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Ese amarillo reventón

El miércoles, al terminar nuestra charla en Tendido 1, en la Plaza de Toros, para el Gourmet de hoy viernes, Antonio Navas se brindó gentilmente a llevarme al Zaidín en coche, que eran ya las tres de la tarde y él tenía clase lejos. Deseché su invitación porque en mi cabeza tenía un plan: pasearme despacico por la Gran Vía. A la ida la había recorrido a tó meter para no llegar tarde y, de vuelta, quería caminar un poco en plan contemplativo, como nos aconseja Buyng-Chul Han.

 

La Gran Vía, ustedes ya lo saben, está ahora reventona gracias al amarillo subido de los Ginkgo biloba, esos fósiles vivientes que, en forma de árbol, son un desafío para la eternidad. Me flipa pasear por allí y deleitarme en toda una explosión de color. Sobre todo en domingo, cuando el tráfico es menos denso, resulta toda una experiencia que les recomiendo vivamente. En el Zaidín también tenemos algunos, con forma de árboles danzantes, pero ver la Gran Vía teñida de amarillo cuan larga es resulta muy bello y evocador. 

¿Se acuerdan que hace un par de días les decía que Pantone ha elegido el ‘blanco nube’ como el color del año 2026? Pues este amarillo es justo lo contrario, que despierta los sentidos y estimula a lo bestia. De hecho, psicológicamente, activa el cerebro, la memoria y la comunicación, como si condensara las propiedades del sol. Pero a la vez, y aquí llega la contradicción que le da una mística especial a este color, el exceso de amarillo puede generar ansiedad, irritabilidad y desequilibrar nuestra serenidad y paz espiritual. De ahí que se identifique con el color de los locos. 

¿Será por eso que en la Edad Media, en Europa —y en otros tiempos no medievales, pero sí oscuros y tétricos— el amarillo se usara para identificar y, de esa manera, cuestionar y acusar a las personas supuestamente desviadas y/o fuera del sistema? Lo mismo, también, viene de ahí el aforismo estético del mundo de la moda: “igual que no hay campo sin grillo, no hay horterillo sin amarillo”.  

El color de marras tiene su feliz dimensión lisérgica desde los tiempos del LSD. ¡Que se lo digan a aquellos Beatles que presumían de vivir en un submarino amarillo! ¿Y qué me dicen del popular juego del coche amarillo? Termino recomendándoles encarecidamente, por supuesto, la lectura del ‘Amarillo’ de Blacksad. ¡Salud!

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