Frío y fiebre

Esta noche me desperté muerto de frío.

Recuerdo que temblaba, literalmente, y que me tuve que ovillar sobre mí mismo, con los dientes castañeteando entre sí.

Y digo que lo recuerdo porque, cuando la alarma del móvil me devolvió al mundo de los teóricamente vivos, por la mañana, no sabía si había sido verdad o lo había soñado.

Al salir de debajo del edredón y sentir cómo la camiseta, empapada, se me pegaba al cuerpo, constaté que sí. De que había tenido un acceso de fiebre.

¡Y eso que el jueves no salí al tranco de la puerta!

Ni fui a correr ni, por la noche, me encontré con cuerpo para asistir a la fiesta de inauguración de los cines del Serrallo Plaza. ¡Lo siento, amigos! Me quedé en casa.

Pensé que, con este fiebrón podía dar por terminados el jet lag y la morriña post vacacional, a la vuelta del viaje. Una mañana intensa de trabajo y, después y por fin, una buena carrera -que ya había ganas- así parecían acreditarlo.

Pero, tras la comida, me quedé traspuesto en el sofá, frito hasta las 8 de la tarde. Y aquí estoy, escribiendo con un forro polar por encima de la sudadera, y con frío aún. Y con llagas en la boca.

Pero, pero, pero… ¡PERO ESTO QUÉ ES!

En fin.

Tengo ahí una docena de libros por reseñar (el de Daniel Barredo, uno de John LeCarré, un Diccionario de Nueva York, “La vida fácil” de Richard Price, otro sobre recorridos neoyorkinos con “El Padrino” o, casi terminado, lo último de Alejandro Gallo…) tengo que trabajar con las fotos de Nueva York o confesar que he visto una temporada entera de “Hijos de la Anarquía”, estos días.

Hablar de jazz y de “Homeland”, ordenar el maremágnum de libros y chismes que me rodea, tras la acumulación diogenesca de las últimas semanas o explicar qué es el Chaviquismo.

Pero no hay cuerpo que pueda con ello.

Al menos, hoy, tampoco.

A ver mañana.

Jesús decimillas Lens

A ver si estábamos más enteros el 13A de 2008, 2009, 2010 y 2011.