LA DUDA METÓDICA

¿Para qué preferir el conocimiento, que es un camino largo y complejo, al utilitarismo de la posesión inmediata?

 

Una pregunta que se hace Rafael Argullol y que, pienso, es inevitable que nos la hagamos todos, alguna vez en la vida. Él habla, en concreto, sobre la educación. Pero ¿no es un planteamiento abierto a todos los órdenes de la vida?

 

Personalmente, soy un convencido de las bondades de los caminos largos y complejos, aún con sus dificultades, penalidades y sinsabores. En los caminos tortuosos, detrás de cada curva hay una esperanza, una nueva visión y una panorámica distinta. En los caminos complicados, cada dificultad vencida supone un logro digno de celebración. Y vosotros, ¿que pensáis?

 

Jesús Lens, abisal, a lunes.

CAMINO

No lloré viendo «Camino». No sé exactamente la razón, entré al cine convencido de que iba a ver un dramón decimonónico en que el malo de la película era la Iglesia, en concreto, una de sus sectas: el Opus Dei.

 

Por eso, nada más ver cómo empezaba el filme, en esa habitación del hospital, me quedé a cuadros. No porque la película empiece por el desenlace, algo habitual y a lo que estamos acostumbrados, sino por el tono, la serenidad y la contención con que está filmado.

 

Y ése es el gran acierto de Fesser, precisamente: no haber filmado el panfleto que «Camino» podía haber sido. El respeto, el cariño y cuidado con que está tratada la historia de esa niña enferma hace que la película sea irreprochable. No sé qué es lo que habrá fastidiado a la familia de Alexia, la chiquita en que la película está basada. Supongo que habrá sido la ficción que hace Fesser de convertir a Jesús en un niño, jugando con la humanidad y la divinidad del personaje y, por tanto, haciendo carnal ese amor tan inmenso de una personita que tuvo que ser sinceramente excepcional.

 

Y precisamente por eso, por la serenidad con que todo está contado, la película provoca tantas sensaciones en el espectador. Del goce de ver a una niña radiante y feliz a la indignación de ver cómo le van segando la hierba a sus pies, de forma sibilina, aprovechándose de su bondad, cortocircuitándole todas las vías que la chiquilla encuentra para ser feliz, desde la mera lectura de un libro de su elección a tomar parte en una representación teatral.

 

Sobre todo, porque el personaje de la hermana mayor es como una siniestra sombra de lo que espera a la pequeña Camino, en su futuro, si sigue bajo la zarpa de seda de su madre.

 

La interpretación de todos los actores, con la vitalista Nerea Camacho a la cabeza, es prodigiosa. Sin necesidad de estridencias o dramones existencialistas, sin apelar a la lágrima fácil o a histéricos conflictos entre los personajes -lo que habría servido de exorcismo para el espectador- Fesser consigue provocar sentimientos a menudo contradictorios. Por un lado, la alegría contagiosa de Camino, su entereza y su amor por su familia; impresionan.

 

Por otra parte, encontramos el estoicismo de los padres, su capacidad de aguantar los embates del destino. Un estoicismo que, a veces, provoca admiración y otras, sin embargo, resulta indignante, estomagante y angustioso, dándote ganas de saltar al otro lado de la pantalla y partirle la cara, esencialmente, al padre de Camino. Porque el límite entre la sorda resignación, la serena aceptación, la pusilanimidad y la estulticia pura y dura… es demasiado liviano.

 

O la frialdad de la hermana de la protagonista; su cara, su expresión de aturdimiento cuando Camino le dice que rezará para que también se ponga enferma y muera, ya que siente envidia porque ella pronto estará con Jesús…

 

Dos horas y media de puro cine. Un cine que no es fácil, pero que no deja indiferente. Cine de los sentimientos, de las relaciones, de las sensaciones. Tras la sorpresa que supuso, el año pasado, el triunfo en los Goya de la arriesgadísima «La soledad», de Rosales, este año ha ganado otra película a contracorriente, arriesgada y comprometida. ¿Un signo de que algo está cambiando, también, en el cine español?

