Buscando una idea…

Así comenzaba yo a escribir lo último que he escrito, y que no sabía cómo escribir:

 

Nunca, jamás, empiezo a escribir sin tener una mínima idea de lo que quiero escribir. Pero llevo tres días dándole vueltas a Los 213 y no me surgen ideas. ¡Ni saliendo a correr, una de mis mejores fuentes de inspiración, lo he conseguido! Así que voy a escribir, a ver si escribiendo, me llegan. Las musas. Las ideas.

 

 

 

O el concepto.

 

 Ideas

 

¿Qué es Los 213?

 

El resultado final… ¡pronto! ¡Muy pronto!

Idea

Mientras… ¡seguimos!

 

Jesús Lens

El artista y la modelo

¡Pedazo de película, la nueva de Fernando Trueba! Tras el éxito de “Chico y Rita”, uno de nuestros directores más interesantes vuelve a dar en el clavo con esta pequeña e intimista cinta, rodada en blanco y negro, que trata sobre temas clásicos, tan antiguos como el hombre: la creación, la amistad, el respeto, el descubrimiento, la belleza, el compromiso, la vida y la muerte.

 

¡Ahí es nada!

Una película que podríamos definir como afrancesada, con un inequívoco aroma a Rohmer, por ejemplo. Una película basada en la palabra. Y en la mirada. Y las sensaciones.

Una película que se adentra en las entrañas de la creación y que, siendo muy recomendable para todo el mundo, debería ser de visión obligatoria para cualquier persona interesada en lo creativo, en lo artístico y en la búsqueda de la originalidad.

La Idea. Lo realmente complicado es encontrar la Idea.

Esa es la premisa de la que parte el artista que protagoniza la cinta, un pintor y escultor al que Jean Rochefort aporta su estólida y quijotesca figura, su rostro enjuto y afilado, sus rebeldes pelos blancos y su lánguida mirada.

 

“¡Buscando una idea!” – cantaba Manu Chao, en diversas ocasiones, en uno de sus conciertos, que escuché mil veces mientras escribía mi “Café-Bar Cinema”.

Y me acuerdo de mi querido Colin Bertholet, que tiene que ver esta película, sí o también, cuando dice que tener ideas es un paraíso, pero que ejecutarlas es un infierno.

Una chica amanece durmiendo en el quicio de una puerta. Estamos en la Francia pirenaica de los años de la II Guerra Mundial. Una señora mayor la invita a ir a su casa, le da de comer y su esposo termina por convencerla de que trabaje para él, como modelo, a cambio de acomodo en su casa de las montañas. Y de un sueldo, claro.

Ella acepta y comienza una relación de acercamiento, descubrimiento e interacción entre el artista y su modelo. Una relación entre lo personal y lo artístico en la que los primeros bocetos son como las primeras palabras que dos desconocidos se dirigen, para romper el hielo.

Cambios de posturas, apuntes desde la espalda, de frente, desde arriba… y tachones. Muchos tachones. Y vuelta a empezar. Y los diálogos. Y las miradas. Y los baños en el río. Y las risas, la naturalidad y la exhuberancia de esa jovencita, interpretada por una expresiva y admirativa Aida Folch, musa de Trueba desde hace mucho tiempo.

Hasta que, de repente, ¡ahí está! La idea. La postura. El rapto de genio e inspiración. ¿Por casualidad? ¡Jamás! Para encontrar lo que buscas, hay que invertir tiempo, ganas, esfuerzo y paciencia. Y hay que borrar mucho. Mucho que romper, olvidar y desechar.

Pero, al final, llega.

No. No voy a contar nada más sobre los personajes, sus relaciones, sus ambiciones, anhelos o deseos. Ni sobre sus conversaciones. Solo diré que “El artista y la modelo” es una película excelente que, por desgracia, pierde en su versión doblada y que ansío ver en VO subtitulada.

 

Y, por supuesto, resaltar a las maravillosas Claudia Cardinale y Chus Lampreave, cada una en su género. Porque, como el buen vino, cada día están mejor.

En tres palabras: ¡Id a verla!

Jesús Lens