PILDORAZOS DE BOSTON LEGAL: CRANE & SHORE

Hace unos días hablábamos, deslumbrados, de «Boston legal». Sé que debería dedicarle una entrada más sesuda, pero de momento, vamos a meter de vez en cuando algunos pildorazos de sabiduría made in Crane & Shore, con el ánimo de provocar comentarios, debate y discusión.

 

 

Empezamos por ésta:

Terraza. Denny Crane está fumando un puro. Llega Alan Shore, muy serio, después de llevarse un restregón en el juzgado y, después, encontrar a Tara, su novia, riendo.

Denny le dice, hablando sobre el caso de la Viuda Negra que llevan entre manos:

  • ¿Acabó la función? Pareces vencido.
  • Acabo de pillar a Tara riéndose con otro hombre.
  • ¿Seguro que no estaban sólo… besándose?- dice Denny.
  • No. Se estaban riendo.

 

Denny mira hacia abajo, cariacontecido. Mientras Alan continúa hablando:

  • Voy a perder a la chica y el caso en la misma semana.
  • Todavía no has perdido el caso- le intenta consolar Denny.

BOSTON LEGAL

Fue en el Encuentro BIL (Birras & Libros) del mes de julio pasado, en Granada. Estábamos tomando cervezas, repartidos en grupos, cuando coincidimos cuatro personas en un extremo de la barra: Lorenzo Lunar, escritor cubano de novela negra; el Gran Rash, cinéfilo peculiar donde los haya, muy aficionado a la Ciencia Ficción y a los tebeos; Ratatouille Hoces, gastrónomo, as de los fogones y seguidor impenitente de Los Soprano; y un servidor, cuyas filias y fobias son bien conocidas por todos.

 

No sé cómo ni porqué, un nombre salió a relucir en la conversación: Denny Crane. Álvaro y yo nos miramos desconcertados mientras que Lorenzo y David empezaban poco menos que a levitar, alzando la voz, exclamando maravillas de un abogado de Boston del que yo, hasta el momento, ni había oído hablar, por mucho que la tele ocupe mis últimos desvelos como espectador, de John Adams a Ladrón.

 

Desde entonces, Rash se impuso como tarea y desafío personal el que viera la serie «Boston legal» y en nuestros correos y conversaciones, cada vez que salían a relucir temas como la amistad, la lealtad y la profesionalidad, sólo deslizaba dos misteriosas palabras: «Denny Crane».

 

Terminaba 2008. Me iba de viaje. Y como propósito de año nuevo me marqué, por fin, descubrir al tal Crane.

 

Y… ¡madre mía!

 

Quiénes me siguen a través del Twitter y del Facebook están aburridos de leer, estados días, frases que definen mi Estado de este cariz: «Comiendo mientras veo a Denny Crane» o «Es tarde, tengo sueño, pero me pincho otro episodio de Boston Legal».

 

Un día, a mi mensaje de «Me llamo Jesús Lens y soy adicto a Alan Shore y Denny Crane» recibí una contestación de Peter Man: «Me llamo Pedro y llevo dieciocho horas seguidas sin ver Boston Legal».

 

Y es que resulta que, de repente, surgen por doquier fans furibundos y apasionados de esta impresionante, extraordinaria, ácida, sarcástica y desopilante serie. Como nuestro querido y últimamente comedido Foces, sin ir más lejos. No me extraña que haya cosechado tantos sufragios en la encuesta que tienen en la Margen Derecha, ahí abajo.

 

Por eso, cuando noté que mi amigo Jorge andaba un poco bajo de moral, le mandé un SMS que sólo tenía dos palabras. ¿Las adivinan?

 

Jesús Lens.

 

PD.- En próximas entregas nos dedicaremos a hablar, más y en más profundidad de la que, de momento, es mi gran serie del 2009: «Boston Legal».

ENRIC GONZÁLEZ

Ustedes saben que, entre otros conceptos, me gusta defender el de “horizontalidad”, también llamado “transversalidad” por los más pijos y entendidos de la cosa.

 

 

 

Otros, más “enrollaos”, hablarían de “mestizaje”. Y los más apocalípticos, incluso, de “procrastinación” (concepto al que ya le dedicamos una comentada entrada).

 

Pero a mí gusta lo de la Horizontalidad. De hecho, es como una religión. Y su profeta mediático, hoy por hoy, sería el columnista de El País, Enric González.

 

Y si no, lean sus dos columnas de hoy, ambas en dos secciones supuestamente menores del periódico. Una está en la sección de televisión y se llama «Positivismo». La otra, en la de deportes. Y se titula “El fútbol líquido”.

