Marcas imperecederas

En este mundo hay dos tipos de productos: aquellos que forman parte de nuestra vida de una forma tan íntima que los echamos al carro de la compra, real o virtual, sin comparar precios; y aquellos que forman parte del mercadeo habitual de un avezado consumidor.

Los productos de la marca Puleva forman parte de la primera categoría, hasta el punto de que los granadinos no pedimos en las cafeterías un batido de fresa, de vainilla o de chocolate, sino un Pulevín.

Hay marcas que forman parte de nuestro ADN, que nos configuran tal y como somos y que, por tanto, se convierten en irrenunciables. Así, en Granada, no se bebe agua embotellada o agua mineral. Se bebe agua de Lanjarón. Una cerveza no es una cerveza. Es una Alhambra. Y, a partir de ahí, diferenciamos: la Especial, la Roja o la Milnoh.

Los granadinos no leemos el periódico. Leemos el IDEAL. Y luego, ya si eso, hojeamos otros diarios. Seguimos cogiendo el Alsina, hermana pequeña de ALSA; y no pedimos un bollo al camarero, pedimos una Maritoñi. Y, si hablamos del pasteles, el Pionono… aunque nos gusten más los de chocolate o las Milhojas. Tampoco vamos al súper. Vamos al Covirán. Aunque en este sector, las cosas están más apretadas. A la hora de ir al cajero automático, eso sí, disculpen que no me pronuncie…

Creo que jamás en mi vida he comprado otra leche que no sea Puleva, a la que debemos felicitar por sus estupendamente bien llevados sesenta añazos de edad. Y en esa identificación con la marca tienen mucho que ver dos circunstancias. La primera, la mascota del CB Granada, Pulevín, ese lince tan simpático que se ha ganado el afecto y el cariño de mi sobrina Carmela.

La segunda: una visita que hice de niño, con el cole, a su fábrica del Camino de Purchil. Nunca olvidaré las imponentes máquinas en las que se hacía la mantequilla, ese placer gastronómico que forma parte de mis desayunos diarios desde que tengo uso de razón. De repente, la mantequilla era un ser vivo y complejo, no solo un producto que se vende en tarrinas y se extiende con un cuchillo sobre el pan tostado y crujiente.

Seguro que, hoy, ocurren cosas mucho más importantes en el mundo, pero a mí me apetecía compartir con ustedes este desayuno de cumpleaños.

Jesús Lens

Lanjarón: 200 años con el agua corriendo en vena

El agua Lanjarón celebra su 200 aniversario incrementando sus ventas en España, con presencia en 2,3 millones de hogares, y convertida en una de las marcas de referencia del grupo Danone

Se dice que por las venas de los habitantes de Lanjarón corre el agua, en vez de la sangre. Y que por eso son uno de los pueblos más longevos del mundo, gracias a un agua pura y mineromedicinal que este año cumple su 200 aniversario, tal y como explicó Eric Escobedo, alcalde de la localidad alpujarreña, en la presentación de los actos conmemorativos de la efeméride.

En la entrada de la planta embotelladora del agua Lanjarón, un enorme cartel da la bienvenida al visitante con toda una declaración de principios: “Nuestro objetivo en seguridad: 0 accidentes”. Y un dato, ilustrativo y elocuente: “371 días sin accidentes con tiempo perdido”. Efectivamente, durante a la visita a la planta, se constata el compromiso con la seguridad, uno de los principios básicos de la empresa.

Junto a la seguridad, la calidad. Y, de su mano, el cuidado por medio ambiente. Los tres pilares básicos sobre los que se asienta el funcionamiento de una de empresa que comercializa “un producto excepcional, apreciado por su calidad y características únicas y con un fuerte arraigo emocional, tanto dentro como fuera de Andalucía”, en palabras de François-Xavier Lacroix, director general de Aguas Danone, grupo mundial que produce anualmente 28.000 millones de litros de agua, con presencia en más de 200 países y que incluye a marcas tan reconocidas como Evian, Volvic, Aqua o Bonafont.

Las cifras avalan el compromiso de Lanjarón con la calidad: más de 300 millones de litros de agua vendidos en 2017, con una cuota de mercado del 5%, la más alta de los últimos cinco años. Andalucía es su mercado principal, seguido de Valencia, Cataluña y Baleares.

Tal y como explica Guillaume Millet, el director de marketing de Aguas Danone, “Lanjarón es una marca histórica, un agua que apuesta por valores de calidad y sostenibilidad sin renunciar a la innovación, con formatos y propuestas adaptados a las demandas de un consumidor cada vez más exigente y a un mercado que se enfrenta a grandes desafíos”.

