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Tierra de mafiosos

Se acabó lo que se daba para mucha gente. Y no. No me refiero a quienes les toca volver de las vacaciones, si han tenido la suerte de disfrutarlas. Al menos, no sólo a ellos. Porque a los Harrigan también se les ha acabado el chollo. Y a los Stevenson. Hablamos de dos familias que son al Londres contemporáneo lo que los Corleone y los Tattaglia a la Nueva York de la posguerra. Salvando las distancias, claro. 

Tenía mis reservas sobre ‘Tierra de mafiosos’. El título me parecía tan burdo que me echaba para atrás. Y es que hay fusiones de palabras que, en el original anglosajón, suenan mucho mejor que en su traducción literal. ‘MobLand’, sin ir más lejos.  

El caso es que, cuando mostré mis reticencias, nuestro compañero José Enrique Cabrero se encargó de despejar mis dudas: “que la veas”, me dijo. “Y que te calles ya”, entendí yo, además y subrepticiamente. Dicho y vista. Al principio, varios episodios a la semana (pero nunca más de uno al día, una regla que me he autoimpuesto, como la de tratar de no pasar tanto tiempo pegado al móvil). Y después, uno cada lunes, que Sky-Showtime nos los iba racionando.

Me gusta que me impongan esa disciplina. Que termine un capítulo en tó lo alto… y saber que tendré que esperar, sí o también, para conocer lo que pasa en el siguiente. Antes era de pegarme atracones. Ahora he aprendido a controlar el ansia. Aunque a veces… La verdad es que estas fechas invitan a bajar la persiana a eso de las cuatro de la tarde y enchufarse una buena dosis de episodios en vena. Sobre todo cuando son tan intensos como los de ‘MobLand’. 

Los Harrigan, les decía. Son los grandes protagonistas de una serie en la que la sombra de Guy Ritchie, que actúa como productor y director de algunos capítulos, es felizmente alargada. Se reconoce su impronta tanto en los personajes —ese momento en que el patriarca interpretado por un excesivo Pierce Brosnan sale de casa y se acomoda sus atributos como el garrulo que es, a pesar de ir vestido como un gentleman que sale de caza— en el tono visual, en el humor y en la música. 

Los Harrigan, como los Corleone en su día —se llega a ironizar con ello en un capítulo— se enfrentan a un dilema: entrar en el negocio del fentanilo o no hacerlo. Y es que, si se meten en ese jardín, les tocará enfrentarse a los Stevenson. Además, tienen que lidiar con la impulsividad de uno de los benjamines de la familia, el joven Eddie, el niño mimado de su abuela Maeve, interpretada por una desatada Helen Mirren. Menos mal que cuentan en sus filas con Harry Da Souza, una especie de Sr. Lobo al que Tom Hardy aporta su proverbial y amenazadora inexpresividad. 

De por medio hay abogados, aliados y rivales. Familiares con problemas de identidad, ansiedad e insomnio; amigos de la familia y, por supuesto, policías e investigadores. Hay narcotraficantes —homenaje al ‘Scarface’ de Pacino incluido— y hasta sale Jordi Mollà interpretando al líder de un cártel mexicano. 

La vi. Y muy bien, oigan. Me alegro de haberle hecho caso a mi querido José Enrique. Pero les confieso que sólo me decidí cuando el algoritmo, que me conoce como si me hubiera parío, empezó a bombardearme con el anuncio de que Showtime había aprobado la segunda temporada.

Si les gusta el ‘noir’ gangsteril más contemporáneo con cliffhangers de los de cortar el hipo y giros de guion inesperados, ‘Tierra de mafiosos’ es su serie para este final de verano.

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