Tapar o descubrir el cuerpo

Entre los doce y los veinte años yo fui gordo. Gordo de verdad. No rellenito, rollizo o entrado en carnes. Gordo. Y créanme si les digo que, en la adolescencia, ser gordo no es nada fácil.

Lo peor, por supuesto, era el verano. El verano en la playa. El verano en que los chavales corrían en bañador, sin camiseta, luciendo sus cuerpos al sol. Más o menos esbeltos, más o menos musculados; todos morenos. Menos yo. Que siempre estaba vestido con una camiseta. Tapado, mejor dicho, con ropa que me ponía a todas horas, menos por gusto que por vergüenza. Y de ello hablo en mi artículo de IDEAL de hoy.

Jesus Lens

A eso de los veinte años sufrí un cambio metabólico, me dijeron los médicos. También dejé de comer dos plátanos de postre y de zamparme toda una barra de pan, mojando en la salsa de las albóndigas. Y adelgacé. Mucho. De hecho, entre un verano y otro, perdí más de treinta kilos. Y me quedé en las guías. Cambié tanto que hubo gente que no me reconocía.

El verano en que pesé 75 kilos, creo que no me puse la camiseta un solo minuto. Aunque distaba mucho de ser un Brad Pitt de la vida, ver mis costillas marcadas en la piel era un placer incomparable. Mi padre me decía que estaba escrofuloso -palabra complicada donde las haya- pero a mí me daba igual. Solo el que ha sido gordo puede entender el inmenso placer que supone verte delgado.

Desde entonces, he ido cogiendo peso, progresivamente. Pero aprendí a cuidarme –más o menos- y me aficioné a hacer deporte. Aún así, volví a los 80, a los 90, a los 95… ¡Hasta los 100 kilos he llegado a volver a ver en la báscula, en alguna terrorífica ocasión!

Mi última estadía en la playa, con mi hermano.
Mi última estadía en la playa, con mi hermano.

El caso es que mis michelines, mi Gran Abdominal y yo formamos un equipo inseparable. Y, tras pasar por una época de pudor sin límites, seguida por otra de un interminable exhibicionismo impúdico; llegué a una conclusión: ¡que la gente haga con su cuerpo lo que le venga en gana!

Yo soy yo... y mis camisetas.
Yo soy yo… y mis camisetas.

El que quiera ir tapado, por razones éticas, dermatológicas, estéticas o religiosas, bien hará en cubrir sus carnes, si así se siente más cómodo. Y al que le guste lucir palmito, pues… ¡felicidades, también! Pero basta ya de la tiranía impuesta por los gustos y las costumbres comúnmente aceptados por la mayoría.

Jesús Lens

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