Fantasmas del pasado

Hay dos calles que me provocan tristeza y melancolía cada vez que paso por ellas. También un conato de esperanza. Una, la calle Tablas. La otra, Solarillo de Gracia. Son calles que albergan las ruinas de dos lugares básicos en mi formación mental y sentimental: la librería Urbano y Multicines Centro.

No puede ser casualidad que, años y años después de cerrar, ni la Urbano ni los Multicines hayan sido capaces de reconvertirse en algo diferente, como si los fantasmas de lectores y cinéfilos se resistieran a dejarlos marchar. Como si parte de nuestra memoria siguiera allí encerrada, recordando los libros que ojeamos y hojeamos, los que nos llevamos y leímos y los que allí se quedaron. Las películas que vimos, los tráilers que nos ilusionaron y los que nos decepcionaron.

Subo por la calle Tablas y recuerdo aquellos sábados en que me dejaba la paga semanal en la librería Urbano, comprando los libros amarillos de Anagrama, entre el realismo sucio y el nuevo periodismo. Después, las cañas en el Reca, con sus volaíllos y berenjenas.

Cruzo por Solarillo de Gracia y me acuerdo de los jueves por la noche, cuando volvía a casa y me obligaba a pasar por delante de los Multicines para ver los pósters con los estrenos de la semana, recién colocados. En las salas 7 y 8, los presumibles bombazos de taquilla. En la 1, 2 y 3; el cine minoritario y de autor.

Giro el cuello y allí sigue el Rialto, aunque completamente nuevo y remozado. Otro rito: salir del cine en silencio, cruzar la calle, entrar al bar, pedir las cañas y lanzarnos a hablar torrencialmente sobre la película.

Cada vez que contemplo los esqueletos de la Urbano y los Multicines, confluyen en mi interior el chavea que fui con el señor mayor cuyas canas se reflejan en el cristal de los escaparates. Cuando no tengo prisa, ralentizo el paso y mis neuronas provocan una mezcla de recuerdos y fantasía, creando un universo paralelo en el que sigo comprando libros y yendo al cine.

Jesús Lens

Regresión

¿Por qué, Alejandro? ¿Por qué, estimado y reverenciado Amenábar, has perpetrado un engendro como “Regresión”?

Regresión póster

No lo entiendo.

Se me escapa.

Fui al cine no haciendo caso de la extendida y creciente rumorología que decía que tu película era mala. No podía dar crédito. ¿Mala? ¡Un respeto, oigan! Que hablamos del gran director del cine español del siglo XXI.

Regresión Amenábar

Podrá ser complicada, rara, fallida, extraña, imprevisible… pero ¿mala?

Pues sí, señores, sí. “Regresión” es mala. Aún diría más: es muy mala. Es grotesca, es absurda, es infumable. Es… pésima.

Y, sobre todo y lo que es peor, es un insulto a la inteligencia de los espectadores, impropio de cualquier director de cine, pero especialmente infame e inadmisible si ese director se llama Alejandro Amenábar.

La película aguanta quince minutos. Los que tarda en arrancar. A partir de ahí, la acumulación de tópicos, convencionalismos, absurdos, previsibilidades y sinsentidos ya no terminan hasta que llega a un final una película que sí atesora una enorme virtud: ser feliz y extremadamente corta.

Regresión

Voces en off que remachan una y otra vez esos aspectos en los que el espectador debe fijarse (como si fuera retrasado mental y necesitara que Pepito Grillo le recordara lo que los personajes habían dicho diez minutos antes), supuestos momentos de terror que provocan la hilaridad del público, teóricas secuencias claustrofóbicas que aburren a las ovejas, un suspense absolutamente inexistente…

No voy a seguir. ¿Para qué ensañarnos más?

No entiendo qué ha llevado a Amenábar a rodar una película como ésta, sin pulso, sin nervio y sin el más mínimo interés.

Para hacérselo ver.

Jesús Lens

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