 

 

 

Háganse un favor, dediquen un minuto a cada una de ellas y díganme si no son un prodigio de horizontalidad y talento, de una visión amplia, generosa y comprensiva de una vida que no admite compartimentos estancos. Así, no es de extrañar que, para su chat de los martes, se invite a los lectores a charlar con Enric González… de lo que tú quieras. Un lujo. En pocas palabras, lo dicho: si la horizontalidad (transversalidad y mestizaje) fuera una religión, Enric González sería su profeta.

 

Jesús Lens.

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PD.- ¿Saben quién ha vuelto a viajar y lo está contando, con su arte habitual? Nuestro amigo Manolo Pedreira, uno de los discípulos putativos de Enric. Esta vez se ha ido a Argentina. No dejen de leer su Blog. Impagable.      

GOMORRA vs. DONNELLY & SOPRANO

Hablemos de cine y televisión: Audiovisual comprometido y con conciencia, que escarba en las contradicciones de la sociedad.

 

Ha querido la casualidad que fuera a ver «Gomorra», la celebrada adaptación del renombrado libro de Roberto Saviano (Ed. Debate) justo cuando había terminado de ver «Los Soprano» y me encontraba a mitad del visionado de otra serie basada en los bajos fondos y el lumpen más violento: «Los hermanos Donnelly».

 

Reconozco que había leído tanto y tan bueno sobre «Gomorra» que entré sugestionado a la sala, esperando una gran obra maestra. De hecho, justo antes de verla le cayeron buena parte de los Premios Europeos del Cine.

 

Lo que no sabía era que iba a durar dos horas y media y, con lo que tampoco conté fue con las nauseabundas condiciones de proyección que proporcionan los inefables Multicines Centro. Por tanto, la película se me hizo enormemente larga. Pero mucho. Muchísimo.

 

Entre los puntos fuertes de la película, tan alabados por la crítica, está el naturalismo que desprenden las imágenes. Cierto. Todos los actores parecen estar sacados de ese barrio infecto de Nápoles en que se desarrolla la acción. Gordos, calvos, sin afeitar, con esas camisetas y chándales… Secuencias como la de la piscina de plástico en la azotea del edificio o esa imagen de una puerta viniéndose abajo son perfecto reflejo de un naturalismo de carácter documental que confiere a «Gomorra» un halo de cinema verité tan crudo como creíble.

 

Pero. Ahora toca el pero. Porque la película, aunque sea una osadía siquiera pensarlo, me aburrió. Se me hizo larga, pesada y tediosa. Lo confieso. Y confusa.

 

Permítanme una digresión, en este punto, para referirme a «Los hermanos Donnelly», serie que viene firmada nada menos que por Paul Haggis, guionista de «M$B», la obra maestra de Clint Eastwood, y director de las estupendas «Crash» y «En el valle de Elah» y que es exactamente lo contrario de «Gomorra».

 

Les cuento otro a priori: al comprar «Los hermanos Donnelly» pensaba que me iba a encontrar con una serie bien negra y criminal, dura, compleja, áspera… y su arranque, sin embargo, resulta colorista, bienhumorado y hasta paródico. Hay violencia, por supuesto que sí, pero al estilo Tarantiniano o RobertRodrígueciano. Y aún así, aunque me pareció un tanto decepcionante al principio, confieso que, a base de insistir, me he acabado enganchando a los Donnelly, entrando en el juego que plantean, con ese pobre Tommy, más bueno que el pan, un cielo, un encanto, un primor de hombre al que las circunstancias alejan de todo lo que ama en la vida.

 

Pero claro, por seguir comparando, cuando relaciono a los Donnelly con esa homérica saga de hampones, Los Soprano… no hay color. La memorable serie creada por David Chase estaría a mitad de camino entre el descarnado naturalismo de «Gomorra» y los colorines de la saga criminal irlandesa. Con su estética profundamente realista y su violencia seca y cortante, los Soprano no son ni tan guapos, jóvenes y estupendos como los Donnelly ni tan macarras, feos y desagradables como los integrantes de la Camorra napolitana.

 

Los Soprano, a veces, aparecen vestidos con chándal, ojerosos, sin afeitar, borrachos y drogados, vomitando y escupiendo dientes. Otras veces, van maqueaditos, trajeados y estupendos, jugando en Las Vegas, como señores. O navegando en sus barcos, en Miami. De esta forma, sus guionistas, además de contarnos bocados de la realidad de Nueva Jersey y alrededores, nos hablan del alma del ser humano, sus demonios e infiernos.

