VICKY EL VIKINGO

Miedo de daba ir a ver la versión cinematográfica del «Vicky el vikingo» y que me destrozara el delicioso recuerdo de aquella fantástica serie de dibujos animados que tan feliz nos hiciera hace años. Pero no. Ni mucho menos. La película tiene el mismo espíritu festivo, divertido y libertario de entonces y, sinceramente, me lo pasé pipa, disfrutando como ese querubín que, a la salida del cine, sólo quería jugar, correr, perseguir gatos, ir a los columpios y disfrutar como un loco de la tarde dominical.

 

Sobre el espíritu de la película, su director, el alemán Michael Bully Herbig, dice lo siguiente: «Por lo que a mí respecta, Vicky el vikingo ha quedado definido por la serie de dibujos desde hace ya más de 30 años. Visualmente, era la expectativa que quería cumplir. Mi mayor preocupación era decepcionar a los fans de Vicky. Por eso decidí tomar únicamente la serie de televisión como modelo para la película».

 

¡Y bien que hizo!

 

Porque desde el principio te metes en la historia con la inocencia y la candidez de un niño, pero sin que la película sea un insulto para la inteligencia de los adultos que decidan darse un garbeo por la aldea de Flake.

 

Aunque, como decíamos, la historia mantiene el espíritu primigenio de la serie, el argumento es completamente nuevo, planteando el secuestro de los niños de la aldea por parte del tan temible como divertido Sven y el mito del Cuerno de Thule, dando entrada a misteriosos personajes exóticos, demonios y barcos fantasma.

 

Y, por supuesto, están Ulme, el poeta, siempre con su lira a mano. Están Gorm, que se muestra necesariamente ¡entusiasma-do!, y el glotón de Flaxe. Snorre y Tjure aprovechan para seguir dándose mamporrazos con cualquier excusa y la preciosa Ylvie sigue siendo la chiquita más deseada por todos los niños.

 

En su hora y veinticinco minutos de duración hay peleas, broncas, viajes, bromas, música y diversión a raudales. Y unos paisajes espectaculares. Los escenarios naturales donde se filmaron las secuencias marítimas están en el lago Walchensee, en Baviera. Matthias Müsse, diseñador de producción, comenta: «El paisaje es muy similar a un fiordo noruego y la bahía era ideal para construir la aldea vikinga». Müsse descubrió por casualidad que Walchensee ya había servido como escenario de películas de vikingos hace 50 años. En 1958, Kirk Douglas, Tony Curtis, Ernest Borgnine y Janet Leigh rodaron allí ese gran clásico que es «Los Vikingos» y, un año después, la productora de Douglas regresó a ese mismo lugar para rodar una serie de televisión derivada de esa película, «Tales of the Vikings».

 

Y una cuestión acerca de la polémica sobre los cascos de los vikingos, en la que el director de la película lo tiene claro: «Para mí no cabía duda de que había que usar los cascos y la ropa de los vikingos tal y como aparecía en la serie de televisión, por mucho que todos los expertos actuales en vikingos puedan demostrar sin la menor duda que nunca llevaron cuernos en los cascos». Se llegó a un compromiso: los cascos tendrían cuernos, pero se envejecerían para que parecieran usados, desgastados y abollados.

 

Igual que hicieron con la aldea vikinga tan, tan realista, hasta el punto de que se ha conservado íntegramente, guardada en uno de esos museos cinematográficos que los grandes Estudios mantienen para que los visitantes disfruten paseando entre los decorados de distintas películas y que, a buen seguro, servirá como escenario para las próximas entregas de la estirpe de este Vicky que, rascándose la nariz cuando tiene una buena idea, conquista a chicos y a grandes en este siglo XXI, que tan cariñosamente acoge a esos vikingos tan nobles como brutos.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.