Balances y propósitos

Lo primero que he hecho antes de escribir esta columna es consultar la edición digital de IDEAL. Estoy tomando una caña en los aledaños del Reina Sofía, de donde salgo imbuido por el espíritu de la Mecamística de Val del Omar, pero me parece irresponsable lanzarme a escribir de cosas de cultura sin cerciorarme de que no ha vuelto a suceder algún despropósito en nuestra ciudad. Empezó el año con el apagón de las campanadas —qué gran metáfora de la Granada a oscuras y entre tinieblas—y siguió con la maroma floja de la Torre de la Vela. Esperemos que al tercero vaya la vencida y el viernes haya pasado sin mayores sobresaltos…

Ando agobiado, se lo confieso. Si todos los finales de año invitan al balance con lo mejor del ejercicio, cuando se cambia de década, aunque sea más metafórica que matemáticamente, la tentación de echar la mirada atrás es ciertamente peligrosa. Y no les digo nada si, encima, se apresta uno a entrar en la cincuentena…

¿Han leído ustedes todo lo que tenían pensado este año? Yo estoy razonablemente satisfecho, aunque he leído menos tebeos de lo que me hubiera gustado. Y menos ensayos. 68 novelas por 41 tebeos. Con el cine me ha pasado lo mismo. Aunque sólo he visto 27 películas en salas, empecé fuerte el 2019 con Filmim, pero a partir de verano me desinflé. Al final, 77 pelis en casa. Y apenas he visto documentales, algo que me cabrea sobremanera. Por contra, he vuelto a ver demasiadas series. Las series se han convertido en el vampiro audiovisual del siglo XXI. Un robatiempos de marca mayor.

 

Me han faltado conciertos. Y teatro. De ahí que este año me haya conjurado para disfrutar de más directos. En los tiempos de la virtualidad y el abuso del ámbito digital, todo y todos en la nube y en las nubes, disfrutar de actividades analógicas es una declaración de principios.

De lo que sí estoy contento es de haber viajado más. En agosto me volví a patear la provincia de Granada de cabo a rabo y le he dado varias vueltas a Andalucía, incluyendo ese gastronomadismo tan excitante. Y una escapadilla a Berlín, recuperando el placer de salir al extranjero. ¿Y para el 2020? ¡Allá vamos!

EL ZAPATO DEL FUTURO

Ahora que llegan las fiestas, hay quien piensa que los regalos (y los autorregalos) que yo propongo son un rollo. Que lo mejor, ¡dónde va a parar!, es un buen par de zapatos.

 

Como éste.

 

El zapato del futuro. Aunque pueda parecer una de esas Imágenes Imposibles, bien sabemos que hay quiénes se lo pondrán, cuando la moda así lo ordene.

 

Que ustedas lo sufran bien.

AUTORREGALOS

A ver. Llegan las Navidades. Amenazan por el horizonte. Ayer escribíamos en IDEAL sobre regalos, en forma de libros. Y algunos amigos me preguntaban por alguna recomendación.

 

Dejando aparte los consejos personalizados, voy a poner una serie de Autorregalos que me estoy haciendo a mí mismo, para pasar las entrañables fechas de marras. Autorregalos que, por supuesto, recomiendo vivamente a todos los amigos. Lo que quiero para mí, lo quiero para la gente a la que aprecio.

 

«El fin de Mr. Y», de Scarlett Thomas, publicado por Paidós, se basa en una premisa tan sencilla como intrigante: «Si supieras que un libro está maldito, ¿lo leerías?» Yo, por supuesto que sí. ¿Y tú?

 

«Riven. La ciudad observatorio» es una novela gráfica cuyo guión viene firmado por Juan Ramón Biedma, del que tanto y tan bueno hemos hablado en los últimos meses. Si hay un universo personal e intransferible que estaba pidiendo a voces ser trasplantado al universo gráfico, ése es el del gran Biedma. No dejen pasar este álbum. Se agotará y, en E bay, se cotizará por un buen pastizal, en poco tiempo.

 

Por cierto, Juan Ramón, ¿no te apetece venirte unos diíllas a Granada y compartir unas horas con los amigos de este lado de la Penibética?

 

Lo hablamos.

 

«A timba abierta», de Óscar Urra, es otra fantástica apuesta por el policial más irreverente y a contracorriente de los osados chicos de la editorial Salto de Página, auténtica revelación del 2008 merced al descubrimiento que nos hicieron de Carlos Salem y Leonardo Oyola. Imprescindible.

