La policía al habla y a la escucha

Elegí la primera película que he visto en septiembre por su triple condición simbólica: española, policiaca y clásica. ‘091, policía al habla’, dirigida en 1960 por José María Forqué, es una verdadera joya, un clásico de noir patrio más reivindicable.

Con aspecto formal de realismo documental, cuenta una serie de historias cruzadas que acaecen en una tórrida noche del verano madrileño. El protagonismo recae en uno de los coches de policía que entran de servicio al anochecer, al principio de la película, tras el prólogo que sirve para presentarnos al personaje interpretado por Adolfo Marsillach.

A lo largo de la película, la dotación del vehículo policial, en la que también se encuentra un jovencísimo José Luis López Vázquez, irá atendiendo los diferentes requerimientos que llegan a través de la radio. Las secuencias de la centralita, con una simulación de las calles de Madrid y el lugar por donde circulan los distintos vehículos policiales, es todo un canto a las bondades del cuerpo de Policía, cuyos agentes son ángeles de la guardia que velan el sueño de los españoles de bien.

A la vez, conocemos la otra cara de la moneda. A los habitantes que pasean por el lado más salvaje de la vida, comenzando por un par de pícaros a quienes prestan su rostro los incombustibles Toni Leblanc y Manolo Gómez Bur. Pasaremos por el Palacio de los Deportes de Madrid, atracado para robar la recaudación en taquilla de un combate de boxeo. Acompañaremos a unos señoritos calavera que se han quedado de ‘rodríguez’ en Madrid para frecuentar a chicas de vida alegre y asistiremos a la actividad asistencial de la Policía, que luchará por salvar la vida de un chaval al que se le termina la bombona de oxígeno que necesita para respirar frente a la impotente mirada de sus padres. Y ojito al desenlace, en un inédito aeropuerto de Barajas.

Toda la película es una loa a la labor de la Policía y su tono moralizante nos sitúa perfectamente en el tiempo y en el espacio, advirtiendo a los espectadores de los riesgos de conducir bajo los efectos del alcohol o animándoles a cuidar más y mejor a la familia. Pero más allá de ese tufillo, la película es extraordinaria y toca la cuestión de la violencia contra la mujer. El ritmo, las interpretaciones y esa fotografía en blanco y negro de Juan Mariné que nos muestra una Madrid nocturna a la altura de las Nueva York o Chicago del cine negro norteamericano, incluidos sus suburbios y extrarradio.

Excelente, también, la banda sonora de Augusto Algeró, con toques de jazz en clave de big band. Sobre el final, con inspiración en clásicos como ‘La ciudad desnuda’, no les digo nada. Anímense a ver ‘091, policía al habla’ y tengan en cuenta que el cine de todo el mundo ha tratado de influir en los espectadores.

Por pura casualidad también he visto estos días ‘La jungla de asfalto’, el descomunal clásico de John Huston basado en la novela de W.R. Burnett. Los protagonistas conforman una banda de delincuentes y el policía principal de la historia es corrupto. Al final de la película, en una comparecencia ante la prensa, el comisario hace un enfervorizado discurso sobre el papel de la Policía, para lo que enciende las emisoras conectadas a varios coches patrulla.

¿Qué pasaría sin enmudecieran esas radios policiales?

Los plumillas escuchan las llamadas que los vehículos reciben desde la centralita, solicitando su intervención urgente en diferentes zonas de la ciudad. A continuación, el comisario va apagando todas las emisoras, dejando la sala sumida en un silencio que sería sinónimo de barbarie, salvajismo, muerte y destrucción: si la policía no estuviera al habla y a la escucha, a pesar de sus fallos, errores y corruptelas, ¿qué le terminaría ocurriendo a esa gente que espera su inmediata presencia?

Jesús Lens

Espectacular y realista, “Zona hostil”

No sé si es buena o mala señal, pero no se está hablando mucho de la película “Zona hostil”, fuera de los ámbitos puramente cinematográficos. Y de eso me apetecía hablar hoy, en IDEAL.

Pensando que, tras el boicot a “El guardián invisible” y, antes, a “1898: Los últimos de Filipinas”, los ánimos podían estar encendidos, me organicé para ser uno de los primeros espectadores en ver otra película española que habla de la guerra, de nuestro ejército y de sus misiones en Afganistán.

