No enterarse de nada

El otro día me sentí muy frustrado. Leí un comentario crítico a una información basado en cuatro puntos. El primero tomaba una parte por el todo. El segundo hacía una mala interpretación del texto y los dos últimos eran falsedades puras y duras.

Pensé darle estopa al comentarista, empezando por las falsedades, tan fácilmente desmontables. ¡Pero qué pereza! ¿Para qué perder el tiempo con una persona que, o no entiende lo que lee o directamente le da lo mismo faltar a la verdad con tal de verter su opinión? Pasé tan olímpicamente que en Tokyo habría ganado medalla.

Pero me quedó el runrún y la desazón por la falta de comprensión lectora. Es una constante. Decir o escribir cualquier cosa y que haya quien no lo entienda, lo malinterprete o lo descontextualice. ¡Quien se mosquee, incluso, sin saber de qué va la vaina! A veces, el releer estas columnas antes de mandarlas al periódico, me enfado conmigo mismo por ser demasiado reiterativo, aclarativo y explicativo. Me parece una falta de respeto al lector. Y no digamos ya cuando se trata de tirar de ironía y malafollá. Ahí hay que hilar muy fino para evitar indignaciones o malentendidos.

En las redes es habitual que personas de piel fina se den por aludidas siempre que leen algo sobre su gremio, colectivo o afición. Como si el autor estuviera pensando en ellas a la hora de escribir. Como si se les dirigiera directamente. Como si fuera algo personal. Cosas del egocentrismo y de la imposibilidad de tomar distancia. De la poca capacidad de autocrítica y de la falta de sentido del humor, también.

Cuando se publican los resultados del Informe PISA, lo primero que miro es la comprensión lectora. Por lo general, España sale por debajo de las medias europea y de la OCDE. Por si fuera poco, Andalucía aparece en los puestos de cola en nuestro país, por lo que la brecha es aún mayor.

A la hora de segmentar por género, la cosa cambia. Las chicas tienen resultados notablemente superiores a los de los chicos, estando muy por encima de las medias de la UE y la OCDE. No es de extrañar, dado que los clubes de lectura de este país se nutren básicamente de lectoras.

Tomarse en serio los planes de fomento de la lectura debería ser prioritario para nuestras autoridades académicas y culturales. El riesgo es terminar por no enteramos de nada.

Jesús Lens

Clubes de lectura

¿Conocen ustedes el origen etimológico de la palabra club? Si mis fuentes no me fallan y he hecho una correcta búsqueda en Internet, el término original en inglés se traduciría como “garrote”, esa especie de bastón que, más delgado por la parte del mango y bien grueso en el extremo, se utilizaba para golpear en la cabeza a una persona.

Y, miren que les diga, que si esa definición no es exacta, me da igual. Porque me encanta. En primer lugar, explicaría el fenómeno hooligan de determinados aficionados al fútbol. Pero es que, además, representa lo que debería suponer ser miembro de un club, dando igual si es deportivo, cultural o social.

Hacerse miembro de un club supone movimiento y acción. Voluntariedad. Decisión. Y compromiso. De ir a las reuniones, de participar en la toma de decisiones, de pagar las cuotas. Y, sobre todo, uno se apunta a un club para relacionarse, compartir aficiones y experiencias y colaborar en la consecución de un fin común. Para sacudir las neuronas, en una palabra.

Y los clubes de lectura son la quintaesencia de esa actitud agitaneuronas. Porque escribir y leer son procesos eminentemente solitarios. Actividades individuales que absorben mucho tiempo y que, sin embargo, piden a voces ser compartidas.

Con el auge de las redes sociales, cada vez hay más vías para compartir la experiencia lectora. En ese sentido, no hay más que ver la importancia creciente de los Booktubers, como prescriptores de lecturas y autores. ¡Menudo concepto, por cierto, el de prescriptores!

Pero no hay red social comparable a juntarse, un grupo de personas, y hablar cara a cara mirándose a los ojos y viéndose gesticular, mientras comentan un libro o un tebeo recientemente leído. De ahí la importancia de esos clubes de lectura que permiten socializar en torno a la lectura.

Conscientes del trascendental papel que desempeñan, Granada Noir ha posibilitado que hasta cinco clubes charlen con autores invitados al festival, para que los lectores puedan intercambiar opiniones con ellos y profundizar en el proceso de creación literaria. Los clubes de las bibliotecas municipales de los ayuntamientos de Granada y Vegas del Genil, los de las librerías Ubú y Agapea y el club Sueca, están disfrutando estos días de la presencia de Andrés Pérez Domínguez, Toni Hill, Juan Ramón Biedma, Empar Fernández y Beatriz Rodríguez. ¡Un lujazo para todos!

Jesús Lens