Un trabajo infame

Seguro que ustedes lo han oído alguna vez: un graciosillo sin gracia, guarro y maleducado contumaz, que dice haber tirado papeles, basura o desperdicios al suelo porque, de esa manera, contribuye al mantenimiento del puesto de trabajo del personal de Inagra o de los acomodadores de los cines de turno.

Es uno de los ejemplos mejor acabados de la indigencia mental aplicada a la vida cotidiana: si hay quien trabaja recogiendo basura del suelo y yo tiro mis desperdicios de cualquier manera, contribuyo al mantenimiento de su puesto de trabajo. Luego les cuento la respuesta que yo les doy a estos especímenes.

Imagino que esa misma lógica es la que aplica en la contratación y gestión de determinados proyectos cuyos “logros” han podido ver ustedes viralizados, en las últimas semanas, a través de la web de IDEAL: 52 albañiles en las obras de una acera de 200 metros, en el camino de Alfacar (Ver AQUÍ); o cerca de 40, en una plaza de Joaquina Eguaras, (Ver AQUÍ)

En concreto, lo de este último vídeo resulta grimoso, con decenas de personas moviendo escombros en carretilla, en un radio de cinco metros cuadrados, que llenan, mueven y vacían como a cámara lenta. Hagan por encontrarlo. Es algo muy parecido a lo que Berlanga hubiera filmado, de estar vivito y coleando. Ustedes lo van a ver y no se lo van a creer: un niño de tres años, haciendo castillos de arena en la playa, resulta infinitamente más eficiente que el despelote mostrado por las imágenes.

Confieso que la primera vez que lo vi, pensé que era broma. Un fake. Una parodia. Pero no. Era cierto. Luego pensé, con una dosis de racismo clasista vergonzante, que eso no podía ser España. Que sería cualquier país del Tercer Mundo y que trataban usarlo para denigrarnos. Pero otra vez no. Era y es… Granada.


Cuando se habla de los desafíos de la digitalización y la amenaza de los robots, ver vídeos como los reseñados no sé si me reconcilian con la raza humana más picaresca y su trilera capacidad para tomarle el pelo al más pintado o me hacen abrigar esperanzas en la inminencia del Apocalipsis Zombie.

Termino con un consejo: al tiparraco que tira papeles para garantizar el puesto de trabajo del personal de limpieza, díganle que usted está muy por los dentistas y que, por tanto, rompe dientes.

Jesús Lens

¡Qué vergüenza!

Han colgado todos los capítulas de una tacada, como suele hacer Netflix con sus mejores series originales. Son capítulos cortos, además. De menos de media hora. Normal. Si duraran más, no seríamos capaces de aguantarlos. Precisamente por eso deben ustedes evitarse el atracón y prescribirse a sí mismos la dosis mínima: un capítulo diario de vergüenza.

Vedla. Sufrid. Reíd. Llorar…

“Vergüenza”. Afortunado y esclarecedor título de una serie soberbia, original de Movistar +, que por fin empieza a justificar el pastón que cobra a sus suscriptores, sobre todo, a quienes el fútbol, las motos y los coches nos resultan indiferentes.

¡Por fin una serie de humor, bueno, que escarba en el ser lamentable que todos llevamos dentro, creada, escrita y dirigida por dos cocos privilegiados: Juan Cavestany y Álvaro Fernández Armero, de quien escribíamos ESTO tras su último estreno cinematográfico! Que ahonda en la miseria que nos corroe. Que saca a la luz nuestros trapos más sucios. Como esos calzoncillos con zurraspa. Y que juega con nuestra proverbial torpeza en el entorno digital, como esa monumental metedura de pata en el grupo de WhatsApp del trabajo.

Es España somos muy dados a reírnos de los problemas de los demás. A descojonarnos, incluso, de las miserias ajenas, de sus dificultades y sus meteduras de pata. Pero luego somos muy dignos con nosotros mismos, creyéndonos lo +Plus.

El gran éxito de “Vergüenza” es que Jesús -ya podían haberle elegido otro nombre al personaje de Javier Gutiérrez- y Nuria (igualmente excepcional Malena Alterio) somos todos. Somos usted y yo, apreciado lector. Solo que, por lo general, nosotros somos más avispados -o discretos, tímidos e hipócritas- que ellos. Pero, ¿quién no se ha visto alguna vez en situaciones como las suyas?

Jesús -Javier Gutiérrez, no se confundan- es el perfecto Cuñao, siempre una teoría petarda para darse pisto en cualquier situación. Siempre una explicación, a posteriori, con la que tratar de justificar su idiocia sin límites. ¡Pero es muy buena persona!, como no deja de repetir Nuria, su mujer…

Los culpables…

Poner en el currículum un nivel alto de inglés cuando apenas sabes decir hello, windows y marketing, hablarle a un inmigrante como si acabara del quitarse el taparrabos, hacerse el longanizas a la hora de sacar la cartera para pagar en el bar, mirar un segundo más de lo debido determinado canalillo…

Si ustedes padecieron, a la vez disfrutaban, con el ejercicio de autodestrucción de Jorge Sanz en la primera temporada de la mítica serie de David Trueba, vean “Vergüenza”. Y sufran. Tápense los ojos. Rían. Y después… callen.

