NAVIDAD EN TRÁNSITO

El caso es que recordando a Daniel, hablaba de un viaje ya hecho. Y, sí. Estas Navidades pasaré, presumiblemente por Damasco. Pero el destino principal de mi viaje es al que se refiere esta bandera, que no es de Siria, precisamente…

 

Jesús Lens, en fuga.

 

Y… sí. Me voy al Líbano: Baalbek, Beirut, los cedros, etcétera.

DANIEL, UN TIPO ODIOSO

A ver. ¿Por qué piensan ustedes que retomo, hoy, este texto de enero de 2005? En las fotos hay claves. Y en una de la entrega de los Cuaversos de las pasadas semanas. Y en el nombre de la agencia referenciada en el texto. Y… en un enlace que pondremos esta tarde. O no  😉 

 

¡Odio, odio, odio a Daniel González! Le odio de todo corazón y con todo mi ser. Porque por su culpa, por culpa de ese Daniel González, esta mesa en que ahora mismo escribo es un completo caos, más desordenado de lo habitual. A simple vista y sin escarbar entre las diferentes pilas de papeles amontonadas que se me acumulan a ambos lados del teclado, veo abierto el Tomo II de la Historia Universal de Salvat, por la parte de los sumerios; un número de «Historia y Vida» con artículos sobre Babilonia, el Altaïr dedicado monográficamente a Irán y una guía de viajes sobre Siria y Jordania, además del atlas del National Geographic, desplegado por la parte de Oriente Medio.

 

Tengo pedida a Itaca, la librería que mi amigo Julio acaba de abrir en Gijón, media zona de libros sobre la historia y el arte de Oriente Medio y no puedo salir de bares, que tengo que ahorrar para irme a Persia lo más pronto posible.

 

Así las cosas, convendrán conmigo en que hago bien en odiar a Daniel. Porque uno se marcha a Siria a pasar las Navidades tan tranquilo, sin haber preparado nada antes del viaje, a dejarse sorprender por un paisaje del que muy poco sabía antes de partir, y vuelve convertido en un enamorado, en un adicto y en un rendido admirador de unas tierras y unas gentes a las que ya lleva en el corazón.

 

Y buena parte de la culpa de ello la tiene el tan mencionado Daniel González. Es éste un catalán del mundo que, nacido en Barcelona, lleva diez años residiendo en Damasco, dedicado a la noble tarea de convertir a los turistas que, como yo, llegan despistados a la Siria de sus amores, en sirios de pensamiento, palabra y adopción.

 

Entre las múltiples acepciones de «guía» que trae mi enciclopedia hay una que reza así: «persona que conduce y enseña a otra el camino». Y otra que señala: «Lo que en sentido figurado dirige o encamina». Yo he añadido una última definición, escrita a mano y con rotulador de tinta indeleble: «Daniel González».

 

Hace unos meses escribía sobre Antonio Bonilla, un extraordinario guía que te muestra la Alhambra más poética que se puede imaginar. Hoy, la palabra guía, tiene un nuevo rostro para mí: el de un Daniel González que no se limitaba a cumplir honestamente con su trabajo, sino que se esforzaba porque el grupo de turistas que le había caído en suerte se enamorara un poco de esa tierra que a él mismo le ha arrebatado el corazón. Y doy fe de que lo ha conseguido.

 

Ojo, no es una opinión meramente personal. El resto de integrantes de nuestro grupo pueden atestiguarlo. Y si nos piden que lo firmemos ante notario, sólo haríamos una pregunta: ¿cuándo y dónde?

 

Historia, cultura, arte, costumbres y tradiciones, política y gastronomía, economía y religión… de todo eso y de más interrogábamos, más que preguntábamos, a Daniel. Y de todo ello hablaba con la naturalidad y la sencillez que da el conocimiento y el gusto por transmitirlo. Decir que éramos alumnos aplicados tampoco tiene mucho mérito, que ya sabemos que hasta los más recalcitrantes gamberros de la clase, cuando dan con un buen maestro, se convierten en dulces corderitos, ansiosos por aprender.

 

Así que, gracias a Daniel, hoy sabemos un poco más que antes de empezar nuestro viaje sobre las culturas mesopotámica, greco-romana, bizantina, árabe y medieval. Gracias a Daniel nos hemos dado el gusto de probar la más exquisita y variopinta gastronomía oriental y, en fin, gracias a Daniel, Siria, sus paisajes y sus gentes, tienen un huequecito muy especial dentro de nosotros.

 

Así que sólo me queda una cosa por decir: id a Siria. De verdad. Es un sitio maravilloso y sorprendente. Pasad de esas campañas puestas en marcha por lo más rancio de los EE.UU. y sus infames topicazos sobre el Eje del mal y otras chorradas por el estilo. No lo dudéis y dejaros atrapar por la hermosura de la ciudad caravanera de Palmira, la magia del Damasco antiguo o el Barrio Armenio de Alepo.

 

 Pero eso sí, cuando contratéis el viaje, sea la agencia que sea, aseguraos de que su corresponsal sirio sea Baalbeck Tours ( www.baalbecktours.com ) O contactad directamente con ellos. Ahora bien, no pidáis, ¡exigid! que vuestro guía sea Daniel.

 

Eso sí, cuando os veáis de vuelta en casa, encerrados, ojerosos de tanto leer y sin poder salir a tomar una birra porque estéis ahorrando hasta el último euro para volver a Oriente, le maldeciréis con saña. Igual que ahora mismo estoy haciendo yo…

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

17 de enero de 2005.   