 Lo mejor: Las (contenidas) interpretaciones de todos los actores, en una historia muy proclive al melodrama más facilón y sentimentaloide.

 

Lo peor: Que no sea una historia de ficción.

 

Valoración: 8 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.         

HACIENDO CAMINO

Hoy hemos declarado un Día Machadiano en la Blogosfera, para conmemorar el setenta aniversario de la muerte del poeta andaluz. Justo cuando esto salga al aire, en Sevilla se habrá dado el pistoletazo de salida a la XV Maratón Popular, la de mi debut en la mítica distancia de los 42,195 metros.

 

¿Qué otro poema podía elegir, hoy, sino éste?

 

¿The Road to glory o The road to perdition?

 

En cualquier caso, este poema y esta carrera; la gloria, el fracaso, el esfuerzo… todo ello está dedicado a ese otro camino que ahora se abre por delante… Revolutionary Road.  

 

 

Caminante No Hay Camino

de Antonio Machado

 

Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre el mar.

Nunca perseguí la gloria,
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles,
como pompas de jabón.

Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse…

Nunca perseguí la gloria.

Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.

Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.

Caminante no hay camino
sino estelas en la mar…

Hace algún tiempo en ese lugar
donde hoy los bosques se visten de espinos
se oyó la voz de un poeta gritar
«Caminante no hay camino,
se hace camino al andar…»

Golpe a golpe, verso a verso…

Murió el poeta lejos del hogar.
Le cubre el polvo de un país vecino.
Al alejarse le vieron llorar.
«Caminante no hay camino,
se hace camino al andar…»

Golpe a golpe, verso a verso…

Cuando el jilguero no puede cantar.
Cuando el poeta es un peregrino,
cuando de nada nos sirve rezar.
«Caminante no hay camino,
se hace camino al andar…»

Golpe a golpe, verso a verso.

MALVERDE Y, ADEMÁS, COBARDE

A estas horas, debería estar entrando en la parte más agonística del entreno de hoy, superando los veinticinco kilómetros de carrera. Y, sin embargo, aquí estoy, en casa, con el culamen apoltronado en el sofá.

 

Sí. Soy un Malverde. Lo dije una vez y hoy lo repito. Y, además, un cobarde, que se amilanó ante el entrenamiento que, de cara a la Maratón de Sevilla, habían preparado los sabios, buenos y comprometidos amigos de Las Verdes: 31 kilómetros a una buena velocidad, unos 4,40 minutos el kilómetro.

 

Primero, lo de madrugar. No puedo. Es superior a mis fuerzas. De lunes a viernes no me queda más remedio. Pero los fines de semana… como mi Alter Ego, soy ave nocturna y, aún refugiado en mi nido, me gusta estirar la velada hasta adentrarme en el silencio y el sosiego de la madrugada, leyendo, escribiendo, escuchando jazz.

 

Pero lo peor no es eso. Lo peor es que he perdido la pulsión por competir. Por competir, que no por correr, que conste. ¿Dónde quedan ahora las sensaciones?

 

A ver si me explico.

 

A lo largo de estos meses, mi evolución como corredor aficionado y voluntarioso ha sido aceptable, dadas las limitaciones de un físico absurdo para el atletismo y una edad tirando a provecta. Perdí peso, llegué a doblar sesiones de entrenamiento, hice series… y mejoré.

 

Pero ya no. De repente, en un último ajuste de cuentas conmigo mismo que aún tenía pendiente, mis salidas a correr han vuelto a ser como las de antaño: tranquilas, sosegadas, introspectivas y soñadoras. Esto es: me calzo las zapatillas, echo las piernas adelante y comienzo a divagar, a discurrir, a imaginar y a solazarme en un mundo de fantasía que me aleja de tiempos, cronómetros, ritmos y pulsaciones.

