Soberbios árboles

Preciosa historia con final feliz, la de la encina centenaria salvada en Albolote. Emocionante portada de IDEAL, también, la del pasado sábado, 11 del 11, con la enorme foto del árbol realizada por Jorge Pastor presidiendo la primera plana (AQUÍ, toda la historia).

Enhorabuena a todas las partes implicadas en este contencioso, desde AGNADEN, que hizo la denuncia pública sobre la intención de trasplantar una encina de cuatrocientos años para facilitar la construcción de un complejo residencial de 1.200 viviendas; hasta la alcaldesa del pueblo, que resolvió la cuestión con celeridad, tino, acierto y sentido común.

 

Y enhorabuena, por supuesto, a las 3.400 personas que, en veinticuatro horas, se habían solidarizado con la causa de un árbol de 400 años de edad en claro peligro de muerte.

 

Me gustan los árboles. Y, a medida que me hago mayor, siento una especial predilección por los árboles centenarios que, inmóviles, ven pasar el tiempo, la historia, las gentes y su paisanaje; testigos mudos de todo tipo de transformaciones, cambios y revoluciones.

 

Unos olivos milenarios, hace unos meses, como escribí AQUÍ. Una encina centenaria, ahora. Árboles singulares. Árboles diferentes. Árboles especiales. Árboles únicos que representan y simbolizan al resto de sus congéneres.

¿Cuál su árbol favorito? Yo me decanto por dos: el roble y el baobab. El roble es un árbol tan simbólico y se ha escrito tanto sobre él que voy a tratar de convencerles de las bondades del otro, del baobab, una especie arbórea un tanto feota y destartalada, pero que abriga un hermoso secreto.

 

Busquen la imagen de un baobab, si no tienen presente ahora mismo de qué árbol hablamos. ¿Rarito, verdad, todo espeluchao, con ese largo tronco liso y esas ramas tan extrañas?

 

Cuenta la leyenda que el baobab era el árbol más hermoso de la tierra, con hojas de un color tan intenso que cautivaban a todo el que las veía. Tan precioso era el baobab que terminó por creérselo demasiado, creciendo sin parar y ocultando la luz del sol al resto de árboles y plantas. Cansados de su egoísmo, los dioses decidieron darle una lección, obligándole a crecer al revés, con sus hermosas hojas y flores ocultas bajo tierra y las raíces tendidas hacia el cielo.

El baobab sería, por tanto, el único árbol que expone sus raíces al mundo, luciéndolas en todo su austero y espartano esplendor; una lección viviente sobre los peligros de la soberbia.

 

Jesús Lens

BAOBAB

2011. Año Internacional de los Bosques.

Declarado por la ONU

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Del Baobab me gusta hasta su nombre. Creo que ya he escrito, en otras ocasiones, sobre este árbol majestuoso que, para mí, simboliza la esencia del África eterna y atemporal. Cuando se le ve por primera vez, de lejos, el Baobab intriga al viajero, con ese aspecto desnudo y desabrido que presenta, como un melenudo recién salido de la cama que aún no tuvo tiempo de peinarse, como un director de orquesta desatado, con el cabello desordenado por la pasión de la música.

 

Y es que, tal y como cuenta la leyenda, lo que vemos del Baobab a diez, quince o veinte metros de altura, son sus raíces. Porque, en su momento, era un árbol tan, tan, tan bonito, sus hojas eran tan frondosas y lujuriosas, que el Baobab se envaneció demasiado, hasta el punto de que los dioses decidieron darle una lección y enterrar la copa del árbol dejando al aire sus raíces, de ahí ese aspecto de árbol invertido.

La diferencia.

Hay quién sostiene que esas ramas extendidas parecen clamar a los dioses. ¿Pidiendo perdón? ¿Exigiendo? ¿Reclamando? Y por eso, en la cosmogonía africana, el Baobab es un árbol sagrado que sirve de conexión entre la vida y la muerte, entre el Cielo y el Inframundo, entre lo terrenal y lo espiritual.

Porque, además, son árboles extremadamente longevos, con ejemplares que han cumplido la impresionante edad de 4.000 años. Sí. Cuatro mil. Por tanto, el baobab será igualmente sinónimo de sabiduría y experiencia. Si alguien le arrancara una flor, moriría devorado por un león. Por contra, quién beba agua en la que se hayan remojado las semillas de un Baobab, estará protegido contra el ataque de fieras devoradoras de hombres, como los cocodrilos.

¡Y nada de dormirse bajo sus ramas! Salvo que quieras correr el riesgo de ser arrebatado de este mundo. Por los dioses, claro…

Dado que su fruto es comestible, al Baobab también se le conoce como el Árbol del Pan y, puesto a secar, las semillas encerradas dentro de su caparazón se convierten en unas maracas naturales que los niños del Malí o Senegal pintan y decoran para vender a los turistas.

Árbol sagrado, árbol mágico… cuando caminas por África, siempre hay que acercarse a los grandes Baobabs de la sabana, acariciarlos, abrazarlos y dejarse inundar por su luz y su energía positiva.

Me gusta el Baobab. Me gusta su descuidado aspecto exterior. Su longevidad. Y que su tronco, abierto, puede llegar a albergar miles de litros de agua de lluvia, sirviendo como depósito y auxilio en los tiempos de sequía. Me gusta cómo se yergue, en mitad de la sabana, sólido, firme, solitario, majestuoso, sirviendo como nido para las aves, atalaya para los felinos y refugio para los monos y otros animales que, entre sus ramas, se encuentran a salvo.

El Baobab. Un árbol que no pasa inadvertido y se ve desde la distancia. Único. Grande. Solitario. Un árbol diferente.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.