Jesús Lens

Evolución

Muchos periódicos abren hoy con las imágenes captadas por Mohammed Salem en la franja de Gaza. Seguro que las habéis visto. Personalmente, me resultan una inmejorable muestra y la prueba más palpable de la evolución del ser humano, desde los tiempos del Far West demonónico a los albores del siglo XXI. ¡Cuántos y cuán importantes cambios, haber pasado de montar a caballo a conducir motocicletas!

Por lo demás, la vida (y la muerte) siguen igual…

Jesús Lens, el Horrorizado. 

NI UNA COSA, NI LA OTRA

Columna de LUIS GARCÍA MONTERO, hoy, en El País. ¿Qué les parece?

 

Como en Granada suelen ocurrir tantas cosas inauditas y la ciudad pone un raro empeño en despreciar lo mejor de su patrimonio intelectual, resultan frecuentes las opiniones sobre la maldición cainita. Cada vez que salta a la prensa un disparate, recibo numerosas cartas y correos electrónicos de solidaridad, comentando la hiriente capacidad de los granadinos para disparar contra sus hermanos. Pues no, no creo que esto sea verdad. Antonio Machado sentenció con razón que el crimen de García Lorca fue en Granada, en su Granada. Pero nadie puede afirmar que lo cometieran granadinos. Muchos de los responsables militares de la muerte del poeta habían nacido fuera. Por ejemplo, en Málaga. Es injusto cargar con el instinto de criminalidad al habitante medio granadino. El comandante Valdés no representa el estado anímico de la ciudad.

Otras veces ocurre exactamente lo contrario. Te presentan como poeta granadino en Buenos Aires o en Budapest, y en seguida aparece la voz agradable que alaba la vena artística de la ciudad, la fuente inagotable de su genio representado por autores como García Lorca o Luis Rosales. Y la verdad es que tampoco, ni una cosa, ni la otra. García Lorca y Rosales no representan el carácter de la ciudad, son casos extraños de poetas excepcionales. Granada no es una tierra de verdugos, pero tampoco de genios. Los artistas de primera calidad no brotan aquí como setas.

Lo que más abunda en la ciudad, lo que mejor define su condición, es la medianía asustadiza que mira hacia otro lado cuando surgen problemas. Estoy convencido de que el periodista e historiador Melchor Fernández Almagro, Melchorito en la intimidad de la familia García Lorca, no hubiera nunca disparado contra Federico. Debió sentir mucho su muerte. Ocurre que un día empezaron las ejecuciones, y él prefirió mirar hacia otro lado para no comprometerse. Ya puesto en situación, deseando congraciarse con el dictador, tuvo la necesidad de escribir sobre los crímenes que los rojos habían cometido en Granada. Isabel García Lorca contó en sus memorias que, acabada la guerra, Melchorito visitó el domicilio de los Lorca. Conchita, hermana de Federico y viuda del alcalde socialista Manuel Fernández Montesinos, le afeó su poca vergüenza al pisar la casa después de lo que había escrito. Fernández Almagro se desmayó, hubo que reanimarlo. Doña Vicenta Lorca se quejaba en medio de la situación: «¡cómo se ha portado de mal, y encima tenemos nosotros que consolarlo!».

El novelista Francisco Ayala vino al mundo en el mismo edificio que ocupaba la familia de Fernández Almagro. Melchorito habla en sus memorias de la elegancia de la madre de Ayala y de la generosidad con la que le prestaba algunos libros. En la suyas, cuenta Francisco Ayala la actitud de tibieza y miedo que mantuvo el amigo cuando lo recibió a la vuelta de su largo exilio. Melchorito no era mala persona, lo había ayudado en sus primeros pasos como escritor. Pero después se cruzó la guerra, el miedo, y dejó claro, ya en los años 60, que no estaba cómodo junto a un exiliado, porque se sentía comprometido. Ayala lo define con un término muy expresivo. Era un cagón.

Melchorito representa bien el estado actual de la conciencia granadina. Más que en los verdugos o en los genio, hay que pensar en los cagones, en los que prefieren mirar a otro lado cuando una rata pretende convertir a la ciudad y a sus instituciones en una alcantarilla. No conviene exagerar, los granadinos no somos cainitas, ni recibimos al nacer un certificado de divinidad estética o intelectual. Ni una cosa, ni la otra. Más bien abunda la descomposición de vientre, el mirar a otro lado. Y eso es lo que deteriora el tejido de la ciudad, el ánimo de su ciudadanía. Nadie se compromete, y así nos va. Todos contentos en tercera división.

PD.- Ayer hablábamos del Centro José Guerrero en IDEAL. Hoy lo hace Muñoz Molina en El País, en este artículo. Repito… ¿qué les parece?