LIBLOGS: ENTRE LIMONES

Dedicado a Jose Guerrero, que me regaló este libro

Y con el que coincido en tantas y tantas cosas…

 

Mi buen amigo José Manuel me ha descubierto una estupenda página de Internet: www.wordreference.com en que hay traducciones, definiciones y conceptualizaciones de millones de palabras de todo el mundo y de los más variados idiomas.

 Portada

Para definir la novela «Entre limones», de Chris Stewart, cuya publicación hemos de agradecer a la editorial andaluza Almuzara, tenía una palabra en mente: «Charm», que según la página de marras, significa «encanto» o «hechizo» y, como verbo, «cautivar».

 

Todas esas acepciones son aplicables a una novela muy sencilla en apariencia, pero estupendamente escrita y, sobre todo, cargada de ironía, fino humor y mucho, mucho sentido común.

 

Yo no sé ustedes pero yo he soñado, y aún lo hago de cuando en vez, con la ruptura, el viaje sin retorno, el corte de amarras y la huída definitiva. De las grandes frustraciones de mi vida: haber nacido en Granada, haber estudiado en Granada y seguir trabajando y viviendo en Granada. Ojo. Que nadie de mi empresa pida que esta declaración supone una solicitud encubierta de traslado. Que conste.

 

No.

 

Me gusta mi vida y me gusta mi ciudad, me encanta mi trabajo y soy feliz en la capital nazarí, donde tengo a mis mejores y más cercanos amigos. Pero eso no quita para que, en determinadas ocasiones, como ocurre mientras leía «Entre limones», me asalte un cierto desasosiego, una inquietud, un deseado anhelo: «¿y qué pasaría si me marchara?»

 

Hay que ser muy valiente, o muy loco, para hacer lo que hicieron Stewart y su mujer: liarse la manta a la cabeza y, siguiendo la estela de tantos y tantos viajeros ingleses que huían de la humedad, la lluvia y el gris de Inglaterra, instalarse en el luminoso y soleado sur de España. Concretamente, en las Alpujarras, una tierra muy especial, mágica, con imán.

 

«Entre limones», a estas alturas ya lo saben todos ustedes, cuenta el proceso de adaptación a un cortijo llamado El Valero por parte de una pareja de ingleses. Las cosas que les pasan, las anécdotas, las incomprensiones y, sobre todo, la solidaridad que encuentran en amigos y vecinos constituyen el esqueleto de una narración que, a través de una sencillez argumental casi ascética, invitan a la huída de las malas costumbres, el adocenamiento y el pensamiento único.

 

Un libro que invita a reflexionar, además, sobre la idiosincrasia española, granaína y alpujarreña, riéndose de algunos de nuestros vicios capitales, pero también hostigando, con dulzura y sin saña, a colectivos como el de los hippies que paren a sus hijos en tipis indios, en mitad de cánticos espirituales y purificadores. Críticas que nunca hieren porque el autor del libro es el primero en mofarse de sí mismo y de buena parte de sus limitaciones como cortijero autónomo y autosuficiente.

 

Un libro, «Entre limones», efectivamente encantador, dotado de una de las virtudes más difíciles de la literatura: invitar a soñar, viajar y cambiar de forma de vivir. Aunque, claro, si uno decidiera romper con todo, las Alpujarras se le quedan muy, demasiado cerca. Hoy por hoy, y por distintas circunstancias y casuales reencuentros, posiblemente me iría a Irlanda, a las Islas de Arán o al pueblito de Doolin, famoso por ser uno de los centros espirituales de la música celta, junto a los acantilados de Moher, y sobre el que pronto volveremos.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

CUAVERSOS VIAJEROS

Lo sé. Ustedes están esperando los versos de Ignacio, en esta entrega de los Cuaversos de Bitácora. Pero resulta que estoy de viaje y que el correo de Yahoo no funciona. Así que no puedo ponerles esos versos. Ni otros de Nicolás Guillén que una buena amiga quería compartir con todos nosotros. Podrían esperar más Cuaversos Visuales o ripios propios o incluso cánticos de fútbol… pero…

 

Estando de viaje, a orillas del Mediterráneo, permítanme un cambio, con que celebramos el viaje, la aventura, el descubrimiento y el ir siempre un poco más allá.

 

Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca

 

debes rogar que el viaje sea largo,

 

lleno de peripecias, lleno de experiencias.

 

No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,

 

ni la cólera del airado Posidón.

 

Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta

 

si tu pensamiento es elevado, si una exquisita

 

emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.

 

Los lestrigones y los cíclopes

 

y el feroz Posidón no podrán encontrarte

 

si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,

 

si tu alma no los conjura ante ti.

 

Debes rogar que el viaje sea largo,

 

que sean muchos los días de verano;

 

que te vean arribar con gozo, alegremente,

 

a puertos que tú antes ignorabas.

 

Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,

 

y comprar unas bellas mercancías:

 

madreperlas, coral, ébano, y ámbar,

 

y perfumes placenteros de mil clases.

 

Acude a muchas ciudades del Egipto

 

para aprender, y aprender de quienes saben.

 

Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:

 

llegar allí, he aquí tu destino.

 

Mas no hagas con prisas tu camino;

 

mejor será que dure muchos años,

 

y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,

 

rico de cuanto habrás ganado en el camino.

 

No has de esperar que Ítaca te enriquezca:

 

Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.

 

Sin ellas, jamás habrías partido;

 

mas no tiene otra cosa que ofrecerte.

 

Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.

 

Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,

 

sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.