TELEVISIÓN EN SERIE

¿Recuerdan esta imagen? Metemos una nueva de televisión porque, como espectador, esto me pasa a mí.

 

Que además de seguir las tradicionales «Perdidos», «Mujeres desesperadas» o «Prison break», me he enganchado a la HBO de forma radical. «Mad men» y «The wire» me tienen desvelado.

 

He devorado «Generation kill» y «Los Soprano». Me dicen que si no veo «The shield» no soy nadie y tengo en lista de espera las terceras (y sucesivas) temporadas de «Boston legal» y «El ala oeste de la Casa Blanca», por ejemplo.

 

O sea…

 

¡¡Un feliz y delicioso caos televisivo, la gran revolución del siglo XXI!!

 

Jesús Lens

BOSTON LEGAL

Fue en el Encuentro BIL (Birras & Libros) del mes de julio pasado, en Granada. Estábamos tomando cervezas, repartidos en grupos, cuando coincidimos cuatro personas en un extremo de la barra: Lorenzo Lunar, escritor cubano de novela negra; el Gran Rash, cinéfilo peculiar donde los haya, muy aficionado a la Ciencia Ficción y a los tebeos; Ratatouille Hoces, gastrónomo, as de los fogones y seguidor impenitente de Los Soprano; y un servidor, cuyas filias y fobias son bien conocidas por todos.

 

No sé cómo ni porqué, un nombre salió a relucir en la conversación: Denny Crane. Álvaro y yo nos miramos desconcertados mientras que Lorenzo y David empezaban poco menos que a levitar, alzando la voz, exclamando maravillas de un abogado de Boston del que yo, hasta el momento, ni había oído hablar, por mucho que la tele ocupe mis últimos desvelos como espectador, de John Adams a Ladrón.

 

Desde entonces, Rash se impuso como tarea y desafío personal el que viera la serie «Boston legal» y en nuestros correos y conversaciones, cada vez que salían a relucir temas como la amistad, la lealtad y la profesionalidad, sólo deslizaba dos misteriosas palabras: «Denny Crane».

 

Terminaba 2008. Me iba de viaje. Y como propósito de año nuevo me marqué, por fin, descubrir al tal Crane.

 

Y… ¡madre mía!

 

Quiénes me siguen a través del Twitter y del Facebook están aburridos de leer, estados días, frases que definen mi Estado de este cariz: «Comiendo mientras veo a Denny Crane» o «Es tarde, tengo sueño, pero me pincho otro episodio de Boston Legal».

 

Un día, a mi mensaje de «Me llamo Jesús Lens y soy adicto a Alan Shore y Denny Crane» recibí una contestación de Peter Man: «Me llamo Pedro y llevo dieciocho horas seguidas sin ver Boston Legal».

 

Y es que resulta que, de repente, surgen por doquier fans furibundos y apasionados de esta impresionante, extraordinaria, ácida, sarcástica y desopilante serie. Como nuestro querido y últimamente comedido Foces, sin ir más lejos. No me extraña que haya cosechado tantos sufragios en la encuesta que tienen en la Margen Derecha, ahí abajo.

 

Por eso, cuando noté que mi amigo Jorge andaba un poco bajo de moral, le mandé un SMS que sólo tenía dos palabras. ¿Las adivinan?

 

Jesús Lens.

 

PD.- En próximas entregas nos dedicaremos a hablar, más y en más profundidad de la que, de momento, es mi gran serie del 2009: «Boston Legal».

HERMANOS DE SANGRE

Para Julia y Juanjo,

personas con tacto, ambas.

 

De los diez sensacionales y extraordinarios episodios de la serie «Hermanos de sangre», producida por la imprescindible HBO, hay uno que me provocó honda impresión. Fue el titulado, sencillamente, «Bastogne» en el que se contaba cómo los miembros de la compañía Izzie aguantaron el embate del frío ambiental y del fuego enemigo en mitad de un bosque cubierto de nieve.

 

El protagonismo de dicho episodio recaía en una de las figuras esenciales en los ejércitos que participen en cualquier conflicto armado: el Sanitario, popularmente conocido como Doc.

 

Con su brazalete de la Cruz Roja en el brazo y con una sencilla bolsa verde colgada del hombro, el sanitario es la única frontera que separa a los soldados de la muerte. Tan sencillo como espeluznante. Y «Bastogne» así lo refleja, con toda su crudeza, con toda su grandeza.

 

Comienza el episodio con uno de esos sanitarios, hiperactivo, recorriendo las distintas posiciones del frente que ocupan las tropas norteamericanas, sin suministros, varadas en mitad de un bosque, en lo más crudo del crudo invierno. Busca morfina, vendas, plasma y unas tijeras. No para quieto. Aconseja, vigila, comprueba, cura…

 

Pero, de repente, empiezan a pasarle cosas raras. El fuego enemigo siembra de muerte y destrucción el frente y el sanitario ha de ir a retaguardia, acompañando a los heridos, que son alojados en una iglesia que hace las veces de hospital. Allí se encuentra con una enfermera francesa con la que se genera una corriente de simpatía muy especial. La ve trabajar con las personas y, emocionado, le dice una de las frases más hermosas que jamás escuché: «Tu tacto calma a las personas.»

 

¿Se puede decir más con menos palabras? Como si hubiera presenciado un milagro, como si se hubiera encontrado con un Ángel, el sanitario vuelve al frente, pero se ve invadido por una especie de catatonia paralizante, arrasado por la repentina lucidez adquirida sobre lo inútil de su esfuerzo: un hombre, nada más, enfrentado a la más perfeccionada maquinaria bélica de la historia.

 

Le asaltan las dudas, inconscientemente reniega de su labor y cada vez que se requiere de sus servicios, tarda más tiempo en reaccionar, hasta el punto de que su superior le manda de vuelta a retaguardia. Pero allí se ha desatado el infierno. En la iglesia donde conoció a su Ángel ha caído una bomba y sólo quedan los restos humeantes de los muros… y una prenda azul que el Doc identifica como de su enfermera, desaparecida. La guarda con delicadeza y vuelve al frente.

 

De inmediato, reclaman su atención. Ha de socorrer a un herido. Por instinto, coge la prenda azul de su Ángel para usarla como apósito. Duda. Amaga con guardarla de nuevo, pero la mira con detenimiento y, de repente, lo ve todo claro: los únicos Ángeles de la Guardia con que cuentan esos soldados son otros hombres. Hombres como ellos mismos. Hombres que portan el distintivo de la Cruz Roja. Así, el sanitario rasga la prenda azul y la aplica sobre la herida del soldado, consiguiendo que deje de manar la sangre. A fin de cuentas, su tacto también calma y cura a las personas.

 

Un episodio repleto de poesía, onírico, fantasmal, en que el rojo de la sangre sobre el blanco de la nieve confiere a las imágenes una fuerza sin igual. Los personajes apenas tienen nombre. Lo importante es, sólo, la persona. Su actuación, su comportamiento. Y los sanitarios de la Cruz Roja, convertidos en los verdaderos protectores, ángeles de la tropa, son el mejor exponente de la honestidad, la valentía y el compromiso del ser humano, aún en las situaciones más difíciles.

Antes de terminar, pinchen en este enlace, que nos llega desde la propia Cruz Roja. Se trata de colaborar con ellos al encendido de Más de un millón de luces de Esperanza. Merece la pena.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.