Me gusta / No me gusta

No sé si la chavalada contemporánea seguirá deshojando margaritas en primavera mientras suspira de amor, debatiéndose entre el me quiere / no me quiere. Es posible, también, que el floricidio sea una actividad proscrita y bárbara, propia de otros tiempos. De hecho, ni siquiera sé si se siguen dando las margaritas entre las malas hierbas de nuestros solares abandonados.

El me quiere / no me quiere, seguramente ha sido sustituido por el me gusta / no me gusta, tan propio de las redes sociales. ¡Cuánto tiempo perdido, emboscados a la caza de likes!

Si por algo se puede definir a la sociedad contemporánea es por la tendencia al ‘megustismo’ como forma de vida. Me gusta / no me gusta es el baremo por el que todo lo medimos. Si me gusta, es bueno. Si no me gusta, es malo. ¡Qué fácil! ¡Qué sencillo!

Da lo mismo que hablemos de películas, libros, música, moda o series de televisión. Para gustos, los colores, ya saben ustedes. Y no digamos ya cuando de la gastronomía se trata.

De un tiempo a esta parte, sin embargo, el me gusta / no me gusta se ha convertido en la piedra de toque con la que juzgamos cuestiones más complejas. Por ejemplo, la arquitectura. Me encantó la tribuna que publicaba ayer este periódico, ‘La arquitectura del humor’, de Jaime Vergara Muñoz, Doctor Arquitecto, sobre las últimas polémicas en torno a la restauración de la Ermita de San Cecilio y del Paseo de Romayla.

“Granada es una ciudad de graciosa desproporción”, señala en un alarde de buen y acerado humor. Y una verdad como un templo, sea gótico o renacentista: “Es un tema de todos, pero no todas las opiniones tienen la misma autoridad”. Y otra perla para enmarcar: “Por supuesto todas las ideas deben ser respetadas. Aunque en ocasiones parecen atender más a lo poético que a un presupuesto técnico o de razón”.

¡Ay, la poética granadina, tantas veces tan alejada de la aristotélica! Si los españoles siempre hemos llevado dentro a un entrenador de fútbol y a un presidente, fuera del Gobierno o de la comunidad de propietarios, con la tiranía del me gusta / no me gusta nos hemos erigido en críticos cinematográficos, expertos en vinos, ingenieros de caminos y, por supuesto, arquitectos y paisajistas.

Pues a mí no me gusta…

Me gusta: es bueno. No me gusta: es malo. Y punto. Eso es así. De formarnos e informarnos, de educar el gusto; hablamos otro día, ya si eso.

Jesús Lens

Que nada se mueva

Hace unos días leía con asombro que una asociación dedicada a la protección y difusión del patrimonio histórico y cultural de Granada rechazaba la intervención que, por fin y después de varios lustros, se está ejecutando en el Paseo de Romayla para devolver a la ciudadanía el uso y disfrute de la margen izquierda del Darro.

Mientras que la Carrera del Darro está habitualmente colapsada y la convivencia entre vehículos, turistas, caminantes y residentes es virtualmente imposible, la otra mitad de uno de los paseos más bonitos del mundo está vetada a la gente. El cauce del río, desde la fuente del Avellano hasta el criminal embovedado que arranca al borde de Plaza Nueva, que debería ser un entorno privilegiado y la envidia de medio mundo, sigue enmarañado, asalvajado y asilvestrado, en los peores sentidos del término.

¿Cuántas veces se ha anunciado la rehabilitación de la zona? ¿Hace cuántos años que se debería haber acometido dicha intervención? Pues ahora que la cosa parece salir adelante de una vez, gracias al compromiso del Patronato de la Alhambra; la asociación Oppidum Eleberis rechaza la actuación por introducir elementos de arquitectura moderna y pide una nueva fase de información y participación ciudadana.

¿En serio? ¿No basta con aquella primera primera fase de consultas a la ciudadanía de la que partió el proyecto en ejecución? ¿Qué hace falta ahora? ¿Un referéndum? ¿Una encuesta? ¿Una consulta?

¡Cuánto daño ha hecho el Megustismo impulsado por las redes sociales en este siglo XXI! El fenómeno Like de facebook, twitter e instagram empieza a instalarse en el imaginario colectivo de cada vez más gente, convencida de que su particular criterio estético o su gusto personal deben prevalecer sobre los de los demás.

En Granada, el inmovilismo estético es un buen síntoma de la parálisis secular que nos atenaza como sociedad. Como muestra, el Cubo de Bankia. Dan igual los premios y galardones cosechados o que su arquitecto, Alberto Campo Baeza, sea reconocido en todo el mundo. No importa que expertos internacionales y aficionados a la arquitectura de los cinco continentes lo tengan como objetivo ineludible en sus visitas a España. Para ciertos granadinos, no es más que un mojón de cemento.

Jesús Lens