetazo al asfalto de una carretera. O funcional, como vemos en la secuencia del cementerio de armas o en la del muestrario de ‘herramientas’ de trabajo.

Así lo explica el cineasta italoamericano, con las cosas más claras que nunca. O tan claras como siempre… “Sentí que en esta ocasión tenía que ir a la esencia de las cosas. Y la esencia son dos o tres personas sentadas en un bar, en un restaurante o en un coche. Ni siquiera hace falta que digan qué es lo que van a hacer, porque todo pasa por una mirada”.

Hoy es el último día que podemos ver ‘El irlandés’ en pantalla grande. Para mí, haber tenido la oportunidad de disfrutar la película en un patio de butacas, lleno hasta la bandera, ha sido un privilegio. Un lujo. Para mi yo cinéfilo, para mi yo más negro y criminal, ‘El irlandés’ ha sido al siglo XXI lo mismo que el estreno de ‘El Padrino 3’ fue al siglo XX: un hito histórico. Uno de esos momentos que jamás se perderán como lágrimas entre las gotas de la lluvia.

Desde mañana viernes, ‘El irlandés’ está accesible para todo el mundo a través de Netflix. Triple agradecimiento, por tanto, a la plataforma de Reed Hastings. Primero, por producir una película tan cara: el desarrollo del programa informático para rejuvenecer los rostros de De Niro, Pacino y Pesci era demasiado costoso y en Hollywood no querían asumir el coste. Eso significa que este tour de force de Scorsese ha sido posible, única y exclusivamente, por el empeño de la plataforma televisiva.

Gracias a Netflix, en segundo lugar, por darle a Scorsese una libertad creativa absoluta, lo que le ha permitido estirar algunas secuencias más allá de lo que se hubiera atrevido a hacer si la producción le hubiera correspondido a un estudio de cine tradicional. De ahí que hayamos podido disfrutar de un espectacular monumento cinematográfico de tres horas y media de duración, algo inverosímil en estos conservadores tiempos en los que vivimos.

Y gracias a Netflix también, en fin, por haberla estrenado en cines, aunque haya sido más por obligación e interés que por amor o cariño a los cinéfilos.

De la cuestión de las salas de cine como ‘animales’ en peligro de extinción hablamos otro día. Hoy, celebremos ‘El irlandés’.

Jesús Lens

El irlandés

Quizá sea más llamativa, para espectadores extranjeros, una película titulada “El irlandés” que una que se llamara “El guarda”. O “El poli”. O “El guindilla”. O “El picoleto”. Porque el original de la delirante comedia negra dirigida y escrita por John Michael McDonagh hace referencia a la profesión del protagonista total y absoluto de un filme que podrá gustarte o enervarte, pero que no te dejará indiferente.

Sin embargo, para los extranjeros, una película titulada “El irlandés” tiene resonancias míticas a ese país fascinante, único y delicioso, la Verde Erín, poblada por solo aparentemente ariscos hombres de barba blanca que hablan gaélico y beben cerveza negra hasta derrumbarse de sus taburetes, en la barra del pub. ¡Nos gusta Irlanda y nos gustan los irlandeses! Nos gustan su cultura y sus mitos; su Guinness, su música celta y sus poderosos, grasos y calóricos desayunos. Nos encantan su independencia y su mirada única, iconoclasta y diferente. Su cultura de la resistencia. Aunque, como dice el protagonista en un momento de la película, el gran problema de los irlandeses es su incapacidad para olvidar.

Por eso, si encontramos en cartelera una película titulada “El irlandés”, nos lanzamos de cabeza a verla, sobre todo, al saber que está interpretada por Brendan Gleeson como el policía a que hace referencia el título y por Don Cheadle, que encarna a un miembro del FBI desplazado al condado de Connemara para tratar de detener a un grupo de peligrosos, letales, filosóficos e inefables narcotraficantes. ¡Esas buddy movies de compañeros radicalmente diferentes entre sí y aparentemente imposibilitados para soportarse, pero que, después…!

Me gusta el humor bestia. El humor negro. El humor ácido, corrosivo y sarcástico. El humor efervescente. Como la cal viva echada en agua. Por eso, el arranque de la película me parece magistral, marcando el ritmo y el tono de la cinta al mostrar el trompazo que se meten unos chavales que conducen borrachos y a toda leche por una carretera secundaria y, sobre todo, al recrearse en la imperturbable reacción de Gleeson, haciendo de la necesidad virtud y robando las drogas de los cuerpos, aun calientes y sangrantes, de los finados.

Imagino que habrá almas sensibles y mentes bienpensantes que, una secuencia como ésa, le parecerá grotesca, bochornosa y lamentable. En ese caso, que no vean “El irlandés”. Porque, como esa, muchas más. Y peores. Es decir, mucho mejores.

La trama y la resolución del caso, que comienza con lo que podría parecer el crimen ejecutado por un asesino serial; son lo de menos. De hecho, la decepción que provoca el hombre del FBI en sus interlocutores cada vez que señala que pertenece a narcóticos en vez de a la unidad de ciencias del comportamiento, es buena muestra del tono paródico y humorístico que impregna toda la cinta.

Una cinta dominada de principio a fin por la inmensa humanidad de Gleeson, uno de esos personajes bigger than life, vividor, drogadicto, putero, borracho, comilón, voraz lector con criterio, cinéfilo, experto nadador y un policía como los de antes, con olfato, visión y sentido común. Un poli incorruptible e inasequible al desaliento.

Un tocapelotas con un sentido del humor a prueba de bombas y portador de una dignidad y una profesionalidad más propia de los cowboys del Oeste que de los polis del siglo XXI. ¡Y ándale al son de la música de Caléxico!

Valoración: 8

Lo mejor: la despedida entre Gleeson y su madre. Porque la poesía también se puede encontrar en mitad del cenagal.

Lo peor: teniendo en cuenta que la sala estaba medio llena y que el boca-oreja la hará triunfar, lo peor sería que la retiraran demasiado rápido de las salas de cine. Por si acaso, ya tardas en verla.

Jesús Lens