 

Adoro a Peter Beard. Lo hablábamos hace unos días. Y el volumen que nos presenta la editorial Taschen de su obra nos lo hace más atractivo aún. Su mezcla de fotografía, pintura y grafismo lo convierten en un placer para los sentidos.

 

De Le Clézio, reciente Nóbel de literatura, hablaremos en extenso la semana entrante. Pero, desde luego, será uno de mis autores de cabecera para el 2009. Extraordinario. ¡Qué razón tenía Antonio Lozano cuando nos lo recomendó, meses ha!

 

Y, por supuesto, Stieg Larsson y la continuación de la historia de Lisbhet y Mikael: «La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina», que ya estamos deseando hincarle el diente.

 

Sin olvidar lo que me dice Marta: que hay otros suecos, que están en este mundo, y que también escriben maravillas, como Leif GW Persson, con su «Entre la promesa del verano y el frío del invierno», que mira que les gustan los títulos largos a los nórdicos.

 

Y no olvidemos al artífice del «Yes we can», presidente de los EE.UU. y, por tanto, del mundo mundial. Una editorial granadina, Almed, tiene publicada su autobiografía, en la que radica el ideario de Barack Obama. Imprescindible para saber quién es y cómo piensa el hombre más poderoso del mundo.  

    

REGALOS

La columna de IDEAL de hoy viernes, en clave sencillita, poco polémica, costumbrista.

 

Este año, inmersos en la furibunda crisis que nos invade, parece que estamos menos receptivos a darnos esas pantagruélicas comidas de empresa que enlazan con la cena de la Peña para, al día siguiente, continuar con un ágape con los amigos del Club y terminar con unas cervezas con los ex compañeros de facultad.

 

Esta ralentización del ritmo gastronómico no sólo resulta beneficiosa para el bolsillo de (casi) todos, sino también para la salud, el colesterol y los triglicéridos. El problema es que, de esta manera, parecemos perder el contacto con los amigos. Si un colectivo no se junta a final de año, parece que algo no va bien entre sus integrantes, como si fueran una pareja que no celebra su aniversario.

 

Hay una fórmula muy sencilla, sin embargo, de demostrar aprecio por la gente: el regalo. Y no es fácil, regalar. Es decir, resulta difícil dar con el regalo adecuado para una persona, siempre que quieras ir más allá de un simple y sencillo «salir del paso».

 

Por eso, a mí me encanta regalar libros. Me gusta recordar los gustos literarios de mis amigos e intentar anticipar qué libro les puede emocionar cuando lo reciban o, al menos, qué título les va a arrancar una sonrisa al terminar de desenvolverlo. Y no es baladí, regalar un libro. Sobre todo, porque buena parte de los lectores terminan llevándoselo a la cama y acostándose con él.

 

También me gusta, en otras ocasiones, regalar libros que se salen de lo normal, intentando sorprender a los amigos, descubriéndoles universos literarios nuevos, convenciéndoles de que otro mundo es posible. Y, por la misma regla de tres, me encanta que me los regalen a mí. Todavía recuerdo aquél día de mi santo en que Toñi, en vez de mis dos libros de rigor, pensó que había llegado la hora de regalarme algo más serio, como unos gemelos, porque había empezado a trabajar ¡Qué berrinche! ¡Qué mal rato!

 

Sólo una cosa me incomoda cuando recibo un libro: que alguien se sienta decepcionado si no lo leo en un plazo razonable de tiempo. Por eso me gustaron mucho unas palabras de Azaña, con las que me identifico plenamente: «El verdadero aficionado a los libros sabe que el placer concluye con su adquisición; mejor dicho, que la delicia suprema consiste en tener el libro a nuestro alcance, en saber que es posible leer en él… y luego no leerlo».

 

¿Les parece extremista? Quizá. Pero no le falta razón al viejo Azaña. En casa ya debo tener más libros de los que sería capaz de leer en tres vidas y, sin embargo, pocas cosas más reconfortantes y felices que recibir otro. Sobre todo, cuando se trata del libro preciso regalado por un buen amigo, en el momento adecuado, primorosamente dedicado. Los libros. Regalos sencillos, baratos, perdurables, que siempre valen mucho más de lo que cuestan.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.