Comida llama a comida

Ayer estuve en la playa de Cabria celebrando uno de esos ritos ancestrales que tanto nos gustan, en sentido literal: inaugurar el verano comiendo espetos de sardinas en el Tito Yayo, bien regados por varias decenas de Alhambras Especiales y seguidos de un extraordinario arroz con bogavante y un arroz muy negro, criminalmente sabroso.

Al margen de las cuestiones baloncestísticas -¿triunfará Doncic en la NBA? ¿Debería Pau volver a jugar a España?- y políticas -esta parte lo soslayamos con displicencia, para que no se nos cortara la digestión- hablamos mucho de gastronomía. Y es que no hay como estar comiendo, mucho y bien, para que apetezca hablar de comida.

El punto de partida para la ruta gastronómica trazada sobre las mesas del Tito Yayo arrancó en La Peza, por razones que ahora mismo no sabría explicar. Allí nos zampamos unas papas a lo pobre para desayunar, un arroz picante que quita el sentío y un chorizo de papas que quita el hipo.

En Exfiliana y Alcudia de Guadix, al margen el chorizo del Magán -a la brasa y sobre pan casero- es recomendable el vino del país, joven, se toma a partir de diciembre. Y unos panes catetos, de los que duran una semana. En La Calahorra, el choto de Juan El Burro, es mítico. Probar en Labella, garito regentado por sus hijos. Y el cordero al horno y a la lata, de El Manjón.

Cuando la conversación daba síntomas de agotamiento, Dimas sacó a colación el rin ran de Jérez del Marquesao, un bacalao desmigao y hecho tiras que se prepara con cebolla y pimiento.

El viento fresco hacía grata la permanencia en la terraza del restaurante y entre cavas y mojitos, mientras unos jugaban al dominó y otros se acercaban al rebalaje, los demás disfrutamos viendo a un espabilao que había metido su flamante todoterreno en la arena y no conseguía sacarlo, que la primera línea de playa siempre es muy tentadora.

Los sesos del Coronichi, en Montefrío

Cambiamos de comarca y nos pasamos al Poniente y los lomos de conejo del Cortijo de Tájar. Entonces surgió en la conversación el Coronichi de Montefrío, con sus cabezas de cordero al horno -enteras y partida por mitad, rodeadas de papas gordas- y los sesos al mojeteo, una de esas ofertas imposibles de superar que sirvieron para poner el punto y final a la tertulia.

Jesús Lens

DEL LOCALISMO COMO DEPORTE DE RIESGO

La columna de IDEAL de hoy viernes, con largo título, en clave irónica. Por a veces somos ESTO. Y no podemos (ni queremos) callarnos.

 

Este fin de semana me quedaré en casa. Descansando. Buena falta me hace, después de haber pasado el anterior practicando deportes de riesgo. Ya saben, esos deportes en los que uno se juega el pellejo y la integridad física, en busca de una buena descarga de adrenalina.

Les cuento. El sábado bajé a la playa de Cabria, con los colegas de la peña de baloncesto… Dejamos los enseres en el chiringo del Tito Yayo y nos bajamos a la playa, cuya orilla estaba misteriosamente cerca de las primeras mesas del restaurante. El primer acceso de vértigo llegó al intentar clavar el palo de la sombrilla. ¡La de chispas que saltaban, con el roce del metal con la piedra! De haber habido alguna planta en un radio de diez metros, fijo que provocamos un incendio forestal.

Y después llegó la parte auténticamente riesgosa de la jornada: intentar entrar en el agua…. sin romperte un pie o abrirte la cabeza. Era para vernos, a tíos altos como castillos, haciendo equilibrios sobre las rocas, balanceando los brazos con gráciles movimientos propios del ballet. O de la natación (des)sincronizada, en la que España es potencia mundial.

El domingo, estuvimos en La Chucha. Carchuna. Su playa, además de por atesorar el récord mundial de pedruscos por metro cuadrado, se caracteriza por tener un rebalaje que, para subirlo y bajarlo, empieza a ser necesario usar arnés y cuerdas de escalada. ¡Qué graciosos, los niños llamando a papá y mamá al grito de “¡pincha!”! ¡Qué divertido, tener que cantarles lo del “sana – sana” después de cada culetazo en la orilla del mar! De hecho, tras pasar un día en la playa, la contemplación del cuerpo lleno de verdugones de un niño inquieto podría hacer sospechar a más de uno sobre un posible y severo caso de malos tratos.

Al llegar a casa, el domingo por la noche, después de disfrutar del atasco de siempre en Torrenueva, miré la definición de playa en la Wikipedia: “Geomórficamente hablando, la playa es un depósito de sedimentos no consolidados que varían entre arena y grava, excluyendo el fango… Los sedimentos en las playas pueden variar en composición dependiendo la fuente que alimenta la playa. Los mismos pueden ser litogénicos o terrígenos, biogénicos y/o mixtos.” Adivinen, en menos de cinco segundos, la composición del 90% de los sedimentos de las playas granadinas…

Y me di una vuelta por las ediciones electrónicas de los periódicos. Y allí estaba Griñán, insistiendo en jugar a las Cajitas y criticando los localismos miserables y reduccionistas. La verdad es que, este fin de semana, me gustaría dar una larga caminata por alguna playa del litoral granadino. Y reflexionar sobre todo ello. Pero como no quiero luxarme un tobillo ni desesperar en un atasco, me quedaré en casa, sintiéndolo por la fideuá del Tito Yayo y los espetos del Bambú. Otra vez será.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.