Paraísos cercanos

Tomando el primer café de la mañana con Pedro y Miranda, hablábamos de las inminentes vacaciones de Semana Santa y me preguntaban que si me iba de viaje a algún sitio.

 

—Sí. Me voy a un auténtico paraíso.

—¿Al Serengeti? ¿Al Amazonas? ¿Al Nepal?

—No. Mucho más cerca. Me voy a Doñana, la desembocadura del Guadalquivir, la sierra de Aracena y alrededores.

Mis amigos se quedaron callados, no sé si sorprendidos… o pensando que les tomaba el pelo.

 

Pero no. Es cierto. Me apetece volver a disfrutar de paisajes que ya conozco, pero que hace tiempo que no transito. Y, como bien sostiene mi querido y admirado Esteban de las Heras, antes de perdernos por el Quinto Infierno, no está de más darnos una vuelta por algunos de nuestros paraísos más cercanos. Y en Andalucía tenemos varios de ellos.

 

A lo largo de los años, he ido conociendo toda España. Más o menos. Que siempre quedan comarcas por descubrir, felizmente. Sin embargo, tengo una lamentable laguna con Extremadura, por ejemplo. Que he estado en Badajoz, pero no conozco Cáceres, Plasencia o Trujillo. ¡Inadmisible! Lo sé…

 

Reconozco que, siempre que puedo, me gusta irme lejos. A lugares que me permitan ver paisajes desconocidos, sorprendentes e inéditos, conocer culturas radicalmente diferentes y probar sabores nuevos. En un mundo globalizado que tiende a copiarse a sí mismo, caminar por las junglas de Guatemala o Costa Rica, navegar por el delta del Okavango o descubrir las iglesias enterradas de Lalibela, en Etiopía, son experiencias sin parangón.

 

Pero eso no quita que, después de haber viajado a cerca de cincuenta países diferentes, a algunos de ellos varias veces, siga disfrutando de escapadas a lugares tan especiales como Doñana. Paraísos cercanos a los que da gusto volver. Sobre todo cuando hace muchos, muchos años que no los visitas.

Estoy deseando volver a recorrer, también, Aroche y la sierra de Aracena, en cuya Peña de Arias Montano sentí una explosión de emociones. Aprovecharé para saltar al Algarve portugués y para recorrer la ribera del Guadiana.

 

Y es que los ríos y los humedales han cobrado enorme importancia para mí. De hecho, buena parte de mis últimos viajes han tenido a esos ecosistemas como protagonistas. En parte, por razones literarias. Pero de eso, ya hablaremos. Ahora, lo que toca, es viajar. Y contarlo, por supuesto. Que para eso viajamos. También.

 

Jesús Lens

La otra economía

Estaba desayunando en Sevilla, dentro de un bar en el barrio de Nervión. Fuera había mesas al sol, pero todavía hacía fresco y preferí entrar. El hilo musical ponía canciones de entonces, pasando de la escuela de calor al tipo aquel al que le dolía la cara de ser tan guapo. Un parroquiano habitual se estaba hincando una tostada de manteca colorá que daba miedo y entonces entró ella. Un ciclón.

Chiquita, pero matona. Morena, baja y fuerte. Y una verborrea que anonadaba. Entre piropo y piropo al dueño de la cafetería, joven pero bien dispuesto, proclamó a los cuatro vientos que llevaba levantada desde las tres de la mañana y que venía del campo de coger naranjas.

 

No tardaron en ponerse de acuerdo con el precio. -¡Por el montacargas! ¡Súbelas por el montacargas! -le decía el dueño del bar al maromo que acompañaba a la mujer y que, hasta ese momento, no había dicho esta boca es mía.

 

-Anda guapo, ponme un refresquito que no veas que noche llevo- dijo ella, mientras esperaba a que le pagase las naranjas, operación en la que no medió albarán o factura alguna, por supuesto. Y me acordé de que hace un mes, en Málaga, mientras me tomaba una caña y un adobo en una terraza, apareció un tipo que, de forma más discreta que la naranjera, preguntó por el dueño del garito y, cuando salió, le dijo que tenía una cola de rape recién pescado, fresca, fresca. Que se la dejaba muy bien de precio. También se pusieron de acuerdo, rápidamente, el uno y el otro. Se notaba que había confianza. Que ya habían hecho negocios juntos antes.

Que haya sido testigo de este par de irregulares transacciones en Málaga y Sevilla es pura casualidad. Que no dudo que también sean habituales en nuestra tierra. Que no hay más que darse una carrerilla por la Fuente de la Bicha o un paseo por el Zaidín para ver improvisados puestecillos de venta de fruta y verdura, muy bien acogidos por el público.

¿Podría nuestro país sobrevivir a la crisis sin este tipo de economía alternativa, sumergida o flotante? Porque si uno ve las estadísticas sobre pobreza y exclusión en España, lo extraño es que las calles no estén ardiendo en llamas. Además, supongo que el rape y el zumo de naranja estarían excepcionalmente buenos.

 

Jesús Lens

Vuelta al mundo familiar

Van a recorrer cerca de 70.000 kilómetros en una autocaravana, visitando 49 países de Europa, América, Asia y Oceanía. Se llaman Natividad y Javier. Los padres. Carla y Alejandro. Los niños. De nueve y siete años de edad, respectivamente.