Destaca el exhaustivo trabajo realizado en el laboratorio, con análisis constantes del agua embotellada y una notable inversión en recursos científico-tecnológicos. Además, la planta embotelladora de Lanjarón también dispone de una sala para catas ciegas de agua que, con varias pruebas diarias, permiten garantizar la calidad del agua embotellada cada día.

Es necesario destacar, igualmente, el compromiso de Lanjarón con el medio ambiente: tras el lanzamiento en 2017 de su botella roja, fabricada en 50% de PET reciclado (r-PET) y completamente reciclable, el desafío para este año es lanzar la misma botella, pero fabricada en 100% con r-PET.

Botellas que, en ocasiones, lanzan ediciones especiales conmemorativas de determinadas fiestas y celebraciones, como se podrá comprobar durante el próximo Corpus granadino.

Desde el punto vista del empleo, tal y como señala José García, director de la planta de embotellamiento “para quienes trabajamos en Lanjarón, es un honor formar parte de la historia de una empresa que ha sido desde siempre un motor para nuestro entorno”. Efectivamente, el 95% de la plantilla, que cuenta actualmente con 200 trabajadores, está formada por habitantes de la localidad de Lanjarón, con varias generaciones vinculadas a su actividad.

Una plantilla especialmente comprometida con la sostenibilidad y el medio ambiente, plenamente concienciada de que, para poder seguir comercializando un agua de la mejor calidad, Sierra Nevada debe seguir siendo un modelo de gestión ecológica.

200 años de agua de Lanjarón, una de las marcas granadinas de referencia con impacto nacional, en pleno proceso de crecimiento y expansión, cada vez más presente en los hogares de nuestro país.

Jesús Lens

Lanjarón, pura Alpujarra

“Lanjarón no es solo la puerta de la Alpujarra o una larga calle longitudinal por la que pasaba la antigua carretera. Lanjarón no es solo el Balneario o el nombre de un agua mundialmente famosa. Lanjarón es todo eso… y mucho más”.

Amanda habla con torrencial pasión de Lanjarón mientras comemos pausadamente en la encantadora terraza del Hotel Alcadima, que su familia regenta desde hace décadas. Aunque el motivo de mi visita a Alcadima es gastronómico, la conversación con Amanda nos lleva por caminos insospechados, transitando de lo turístico y lo cultural a lo botánico, lo geológico y lo paisajístico. Me recomienda rutas de senderismo, me anima a descubrir el Valle de Lecrín y me desafía a perderme por las calles de Lanjarón, sin prisas.

Es cierto que siempre he venido con bullas a este pueblo. O que he pasado por él, sin detenerme.  La última vez, hace un año largo, cuando hice el Cañón Trail, tan arrebatadoramente hermoso, entre el río, las acequias y la Sierra; como duro y complicado, con aquellas curvas de herradura empedradas que me destrozaron un pie.

El equipo de gobierno de Lanjarón, joven y con empuje, organiza pruebas deportivas como el Trail o el circuito de bicicleta de montaña, para atraer a un público distinto a la localidad. O el Lanjarock, recién terminado.

Le hago caso a Amanda y camino por el pueblo, dejándome llevar. Asomo a la preciosa Placeta de Santa Ana, por ejemplo, y me deleito con el agua fresca de su fuente, tras leer los versos de Lorca que la decoran. Me asomo a los miradores del fondo de Lanjarón y subo por el sendero de Tello.

Regreso por el Barrio Hondillo y voy disfrutando del contraste entre comercios tradicionales y otros de nuevo cuño, de “La Runa”, una tienda con nombre vikingo que vende hidromiel, a otra especializada en cervezas artesanales, pasando por la Rober Barbershop, tan molona que cualquiera diría que estamos en el Greenwich Village neoyorquino.

El contraste de gente, un lunes por la tarde, es igualmente interesante, desde los mayores que se asoman al río, a la altura del Museo del Agua, a montañeros de regreso de sus caminatas; ciclistas, hippies y chaveas que corren por las calles.

Me gusta Lanjarón. De hecho, ya me gustaba antes. Es solo que, hasta hoy, no he terminado de darme cuenta.

A esta escapada de 24 horas, le he sacado partido. Escribiendo sobre la embotelladora de Agua de Lanjarón para el suplemento económico Expectativas, de IDEAL (leer AQUí) y otro reportaje sobre el agua como elemento gastronómico, para el suplemento Gourmet (leer AQUÍ) Además, aproveché para conocer el restaurante Alcadima, como os contaba. Y le hice reseña para el Gourmet de una semana después (Leer AQUÍ)

¡Que no se diga que no amortizamos los viajes!

Jesús Lens