Ser espía es perjudicial para el alma

Se llama Thomas Kell y está en crisis. Existencial, de identidad y de la mediana edad. Un tipo que, frisando los cincuenta, no sabe qué hacer con su vida. Como tantos otros. En vez de comprarse una moto de gran cilindrada o hacer una larga e introspectiva ruta de senderismo, Kell ha dejado el alcohol, el tabaco… y al MI6 británico, institución para la que trabajaba. Y es que el bueno de Thomas es espía. O miembro de los servicios secretos, como prefieran.

El escritor Charles Cumming

“Kell contempló los ordenadores, los teléfonos, los blocs de notas y las tazas de café semivacías, toda la parafernalia del escrutinio y la vigilancia, y se preguntó una vez más si todo aquello terminaría valiendo la pena”. Como les digo, Thomas Kell es un espía en horas bajas y sumido en un mar de dudas. No les contaré por qué. ¡Descúbranlo ustedes! A cambio, una advertencia: si no han leído ninguna de las novelas de Charles Cumming protagonizadas por Kell y publicadas por Salamandra Black… ¡Enhorabuena! Tiene usted suerte. Porque estamos frente a una de las grandes trilogías contemporáneas dedicada al mundo del espionaje y los servicios secretos, compuesta por ‘En un país extraño’, ‘Complot en Estambul’ y esta fascinante e imantadora ‘Conexión Londres’ que comentamos hoy. Su lectura compulsiva es de lo más recomendable. Afectará a su vida social, dado que cancelará planes, citas y compromisos, pero recuerde que como en casa, leyendo, en ningún sitio.

Al comienzo de ‘Conexión Londres’, Kell es un hombre sin rumbo por culpa de un terrible episodio de su pasado más reciente. Y de las dudas que le ofrece una profesión que, como tantas otras, está en plena transformación. “¿Qué puede hacer un espía que no pueda hacer un dron hoy en día? ¿Acaso somos más útiles que un virus software, que un malware, que una cámara de seguridad o que un satélite o un teléfono móvil?” Jodida digitalización…

Quiere el destino que en su camino se cruce un homólogo del espionaje ruso con el que mantiene una relación que podríamos definir como contradictoria. “Nada de piedad, nada de compasión, nada de amabilidad. Tal vez había un código de honor entre ladrones. Pero entre espías, jamás”.

A la vez, en otro hilo argumental de la novela, un sujeto bastante sospechoso entra a Inglaterra de manera irregular. Se llama Shahid y parece albergar aviesas intenciones. Está muy adoctrinado, ha combatido en Siria, es firme partidario de la Yihad y ha vuelto a casa.

Si a usted le gustan las novelas clásicas de espías, el escocés Charles Cumming está en la estela de John LeCarré. Después de licenciarse en Literatura Inglesa por la Universidad de Edimburgo, el MI6 le hizo una de esas ofertas que sí se pueden rechazar, pero que despiertan el gusanillo. Aunque no se enroló en los servicios secretos, Cumming empezó a escribir una ficción muy apegada a la realidad. Y es que en ‘Conexión Londres’, como en ‘La violonchelista’ de Daniel Silva, de la que les hablé hace un par de semanas, también hay oligarcas rusos que trabajan para la mafia que Putin ha instaurado en el Kremlin. Yihadismo y mafia rusa. ¿Se puede escribir de asuntos más radicalmente contemporáneos?

A la vez, estamos ante una novela de aliento clásico, insisto, en la que el autor no deja de reflexionar sobre la esencia del espionaje, con perlas como esta: “Estar mintiendo todo el rato, valiéndote de subterfugios, de ocultaciones, tratando de anticiparte al otro, es un proceso agotador. Es perjudicial para el alma”.

Hoy martes, en el Club de Lectura y Cine de Granada Noir y Librería Picasso, hablamos de ‘Conexión Londres’, Cumming y espionaje. Va a ser una gran tarde, ya lo creo que sí.

Jesús Lens

Complot en Estambul

Hay novelas que, desde el título, parecen escritas para uno. A mí me ha pasado con ‘Complot en Estambul’, de Charles Cumming, publicada por Salamandra Black. Dentro de la amplia panoplia de subgéneros del noir, el de espías es uno de los más atractivos. El problema es que resulta difícil encontrar novelas creíbles de espías, más allá de los clásicos británicos de toda la vida.

El cine ha condicionado exageradamente el género de espías, metiéndole adrenalina y dosis de acción por un tubo desde los tiempos de James Bond. Como muestra, las Misiones radicalmente Imposibles de Tom Cruise o el robótico Jason Bourne.

De un tiempo a esta parte y gracias a las series de televisión, las tramas de espionaje están descendiendo a ras de tierra, humanizando a los personajes, haciéndoles interaccionar con una tecnología razonable y mostrando sus dudas y zozobras, más allá de sus músculos. El ejemplo paradigmático es la portentosa ‘Oficina de infiltrados’ de la que en otras ocasiones les he hablado.

De ahí mi alborozo al hincarle el diente a ‘Complot en Estambul’, una novela adulta sobre espías contemporáneos en la que la máxima proeza atlética del protagonista, Thomas Kell, es subir unas escaleras a todo correr y terminar roto y extenuado, con el corazón a punto de salírsele del pecho.

Kell es un antiguo espía que, caído en desgracia, trata de volver a incorporarse al MI6 británico. Hizo su aparición literaria en ‘En un país extraño’, también publicada por Salamandra Black, pero he preferido sumergirme directamente en una trama que transcurre en una de mis ciudades favoritas, entre el puente Gálata y el Bósforo.

No les cuento nada sobre la trama de ‘Complot en Estambul’, más allá de que se trata de una historia de agentes dobles, lealtades y traiciones muy bien construida. Viaja de Gran Bretaña a Turquía, pasando por Grecia y Croacia. Comienza con la exfiltración de un agente iraní y termina… ¡Ay, cómo termina!

Detalle importante: el autor de la novela, Charles Cumming, además de licenciarse en literatura inglesa, fue tentado por el Servicio Secreto Británico para unirse a sus filas. Hizo los primeros cursos de formación, pero terminó dándole con la puerta en las narices al MI6 y se dedicó a contar en su obra literaria lo que aprendió durante aquellos años de aprendizaje, por lo que sabe bien de lo que escribe.

Jesús Lens