Idas y venidas de Jesús Conde

Lo que más me gusta de los cuadros de Jesús Conde es que no mixtifican la realidad, como hacían los pintores románticos. Si un edificio de Tánger tiene un toldillo cutre y ajado, Jesús lo incluye en su obra. Los cables y los contadores de la luz, los desconchones de las paredes, las puertas desportilladas. ¡Hasta los andamios, en según qué casos! Y, sin embargo, son hermosos, evocadores, melancólicos y nostálgicos. Invitan a soñar.

La exposición se titula ‘Estampas de ida y vuelta’ y se puede ver en la galería de arte Cefe Navarro, al comienzo de la calle San Matías. Es lo nuevo, lo más reciente de Jesús, gran amigo además de tocayo. ¡Cómo añoro aquellas largas conversaciones en su taller, cerveza en mano! La de viajes que hemos hecho juntos, sin movernos del sitio. La de libros que hemos leído y la de películas que hemos visto a través de nuestra cháchara incesante. Ahora hablamos por teléfono de vez en cuando, pero no es lo mismo. Ni parecido.

En condiciones normales, Jesús me habría conducido e introducido en la intrahistoria de sus cuadros. Me habría contado anécdotas del momento, la historia de los edificios, el porqué de cada pintura, la luz que había… Pero ahora no toca. Ahora toca asomarse en soledad a sus estampas. Por ejemplo, a ese rincón de Tánger hasta cuatro veces recreado en el que cambia la luz mientras los postigos se abren o se cierran, según la hora del día o la estación del año.

El pasado viernes, después de ver la exposición, me fui en busca de algunos de los edificios y monumentos retratados por Conde. Dado que Tánger nos queda insoportablemente lejos, me subí al Realejo en busca del Lavadero del Sol, uno de los paisajes que inspiran a Jesús, con la torre y la cúpula de la Catedral asomando en lontananza, como si flotaran en el espacio. Disfruté como nunca de aquella perspectiva. La contemplaba con otros ojos. Unos ojos diferentes a los míos de siempre.

Es lo bueno del arte. Hace que veas la realidad de una manera distinta, nueva y original. Sirve, también, para moldear tus recuerdos. Para hacerlos más luminosos. Para darles color. Hagan la prueba.

Asómense a las ‘Estampas de ida y vuelta’ de Jesús Conde y, después, dense un paseo por algunos de los edificios granadinos estampados por el pincel del artista. Será una experiencia doblemente enriquecedora.

Jesús Lens

GALA SOLIDARIA PARA LOS NIÑOS HUÉRFANOS DE TÁNGER

SABADO 1 DE MAYOGala Solidaria a beneficio de » La Crèche de Tánger»
(Casa Cuna de Tánger)

Hora: 20:30H.-
Lugar: Pabellón Cultural de Láchar
Contaremos con las siguientes actuaciones:

Taller Municipal de Baile de Láchar y Danza Árabe

Grupo flamenco Los Martinetes
y
sorprendentes imitaciones de jóvenes y menos jóvenes de nuestro municipio que intentarán arrancarnos una sonrisa.
También podremos disfrutar de las cualidades culinarias de nuestros dos pueblos, ya que contaremos con un stand de comida típica de nuestro país, a cargo de la Asociación de Mujeres 8 de Marzo de Láchar y un stand a cargo de _ASOCIACIÓN HIPATIA Y LA CRÉCHE DE TÁNGER, en el que podremos encontrar, comida, bebidas y especias típicas de Marruecos.

La barra estará atendida por los jóvenes de J.S.A. de Láchar .

Precio entrada-donativo: 1 €

Todo lo recaudado en esta gala, tanto con la entrada-donativo, como con la barra y los demás stands de venta, se entregará a la Asociación Hipatia e irá destinado exclusivamente a cubrir la necesidad más acuciante que en este momento tiene la casa cuna que nos ocupa, que consiste en «poner la calefacción».