 

La película es magnífica: hora y media de puro cine bélico en la que se cuenta la historia de un rescate. Y punto. Los personajes están muy bien trazados, la tensión perfectamente mantenida y el guion es claro y conciso, sin digresiones que distraigan al espectador de lo que la película quiere narrar. Que es, como ya he dicho, la historia de un rescate.

Es cierto que hay algún diálogo sobre el papel de los militares españoles en el concierto internacional y sobre el sentido de las misiones en el extranjero. Sobre su componente humanitario enfrentado al puramente belicista, pero la esencia de la película es la operación de rescate de un contingente de médicos y soldados que había acudido a socorrer a unos militares norteamericanos heridos tras la explosión de una mina.

 

Adrenalina, acción, tensión y nervios son los grandes atributos de una cinta que, al empezar, me hizo temer lo peor, con unas aspas de helicóptero que recordaban al arranque de “Apocalypse Now” y con una secuencia trágica filmada a cámara lenta que olía a lágrima fácil.

 

Por fortuna, el excelente guion de Luis Arranz y Andrés M. Koppel y la modélica dirección de Adolfo Martínez utilizan ese punto de partida para explicar quiénes son los protagonistas, una oficial médico interpretada por Ariadna Gil y un piloto de helicóptero al que da vida Roberto Álamo, y cuál su papel en el acuartelamiento de Herat.

En apenas unos minutos sabemos quiénes son, qué hacen y en qué punto de sus vidas personales están. Y, a partir de ahí, la acción. Hasta el final. Sin análisis ideológicos ni metáforas impostadas. Sin épica de opereta ni escenografía de baratillo. “Zona hostil” rezuma realismo por los cuatro costados. Un realismo austero que no está reñido con la espectacularidad de muchas secuencias y que, gracias a la decidida implicación del ejército en la producción, resulta físico y creíble.

 

Jesús Lens

 

Vivir es fácil con los ojos cerrados

Largo y abigarrado título para una película, solo aparentemente sencilla, que nos devuelve al David Trueba más tierno, melancólico y romántico de su carrera, a través de una Road Movie que lleva a sus personajes a una Almería con aspecto de Salvaje Oeste, y no porque fuera la cuna del Spaghetti Western, precisamente.

 Vivir es fácil con ojos los cerrados

La película comienza planteando tres historias paralelas que inmediatamente coinciden en un Simca, rumbo al sur. Siempre el sur. Tres historias de las que solo la del maestro hipersensible tiene una cierta consistencia: la del chico que no se quiere cortar el pelo está demasiado cogida por los ídem y la de la muchacha embarazada en fuga está planteada con un cierto trazo hueso. En pocas palabras, demasiadas hostias que vuelan con una facilidad pasmosa como recurso narrativo para poner a los personajes en fuga y embarcarlos en una escapada que tiene como destino la Almería rural y costera en la que John Lennon se encuentra filmando la película “Cómo gané la guerra”.

Pasado ese arranque, la película coge inmediatamente vuelo gracias, sobre todo, a la deslumbrante interpretación de un Javier Cámara que hace suyo el personaje principal, hasta el punto de que sería impensable que cualquier otro actor español, extranjero o extraterrestre lo hubiera podido interpretar. ¿Habrá escrito David Trueba el guion pensando en él? Porque la identificación es total y absoluta.

 Vivir es fácil ojos

Entre risas y charlas, canciones y miradas perdidas, bromas y tarteras; vamos conociendo a los personajes a la vez que ellos se descubren a sí mismos: sus sueños, sus decepciones, sus anhelos, sus planes, sus miedos, sus confusiones… ¡y así llegamos a Almería! Almería como territorio mítico en el que el personaje interpretado por Ramón Fontseré tiene uno de esos bares que ya forman parte de la Lista Imprescindible de los Garitos del Cine Español.

La Almería que nos muestra Trueba es la Almería subdesarrollada y miserablemente pobre de hace cincuenta años. Una Almería en la que los niños tienen tracoma y no van a la escuela porque tienen que ayudar a la mama, vendiendo chumbos o limpiando coches. Niños que no disfrutan ni cuando les regalen un balón de fútbol, prefiriendo un duro que llevarse a la boca. La presencia de una amplia y variada galería de mostrencos con acento ininteligible, desde el “gerente” del hotel en que se alojan los protagonistas a los parroquianos del bar, pasando por la pareja de la Guardia Civil o el acomodador del cine, le aportan un necesario tono de humor a la historia, evitando así que caiga en lo excesivamente dramático o en lo almibarado.