 

En «Gomorra», sin embargo, no hay nada de esto. Como si de un falso documental se tratara, las historias cruzadas de los camorristas no tienen ni principio ni final. Ni apenas hilo argumental. Por lo que, personalmente, terminaron cansándome.

 

Aunque me gusta el cine europeo y películas como «Gomorra» me parecen esenciales, reconozco que, cuando escribo estas líneas, ardo por ver un par de episodios de los Donnelly y que pagaría dinero por convencer a David Chase de que pusiera en marcha una séptima temporada de Los Soprano. Sin embargo… mucho me temo que no estoy precisamente ansioso por ver la Versión Extendida de la película italiana, la verdad sea dicha.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

HERMANOS DE SANGRE

Para Julia y Juanjo,

personas con tacto, ambas.

 

De los diez sensacionales y extraordinarios episodios de la serie «Hermanos de sangre», producida por la imprescindible HBO, hay uno que me provocó honda impresión. Fue el titulado, sencillamente, «Bastogne» en el que se contaba cómo los miembros de la compañía Izzie aguantaron el embate del frío ambiental y del fuego enemigo en mitad de un bosque cubierto de nieve.

 

El protagonismo de dicho episodio recaía en una de las figuras esenciales en los ejércitos que participen en cualquier conflicto armado: el Sanitario, popularmente conocido como Doc.

 

Con su brazalete de la Cruz Roja en el brazo y con una sencilla bolsa verde colgada del hombro, el sanitario es la única frontera que separa a los soldados de la muerte. Tan sencillo como espeluznante. Y «Bastogne» así lo refleja, con toda su crudeza, con toda su grandeza.

 

Comienza el episodio con uno de esos sanitarios, hiperactivo, recorriendo las distintas posiciones del frente que ocupan las tropas norteamericanas, sin suministros, varadas en mitad de un bosque, en lo más crudo del crudo invierno. Busca morfina, vendas, plasma y unas tijeras. No para quieto. Aconseja, vigila, comprueba, cura…

 

Pero, de repente, empiezan a pasarle cosas raras. El fuego enemigo siembra de muerte y destrucción el frente y el sanitario ha de ir a retaguardia, acompañando a los heridos, que son alojados en una iglesia que hace las veces de hospital. Allí se encuentra con una enfermera francesa con la que se genera una corriente de simpatía muy especial. La ve trabajar con las personas y, emocionado, le dice una de las frases más hermosas que jamás escuché: «Tu tacto calma a las personas.»

 

¿Se puede decir más con menos palabras? Como si hubiera presenciado un milagro, como si se hubiera encontrado con un Ángel, el sanitario vuelve al frente, pero se ve invadido por una especie de catatonia paralizante, arrasado por la repentina lucidez adquirida sobre lo inútil de su esfuerzo: un hombre, nada más, enfrentado a la más perfeccionada maquinaria bélica de la historia.

 

Le asaltan las dudas, inconscientemente reniega de su labor y cada vez que se requiere de sus servicios, tarda más tiempo en reaccionar, hasta el punto de que su superior le manda de vuelta a retaguardia. Pero allí se ha desatado el infierno. En la iglesia donde conoció a su Ángel ha caído una bomba y sólo quedan los restos humeantes de los muros… y una prenda azul que el Doc identifica como de su enfermera, desaparecida. La guarda con delicadeza y vuelve al frente.

 

De inmediato, reclaman su atención. Ha de socorrer a un herido. Por instinto, coge la prenda azul de su Ángel para usarla como apósito. Duda. Amaga con guardarla de nuevo, pero la mira con detenimiento y, de repente, lo ve todo claro: los únicos Ángeles de la Guardia con que cuentan esos soldados son otros hombres. Hombres como ellos mismos. Hombres que portan el distintivo de la Cruz Roja. Así, el sanitario rasga la prenda azul y la aplica sobre la herida del soldado, consiguiendo que deje de manar la sangre. A fin de cuentas, su tacto también calma y cura a las personas.

 

Un episodio repleto de poesía, onírico, fantasmal, en que el rojo de la sangre sobre el blanco de la nieve confiere a las imágenes una fuerza sin igual. Los personajes apenas tienen nombre. Lo importante es, sólo, la persona. Su actuación, su comportamiento. Y los sanitarios de la Cruz Roja, convertidos en los verdaderos protectores, ángeles de la tropa, son el mejor exponente de la honestidad, la valentía y el compromiso del ser humano, aún en las situaciones más difíciles.

Antes de terminar, pinchen en este enlace, que nos llega desde la propia Cruz Roja. Se trata de colaborar con ellos al encendido de Más de un millón de luces de Esperanza. Merece la pena.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.