 

Si no podéis ir a la Gala, pero igualmente queréis participar y echar una mano a la Casa Cuna, podéis hacer vuestras aportaciones en la cuenta 2031.0466.60.0115514008 de CajaGRANADA, claro.

DORMIR

Que conste que no siento la más mínima pena por él, pero su imagen todavía me tiene impresionado. Era un tipo de unos cincuenta años largos. Pelirrojo, con barba desaliñada, una chaqueta de cuero y unas zapatillas de deporte. El típico y perfecto turista británico o centroeuropeo que se apresta a coger el ferry entre Tánger y Tarifa, después de pasar un fin de semana en el norte de Marruecos.

 

Cuando pasamos el control de pasaportes, nos dirigimos a la cinta con el escáner que ahora también hay que pasar para coger el barco. Pusimos en ella nuestras maletas y mochilas y, al recogerlas al otro lado, vimos que todo el mundo miraba hacia donde estábamos.

 

Pero no nos miraba a nosotros.

 

Miraba al fulano reseñado, que a su vez miraba atónito cómo un policía acuchillaba con saña un portafolios de cuero.

 

Nos apartamos unos metros y nos unimos a los mirones. El policía estaba destrozando el portafolios. Y, cuando le arrancó el forro, sacó una lámina dura de algo, envuelto en cinta aislante negra.

 

  • Chocolate -dijo uno de los empleados del aeropuerto, que estaba siguiendo los acontecimientos con la misma atención que nosotros.

 

Y, entonces, otro de los policías arrojó, junto al final de la cinta del escáner, otra de esas lonchas forradas de negro. Y en apenas unos minutos, destrozaron todo el equipaje del hombre, que ni pronunciaba una palabra ni movía un músculo, mientras veía cómo aparecía chocolate y más chocolate, camuflado en su maleta, en una mochila, en un maletín y hasta en cada una de las tapas de tres o cuatro libros que llevaba.

 

No tengo ni idea de cuántos kilos serían. Pero el hombre iba forrado. De hecho, hasta ayudó a uno de los policías a sacar una de las lonchas que estaban en algún recoveco del equipaje. Entonces si parecían temblarle sus enormes manos.

 

Y cuando terminó el registro, uno de los policías le dijo al individuo que le acompañase, yéndose juntos al interior de las dependencias policiales del puerto. Sin esposas, sin gritos y sin aspavientos. El hombre le acompañó dócilmente, traspasaron una puerta y… au revoir.

 

Imagino que el tipo estará esta noche durmiendo en un calabozo de alguna dependencia policial de Tánger. Y no puedo evitar el imaginar que ayer, paseando por el Zoco Chico o cenando, el tipo podía estar tranquilamente a nuestro lado, regateando por una mochila o comiendo pinchitos en la mesa de al lado de la nuestra. Y, esta noche, preso.

 

Que, como decía al principio de estas notas, no es que me dé pena alguna, pero me pongo en su pellejo, cuando el policía detectara el chocolate, e imagino su vacío, sintiendo cómo el mundo se abría bajo sus pies, esa sensación de vértigo que te asalta cuando comprendes que acabas de hacer algo irreparable, que ya no tiene solución. El patetismo, el sudor frío, el pánico y el retortijón en las tripas, cuando eres lúcidamente consciente de que has metido la pata hasta el corbejón.

 

¿Qué habrá llevado a un tipo en edad de prejubilación, a cometer semejante desatino?

 

O lo mismo, sencillamente, era su trabajo y ésta vez sólo tuvo mala suerte. Quizá no quería tener que levantarse mañana a las 7 am para ir a trabajar, como bien decía una de mis compis de viaje, mientras volvíamos en la cubierta del barco, a casa, sintiendo el aire del Estrecho en pleno rostro, soñando con nuestra cama, para dormir esta noche…

 

Jesús Lens, impactado.