 Vivir es fácil

Porque lo mejor de “Vivir es fácil con los ojos cerrados” es la deliciosa relación que se establece entre el triángulo protagonista: su complicidad, su enamoramiento más o menos platónico, su sintonía, su saber hacer y su saber estar. Y, por supuesto, su ansia de libertad y de encontrar horizontes más abiertos, más amplios y más luminosos que los ofrecidos por aquella España triste, gris, fría y de tiros largos.

Hasta llegar al final. Un final épico. Mitológico. El único final posible. Un final abierto y repleto de posibilidades que se adecúa perfectamente al tono de la película. Un final conciliador, en el que encajan todas las piezas de una historia maravillosamente escrita y filmada con el cariño, el mimo y el tiento que la misma requiere.

 Vivir es fácil ojos cerrados

Y llegados a este punto, si quieres saber para qué viajan los protas a Almería y si conseguirán encontrar a John Lennon y con qué fin, tendrás que darte un salto al cine más cercano y sacar entrada para “Vivir es fácil con los ojos cerrados”.

 Porque no es lo mismo ver una película que ir al cine.

Jesús Lens

En Twitter: @Jesus_Lens

El verdugo

50 años. 50 añitos de nada cumple una película mítica de la historia del cine. «El verdugo», de Luis García Berlanga.

El Verdugo

Hace unos años, escribí este artículo en IDEAL, recordando el origen de la historia escrita por Azcona y dirigida por uno de los grandes genios del cine mundial.

El verdugo Berlanga

A ver qué te parece, pero yo creo que no han perdido vigencia. Ni el artículo ni, por supuesto, la película, clásico imperecedero per secula seculorum. Y amén.

El verdugo cartel

Jesús Lens

En Twitter: @Jesus_Lens

15 años y un día

Que la última película de Gracia Querejeta tenga título de condena carcelaria no es casualidad. “15 años y un día” alude tanto a la edad del protagonista de la cinta, Jon, un adolescente más coñazo que problemático; como a la pena que su actitud displicente, contestataria e insoportable supone para su atribulada madre, una Maribel Verdú que, no nos cansamos de repetir y como los buenos vinos, mejora con la edad.

15 años y un día

Al niño, a Jon, al pollo, al jovenzuelo… la verdad es que dan ganas de darle una buena mascá desde que empieza la película. Por otro lado, tampoco hace nada lo suficientemente grave o repulsivo como para ganarse las antipatías del espectador.

Y ahí radica el gran logro del guion y la brillantez de la puesta en escena de una película para nada fácil o sencilla: en la alquimia conseguida en torno a ese Jon que es tierno y adorable a ratos y literalmente ajusticiable un momento después. ¡Como la vida misma! Porque Jon es él, sus circunstancias y sus contradicciones. Solo que su madre no puede con él. Y decide mandarlo con Max, el abuelo. Un tipo serio, adusto y estricto, antiguo militar destinado en los Balcanes, que tratará de meter al muchacho en vereda.

Y justo cuando uno podía pensar que la película se deslizaría por terrenos cercanos al Clint Eastwood de “El sargento de hierro”, de acuerdo con la célebre máxima confuciana de que “La violencia nunca es la solución a los problemas, pero una hostia a tiempo te pone en camino”; nos encontramos con que Max, maravillosamente interpretado por Tito Valverde, es tanto o más vulnerable que Jon.

15 años y un día valverde

Lástima que, pasada la mitad de la película, cuando la historia da un giro copernicano y la familia se ve obligada a reunirse, el ritmo de la narración pegue un bajonazo y el intimismo de determinadas secuencias se convierta en aburrimiento. ¡Muy difícil, huir de determinados lugares comunes, pero las secuencias de hospital parecen siempre cortadas por el mismo patrón! Eso sí, la charla entre el personaje de la madre y el de la policía es impagable.

“15 años y un día” es una de esas películas españolas pequeñas e intimistas que cuentan una historia de aquí y de ahora. Un pequeño bocado de realidad que se centra en unos personajes sencillos y de andar por casa, en sus cuitas y circunstancias, en el momento vital por el que atraviesan.

15 años y un día verdú

Sin aspavientos, sin grandes y melodramáticos discursos, a través de una dirección serena y pausada, Gracia Querejeta ha filmado una película que se ve con agrado y que deja buen sabor de boca, cuyo final resulta muy emocionante, pero que será recordada, sobre todo, por la dedicatoria final: “A mi padre”

Más que merecida.

En Twitter: @Jesus_Lens