Me hizo tanta ilusión que del bote que di y de haber estado en una cancha de baloncesto, habría hecho el único mate de mi vida. ¡Impedimenta iba a publicar un libro de Mark Frost! ¡Foh!
Les confieso que, no fuera a estar sufriendo una alucinación, comprobé que el Frost del que se anunciaba el lanzamiento de ‘La lista de los siete’ era ESE Frost, y no Robert Frost, el poeta norteamericano, que peores lapsus he tenido. Pero sí. Hablábamos de una novela del creador de la mítica y reverenciada ‘Twin Peaks’, junto a mi llorado, admirado y añorado David Lynch.

No miré de qué iba, lógicamente. Me abalancé sobre ella en cuanto salió. Me acuerdo perfectamente del momento: habíamos terminado una de nuestras sesiones del club de lectura ‘Qué haces aquí que no estás leyendo’ en Librería Picasso, era tarde y ya íbamos de cabeza hacia El Bar de Eric para la sesión golfa de nuestra tertulia literaria. Y entonces lo vi. Ahí estaba, haciéndome ojitos desde el anaquel más próximo a la caja registradora, con su inquietante portada negra y, efectivamente, de trazas gótico-victorianas.
Una semana he tardado en leer sus cuatrocientas y pico páginas de letra menuda y abigarrada. Y porque me he contenido, alternándola con esa otra maravilla que es ‘El verano de Cervantes’, de Antonio Muñoz Molina y del que, aunque ustedes puedan pensar que no pega en esta sección ni con cola, les hablaré la semana que viene, que lo tengo ya ‘dominao’.

“Navidad de 1884. El joven médico y aspirante a escritor Arthur Conan Doyle es invitado a una sesión de espiritismo en una casa del East End londinense. La velada da un giro macabro cuando dos personas son brutalmente asesinadas, y el propio Doyle está a punto de correr la misma suerte”. Ya está. No les cuento nada más de la sinopsis. Pienso que con eso está todo dicho y es más que suficiente para que se sumerjan ustedes en una novela publicada originalmente en 1993, en pleno apogeo post ‘Twin Peaks’.
De todos los universos posibles, el de la Inglaterra victoriana es uno de mis favoritos. Es el epítome del misterio y los enigmas, un tiempo de cambios vertiginosos en el que pasado y futuro, más que darse la mano, se pisoteaban entre sí. Lo mismo que ahora, por cierto. Avances científicos que se enfrentaban a la rancia tradición del ‘toda la vida se ha hecho así’. Ansioso desarrollo industrial vs. tranquila y apacible campiña. Oscuros y siniestros callejones y, a la vuelta de la esquina, opulentas avenidas llenas de vida. Y de muerte. Y los coches de caballos, claro.
Siempre me atrajo, literariamente hablando, la teosofía de Madame Blavatsky y su intento de compendiar y transmitir todo el saber universal. También me ha fascinado el mundo del espiritismo, como a Arthur Conan Doyle, el padre de Sherlock Holmes y el doctor Watson. Ocultismo, abadías perdidas, pasajes subterráneos, páramos siniestros, acantilados rocosos, sectas, hermandades y cultos secretos. Y el ferrocarril, claro.
De todos esos materiales está hecho este monumental folletín, ‘La lista de los siete’. ¡No me extraña que Frost fuera el guionista de una película aparentemente chiquitica, pero muy grande en realidad: ‘Los creyentes’, de John Schlesinger, protagonizada por Martin Sheen.

Impedimenta ya anuncia la publicación de la siguiente novela de Frost, ‘Los seis mesías’, y frotándome las manos estoy. Por cierto, que otro de los libros que ha sacado dicha editorial este año es nada más y nada menos que ‘El buscavidas’. ¿Hará lo mismo con ‘El color del dinero’? Pero de ese hito hablamos otro día.
Jesús Lens







