Me van a hacer monárquico

Hasta hace un mes más o menos y desde un punto de vista racional, intelectual, emocional y estético; me consideraba republicano. En estas últimas semanas, sin embargo, esa parte emocional está cambiando y empiezo a mirar la monarquía de Felipe VI con otros ojos.

Acabo de volver a leer ese primer párrafo y me los he tenido que frotar. A los ojos, me refiero. A los de la nueva mirada. ¿He escrito yo esas palabras? Sí. De verdad de la buena. Seguro que más de uno y más de dos lectores ya habrán dejado de leer esta columna, indignados. De hecho, es posible que sean lectores perdidos para siempre. Lectores que pensarán que esta columna es interesada y está escrita al dictado de los poderes fácticos del Estado.

Se lo confieso: de todos los debates recurrentes, el de Monarquía / República es uno de los que más me aburren. Eso sí, cuando sale el tema en una conversación y los amigos critican furibundamente la cuestión de la sucesión hereditaria, me gusta recordar el ejemplo de los hermanos Castro en Cuba, la familia al-Ásad en Siria o los Bush y los Clinton en Estados Unidos. Sin olvidarnos de los Kennedy, que hace unas semanas fue noticia que uno de ellos perdiera unas elecciones en Massachusetts por primera vez desde 1947.

Pero nada de esto tiene que ver con mi copernicano giro emocional de estas semanas. La culpa de que cada vez mire con mejores ojos a Felipe VI la tienen Carlos Lesmes por un lado y el independentismo catalán de corte radical por otro.

Que el presidente del Poder Judicial filtrara una llamada protocolaria del Rey, poniéndole de esa manera en el centro del pimpampum político, con la que está cayendo, me pareció una grosería. Y una torpeza.

Que la presencia de Felipe V en Cataluña se haya convertido en un problema recurrente, me parece inquietante. Las máximas autoridades se borran de la agenda y la ANC (que no recuerdo qué es, pero tampoco tengo ganas de buscarlo) convoca una quema masiva de fotos del Rey. Pues qué bien.

El nacionalismo radical es excluyente, xenófobo y fascista por naturaleza y, con iniciativas como esta, tengo la sensación de que se aprovecha la causa del republicanismo para exacerbar el odio hacia todo lo español, lo que me  incluye a mí mismo en el odioso paquete. Insisto: todo esto son sensaciones. Impresiones. Imagino que pasajeras. También lo deseo. Fervientemente.

Jesús Lens

¡SIGUES SIENDO EL REY!

Sí, amigo Carlos. Sigues siendo el Rey. Si por algo se caracterizó el extinto 2008, literariamente hablando, fue por el descubrimiento de los estupendos autores publicados en la editorial Salto de Página. Si en Semana Negra, los grandes triunfadores fuisteis Leo Oyola y tú, con el permiso de Juan Ramón Biedma; este año le auguramos muy buenas perspectivas a Urra, cuya «A timba abierta» es una de esas novelas que se leen de una sentada y se disfrutan con frenesí. Y mirad lo que ha publicado El Cultural de El Mundo sobre los nombres imprescindibles del 2009.

 

Pero, amigo Carlos, tú sigues siendo el rey. Y bien sabes por qué lo digo. Entre mis amigotes más fieles ya tenemos una consigna clásica: cuando uno empieza con la frase «Si hay miseria…» el otro la termina con su consecuencia lógica: «que no se note».

 

Desde dentro de poco, de muy poco, espero; añadiremos una nueva consigna a la colección. Ya sabes cuál: «Lo importante no es ganar… si no hacer que pierda el otro.» Y es que nuestro amigo Soldati no tiene precio.

 

Está claro, pues, que he leído ese texto que me mandaste hace unas semanas. Aunque lo correcto sería decir que lo he devorado, casi literalmente. Porque tu último manuscrito no se lee: de cómo entra por los ojos, de cómo te engancha por las tripas, esa novela se bebe, se come y, después, se eructa con satisfacción, gracias al excelente gusto que te deja.

 

Hasta aquí la parte buena. Espero haber conseguido, querido Carlos, ganarme tu favor. Porque ahora viene la parte en que te cabreas conmigo. Y con razón. Pero tengo que confesarlo: querido Carlos… confieso que he repartido tu novela inédita. Y confieso que la he repartido a medio mundo.

 

Lo sé.

 

Es intolerable.

 

Absurdo.

 

Inexplicable.

 

Pero déjame que te cuente, amigo Carlos, antes de que cojas el teléfono y me denuncies al mismísimo Número Uno.

 

Verás.

 

El caso es que me iba de viaje. Y a la hora de decidir qué libro llevarme, pensé que nada mejor que los trescientos y pico folios de la nueva e inmaculada novela de Carlos Salem.

 

La comencé en Madrid. Leí allí un par de capítulos. Y, cerrando la bolsa de viaje para ir al aeropuerto, como si un rayo de lucidez me hubiese iluminado, pensé que esta novela sólo iba a hacer un camino. ¿Lo adivinas? Claro que sí. Camino de ida. Así que dejé los dos primeros capítulos de la misma en la capital del reino. Después, otro par más se quedaron en Barajas. Uno en el avión que me llevara a Estambul. Tres en la antigua capital del Imperio Otomano. Dos más en el avión para Damasco. En la capital de Siria descansa otro buen puñado de folios de tu novela y, por fin, la resolución de la misma está repartida entre Baalbek, Byblos (la ciudad más antigua de la humanidad, según la Biblia) y Beirut, capital del Líbano.

 

Porque siendo una road-novel protagonizada por personajes desaforados, pensé que era de justicia poética ir dejando su huella allá por donde yo la iba leyendo. Pero no temas. Como sé que esto de la literatura es un peligro y que hay más piratas bibliográficos que cibernéticos, fui extremadamente cuidadoso. Cada folio fue depositado estratégicamente en lugares inaccesibles para un posible plagiador que me anduviera siguiendo los pasos para hacerse con tu manuscrito.

 

Y es que, la verdad sea dicha, si no fuera porque nos llevamos bien y un día de estos espero pasarme por Madrid a que me invites a un buen Tequila Reposado, ya habría registrado la novela a mi nombre y andaría buscando a un buen agente que me negociara la venta de sus derechos cinematográficos. Porque si España fuera un país serio, tu nueva novela escalaría a lo más alto de las listas de ventas y, después, la película rompería taquillas.

 

Porque, querido Carlos, tu novela, a caballo entre lo negro y criminal, lo humorístico y lo aventurero, protagonizada por un puñado inolvidable de personajes principales y pespunteada por un reparto coral de secundarios de lujo es precisamente eso: un lujo. Un despelote cargado de ironía, inteligencia y desparpajo. Una novela que habría hecho las delicias de Rafael Azcona y que sería capaz de sacar de su retiro al mismísimo Luis García Berlanga. Una novela que daría lugar a una película que se convertiría en un clásico del estilo de «Amanece que no es poco.» Si España fuera un país serio, claro 🙁

 

Termino ya, querido Carlos. Sé que tienes que darle un repaso, dejarla reposar y darle otro vistazo a la novela, para que quede perfectamente niquelada. En otro mail te comentaré un par de cosas al respecto, a ver qué te parecen. Pero, querido amigo, siendo tiempo de magia, siendo día de Reyes, sólo te puedo decir una cosa:

 

Carlos, colega… ¡sigues siendo el Rey!

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.