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Tuve ocasión de conocerles ayer, en Sevilla, que estuvieron contándole a Jesús Vigorra su proyecto, un rato antes de que hiciéramos nuestra sección de #Tuiteratura en directo, en el programa El Público de Canal Sur. Y lo más significativo es que las redes sociales ardían, con personas que mostraban su apoyo a la familia y otras que no entendían que los niños fueran a pasar tres años viajando por el mundo, fuera de su colegio y sacados de su entorno.

Partiendo del hecho de que Carla y Alejandro van a seguir un programa educativo admitido por el sistema y perfectamente homologado, con sus controles on line y exámenes presenciales en las embajadas y consulados de los países por los que van a pasar; tengo una enorme envidia por los horizontes vitales que se abren ante estos chavales. Lo que no es de extrañar, teniendo en cuenta que a mi Blog lo bauticé como Pateando el Mundo.

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Enhorabuena a Natividad y a Javier por ser tan valientes y ofrecer a sus hijos la que va a ser una de las grandes aventuras de sus vidas. Parten el 4 de julio y harán un parón en Navidad para volver a casa y pasar unos días con la familia. Viajan en una caravana, tras haber vendido una casa en Mallorca y haber alquilado su vivienda de Sevilla. Comentaba Natividad la cantidad de cosas que han vendido y donado, en este proceso de mudanza. Y ahí está la clave: en lo mucho que nos cuesta soltar amarras y desembarazarnos de objetos, rutinas, posesiones y costumbres que, en vez de aportarnos y enriquecernos, nos atan, amordazan e inmovilizan.

Siento envidia de Carla y Alejandro. ¡Lo que van a aprender, viviendo, a lo largo de estos tres años! Geografía, arte, historia, costumbres, ciudades, naturaleza, culturas diferentes, sociedades distintas… en vivo y en directo. En primera persona.

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Y lo mejor de todo es que lo van a contar. Día a día. En un Blog: autocaravanaenfamilia.com Ya lo he añadido a mis favoritos. ¡Cómo lo vamos a disfrutar con vosotros, osada y ejemplar familia autocaravanera!

Jesús Lens

Twitter Lens

Como lo haría Manolo

Para Manuel Villar Raso. 

In Memoriam.

 

 

Mi artículo de hoy en IDEAL es muy, muy especial:

Es inevitable, una vez que han pasado las Navidades y volvemos a la rutina, replantearnos esos propósitos de Año Nuevo tan fantásticos que nos hicimos bajo los efectos del cava, el turrón, los asados y los polvorones. Es hora de adaptarlos a la realidad de un 2016 que tiene pinta de ir a ser apasionante.

Otra vez.

La ancestral sabiduría china tiene una maldición que aparenta ser lo contrario: “Te deseo que vivas tiempos interesantes”. ¡Qué empacho, a estas alturas de siglo XXI, de tiempos interesantes, cambios disruptivos, citas con la historia, refundaciones, adaptaciones y reinvenciones!

Como lo haría Manolo

Hace unos días iba corriendo junto a la vera del Genil, escuchando el murmullo del río y pensando en todas estas cuestiones, cuando creí verle venir, en la distancia. Empecé a aflojar el ritmo para saludarle, pero caí en la cuenta de que no. De que no podía ser él. Porque nos dejó hace ya unas semanas. Y me pasé el resto de mi trote mañanero rememorando algunos de los grandes momentos que tuve la suerte de compartir con Manuel Villar Raso.

Manolo fue uno de los tipos más vitalistas que he conocido. Cuando no estaba planeando un viaje, estaba trabajando en una novela, traduciendo poemas, escribiendo artículos, caminando por la Sierra y, siempre, absolutamente siempre; leyendo.

Como lo haría Manolo Villar

Me encantaba hablar con él y que me pusiera al día de las novedades del panorama literario más actual. Discutíamos mucho, que a veces no compartíamos el mismo criterio, pero sus argumentos siempre eran apasionantes. Tampoco había película de estreno que se le escapara, por ejemplo. Si he conocido a una persona a la que se adaptara como un guante la definición de Hombre Sabio, ése era Manolo.

Pero lo más importante, lo que más me gustaba de él, era su actitud ante la vida. Su insaciable curiosidad. Sus ansias por descubrir cosas nuevas. Y su capacidad de emocionarse. Nunca olvidaré un viaje que compartimos por Turquía. Estábamos en Esmirna y circulábamos en una furgoneta por una avenida que corría paralela al mar. Teníamos prisa, pero Manolo obligó al chófer a cambiar el sentido de la marcha y conseguir que nos asomáramos, aunque fuera brevemente, al puerto.

– ¡El puerto de Esmirna! -rugió con su característica y recia voz castellana. -¿Os acordáis del cuento de Hemingway, sobre el incendio del puerto de Esmirna?

No. No me acordaba. De hecho, en aquel momento yo no sabía nada sobre todo aquello. Pero Manolo consiguió transmitirme esa pasión que le caracterizaba. Y, a la vuelta del viaje, en Granada, lo primero que hice fue leer el cuento. Una maravilla, por cierto.

Manolo, pionero, aventurero y aglutinador
Manolo, pionero, aventurero y aglutinador

Así pues, y de cara a los próximos meses, mi propósito es afrontarlos como lo haría Manolo: con curiosidad, fuerza y pasión. Con hambre, con ganas, con decisión. Y, en la medida de lo posible, llamando a las cosas por su nombre. Se irrite quien se irrite. Pero, siempre, absolutamente siempre, con una sonrisa en el rostro y sin un mal gesto.

Jesús Lens

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