 

Lo mismo invento relatos que se me ocurren artículos y reportajes. Igual fantaseo con Natalie Portman que me descubro pensando hacia donde empezaría mi recorrido si decidiera dar la vuelta al mundo. Y los kilómetros van cayendo tranquila y sosegadamente. De repente, me adelanta otro corredor. Y ni me inmuto. Paso. No entro al trapo. No intento aguantarle, seguirle y readelantarle. Me da igual. Así las cosas, ¿cómo salir con Las Verdes a hacer un duro y exigente entrenamiento? ¿Cómo no tener miedo a no estar a la altura y a no poder aguantarles ni siquiera en los primeros kilómetros? Lo dicho, además de un Malverde, un cobardón cagón y asustón, por mucho que hace escasos días tuviera un gran entrenamiento, al límite, contra viento y marea.

 

Además, ya me están saliendo barriguita y flotadores otra vez. Ya puede estar tranquilo mi amigo Rafa. Se acabó el Lens espelichao y demacrado que tan preocupado le tiene. Y, por tanto, se acabó mi evolución como corredor. 2008 marcó mis mejores tiempos en carrera y sé, positivamente, que ya no los repetiré.

 

Lo que no quiere decir que vaya a dejar de correr. Por supuesto que no. Pero si hace unos meses me declaraba corredor, hoy vuelvo a catalogarme como jamelgo trotón. Sólo espero llegar a Sevilla y sacarme esa espinita de la Maratón, ser capaz de terminarla y cerrar definitivamente un ciclo de varios meses en que tantas y tan diferentes cosas se han mezclado.

 

Puertas que se cierran. Puertas que se abren. Caminos que se cruzan para después separarse: intersecciones, revueltas, tormentas, frío, oscuridad y, por fin, de nuevo, el amanecer. Y el horizonte por delante.

PD.- Como parece derivarse un cierto malentendido a esta Entrada, pego aquí lo que puse en un comentario:

 

A ver. Tengo que leer despacio lo que he escrito porque me parece que no me he explicado muy bien, aunque mi Alter, que por eso es mi ALter, creo que sabe de lo que hablo.

Antonio, créeme si te digo que eres el tipo con mejor cabeza que he conocido nunca. Lo tuyo es un prodigio de la naturaleza o de la genética. Tu capacidad de sacrificio sólo es comparable a tu vasta y renacentista cultura. Y esa forma tuya de ser obsesiva… ¡me gustaría que fuera la mía!!!!

Pero no lo es.

Yo soy vago. Repito: ¡Soy un vago!

Me explico.

Para mí es relativamente sencillo, en cualquier actividad QUE ME GUSTE, dar el 75%.

Y no me importa dar el 80% Y hasta el 85%.

Pero de ahí no paso.

Por eso nunca estudié oposiciones, por ejemplo.

Para dar el 100%, necesito unas motivaciones tan grandes que, excepto en contadas ocasiones en el trabajo, nunca las he llegado a encontrar.

Por eso no he escrito una novela, aunque ardo por hacerlo.

Por eso nunca aprendí a jugar bien al baloncesto.

Por eso nunca hice alpinismo en serio.

Por eso, ahora, en las carreras, sé que he llegado a mi tope.

Pero ni estoy decaido, ni venido abajo, ni triste, ni desanimado.

Os lo juro.

Es mi forma de ser. Soy feliz llegando al 85%.

Llegar al 100% requiere un nivel de compromiso, de esfuerzo y de dedicación tan grande que (casi) nunca me compensa.

¿Vale? Si estuviera mal… ¿habría hecho 25 kms. después de escribir esa entrada? No. Me habría ido a un bar y habría actuado como un Barfly cualquiera.

Lo que me sabe mal es no haber acompañado a Las Verdes, esta mañana, en su tirada. Pero tíos, es que estáis tres puntos por encima de mí!!!!!!!!

Un abrazo, colegas.

PD.- Antonio… ¡¡¡¡no cambies nunca!!! El mundo necesita de tipos como tú. Así avanza. Yo soy de los que acompañan.