A medida que la crisis se ha ido intensificando, y en vista de que los encargados de arreglar esto no parecen sobrados de ideas, nos hemos ido volviendo más supersticiosos. Al menos eso es lo que ha ocurrido en mi familia. Confiamos más en sortilegios y ritos mágicos que en los legisladores. La pasada Nochevieja, y además de comernos las uvas de la suerte y llevar una prenda roja, escribimos deseos en unos papelitos que luego quemamos y, como colofón, paseamos por el exterior de la casa con una maleta en las manos. Esta última tradición es colombiana y nos la desveló, vía telefónica, una amiga que vive por aquellas tierras cuando nos llamó para felicitarnos el año. Y no hicimos más cosas raras, porque no nos sabíamos más. Esperemos que alguna funcione, ja, ja, ja. Y bienvenidos al 2012.







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