Todo bien, gracias

Ayer domingo, después de varias semanas en el dique seco, conseguí volver a trotar. Fueron apenas seis kilómetros, a ritmo de paseo, pero disfruté todos y cada uno de ellos. De hecho, creo que fui consciente de cada metro recorrido, de cada paso avanzado. Y de ello hablo hoy en IDEAL.

Y es que no hay como no poder hacer algo para añorarlo, extrañarlo y echarlo de menos. O, como reza el clásico, nunca valoras lo que tienes… hasta que lo pierdes.

La salud, por ejemplo. Y el dinero, claro. Y el amor, por supuesto. Pero la salud es lo primero. Y yo llevo una racha que, como le decía a mí gente más cercana, parece que me haya mirado un tuerto que se cruzó con un gato negro que, en su huída después de haber roto un espejo, pasó por debajo de una escalera.

Entre lesiones, achaques, torceduras, virus, fiebre y bacterias; ríanse ustedes de los ciberataques rusos a las elecciones norteamericanas. Y es precisamente por eso que disfruté tanto de volver a los caminos cercanos, aprovechando para recorrer el entorno del Zaidín. Había salido el sol, las lluvias de barro eran el recuerdo apocalíptico de una película de ciencia ficción y se veía a la gente con buen ánimo, mejor talante y un excelente humor.

Mientras unos jugaban al fútbol en los campos de hierba artificial, otros acompañaban a sus pequeñuelos a enfrentarse a los terribles desafíos que les esperan en esos imprescindibles parques infantiles que tanto bien hacen a la convivencia ciudadana.

Los había que disfrutaban siendo paseados por sus perros, sin prisas ni exigencias horarias, mientras otros empezaban a arremolinarse en las mesas de las terrazas, sedientos de luz y de sol tras estos días turbios y oscuros.

Perdonen este empacho de positivismo. Que la vida puede ser maravillosa, pero tampoco quiero tirar cohetes: me pincha el abductor, a perro flaco todo son pulgas… y yo he perdido 5 kilos en estas semanas. ¡Menos mal que tenía reservas de sobra y apenas se nota su ausencia!

Mañana trataré de ser un cabrón con pintas y haré por quejarme y protestar por cualquier cosa, que razones nunca faltan y motivos hay más que de sobra. Pero ayer estaba contento. Por nada en especial. Porque sí. Porque que se imponía una cierta normalidad en mi vida. Y, hoy lunes, me apetecía compartirlo con ustedes. ¡Feliz semana!

Jesús Lens

¿Qué piensas hacer?

– ¡Feliz entrada de año, Antoñín!

¡Y dale!

– ¿Ya sabes qué vas a hacer? ¡Que mañana descansas!

Descanso. ¿Sabrían ellos? En puridad, tenían razón. Descansaba. Como esos otros dos infaustos días del año. Uno, justo la semana anterior. Y el otro, el Sábado Santo.

Era lo que tenía ser vendedor de prensa, lo que horrorizaba a la mayoría y lo que a él, sin embargo, le encantaba: que había periódicos todos los días del año y que, por tanto, había que abrir. Todos los días… menos tres.

– ¿Qué piensas hacer mañana, Antoñín?

Pues fastidiarse. ¿Qué iba a hacer? Sin nadie con quién comentar los titulares del Marca o el Sport; sin Luis metiéndole caña al alcalde por cualquier cosa que publicaran las portadas de IDEAL o Granada Hoy, sin María Luisa, que siempre se llevaba tres periódicos para la barra de su cafetería, aunque muchas veces no tuviera tiempo ni de hojearlos.

¡O el viejo Marcos, con su obsesión por los regalos, los cupones, las cartillas y las promociones! Y los dos o tres adictos a los coleccionables, que disfrutaban de cada entrega semanal de los dedales del mundo, las miniaturas de coches o las pulseras étnicas como si de los partidos del Real Madrid o el Barça de tratara.

Y estaban esos otros, los jubilados, prejubilados y parados que, con vergüenza, hojeaban los periódicos a toda velocidad, como disimulando. Aunque algunos eran unos auténticos tacaños, la mayoría, bien lo sabía Antoñín, no podían permitirse comprar la prensa a diario. Hasta ahí había llegado la crisis. Hasta los quioscos. De hecho, unos meses antes había tantas cabeceras que apenas le cabían en el expositor. Luego llegaron los gratuitos, un tema del que prefería no hablar, que le hervía la sangre. Y, después, la debacle: cierres, despidos… ¡Cómo le dolió lo de La Opinión, de un día para otro!

La cosa se había puesto tan mal que había padres que, al pasar junto al quiosco, obligaban a los niños a acelerar el paso, no fueran a pedirle alguna revista o tebeo.

Así pasaba sus días, Antoñín. Entre los unos y los otros. Entre los de izquierdas y los de derechas. Helado unas veces, cocido otras; lidiando con los críticos y los partidarios de Wert, de Mas, de Mou y de Guardiola. ¡Menos mal, eso sí, que estaba el Granada en Primera!

La de discusiones que, gracias al equipo rojiblanco, había conseguido desviar Antoñín, cuando algunos de los habituales se tensaban demasiado. ¡Ay, esos clientes! Unos días con más prisa, otros con más calma; lloviera o cayeran los cuarenta grados de agosto… ¡hasta nevando, se paraban a pegar la hebra!

– ¡Un día que no madrugas, Antoñín! ¿Qué has planeado hacer?

Viudo, sin hijos y con su hermano emigrado a Inglaterra por la crisis… ¿qué iba a hacer? ¡Pues esperar a que amaneciera el 2 de enero para, por fin, poder hablar del coñazo de la Toma y, sobre todo, comentar las campanadas con la que, sin duda, era su familia! Su gran familia.

Este Cuento de Navidad, publicado en IDEAL y reciclado como Cuento de Año Nuevo, está dedicado a nuestros queridos quiosqueros, una de las primeras personas que, cada mañana, nos da los buenos días.

¡Gracias, Pepe, Juan, Paquito, Francis y todos los demás!

Jesús Lens

A ver, ¿cómo empezamos el año, en 2009, 2010, 2011 y 2012?