Desigualdad

Mi columna de hoy en IDEAL. A ver qué te parece…

Cuando “El capital en el siglo XXI” llegue a las librerías, el próximo otoño, el monumental libro de Thomas Piketty habrá sido ya tan comentado, analizado y destripado que su lectura se convertirá más en una cuestión de postureo intelectual que de análisis y reflexión sobre sus contenidos.

 Capital Piketty

Y es que el tocho de Piketty, 700 páginas de letra apretada en inglés y casi 1.000 páginas en una letra más legible en la edición francesa; reúne quince años de pormenorizados análisis de datos que terminan llegando a una inevitable conclusión: los ricos tienden a hacerse cada vez más ricos, se consolidan las oligarquías económicas internacionales y la brecha social se ahonda, inexorablemente; de forma que la gran amenaza para nuestras sociedades es la desigualdad.

Y cuando habla de ricos, Piketty se refiere a los ricos de verdad. A ese 1% de la población mundial en la que ni siquiera podríamos soñar con incluirnos ni usted ni yo, estimado lector. A ese 1% de la población que hereda y hace heredar riquezas familiares y patrimoniales que siempre tendrán exponencialmente más valor que todo lo que cualquier trabajador normal puede producir en su vida activa, por currante, creativo y resolutivo que sea.

 DESIGUALDAD

Así las cosas y dado el actual sistema impositivo de que gozan las grandes fortunas mundiales, conceptos como democracia o justicia social empiezan a cojear. Porque ese 1% de la población mundial, con toda su capacidad de influencia en la legislación y la gobernanza internacionales, está radicalmente enfrentado a las necesidades y los deseos del otro 99%.

Por tanto, cuando leemos en un informe de FUNCAS que los sueldos más altos y los de los funcionarios son los que más han caído durante la crisis en España, podemos pensar que ahí hay una cierta justicia social. O poética. ¡Falso! Porque esos sueldos más altos no son los del famoso 1%, sino los de los empleados por cuenta ajena que contribuyen a que el 1% siga siendo intocable. Sobre la masacre que los recortes están haciendo en el sector público con la excusa de que su trabajo está asegurado, es ocioso seguir debatiendo.

 Desigualdad radical

Otra noticia de estos días: según Intermón Oxfam,  las familias españolas aportan nueve de cada diez euros que recauda el Estado vía impuestos, mientras que las grandes empresas y fortunas sólo ponen el 1,98%, cincuenta veces menos. De acuerdo con dicho informe, y partiendo de las cifras de 2011, los ciudadanos ingresaron al Estado 139.737 millones de euros, el 90,76% del total, mientras que las empresas pusieron el 9,24%, 14.529 millones de euros, gracias a los beneficios y ventajas fiscales. Más información, a través de este enlace.

 Pikkety capital

Sería importante que, pasados estos días de ruido y furia mediáticos en los que las Redes Sociales echan chispas con la cuestión de la sucesión monárquica o el advenimiento de la república, volviéramos a centrarnos en los temas realmente importantes: desigualdad, salarios, condiciones laborales, recortes, empleo, precariedad… los asuntos que nos dan de comer, o sea.

Jesús Lens

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Las Colas

Columna que publico hoy en IDEAL. Y es que entre las ratas del río Monachil y esto, da la sensación de que vamos, a pasos agigantados… ¡hacia atrás!

Pocas imágenes más representativas del tercermundismo que las colas. Hacer cola, básicamente, es perder el tiempo. Y hacérselo perder a los demás. Por lo tanto, cuantas más colas y más largas, peor. Así, en general. Y en bruto.

 cola

Asistimos estos días a las lamentables imágenes de las colas que se montan desde antes del amanecer, en las gélidas madrugadas de invierno, a las puertas del Registro Civil de Granada, una de esas dependencias que aún requiere de la presencia física de los usuarios para una adecuada prestación de servicios: inscripciones y partidas de nacimiento, defunción y otros documentos oficiales por el estilo.

Fotografías de colas enormes y desmesuradas, más propias de fans adolescentes que aguardan para conseguir las mejores entradas para un concierto que de ciudadanos de a pie que acuden a un edificio público en un país desarrollado. Aberrantes colas que hacen sonreír cuando están integradas por frikis gafapastas que tratan de hacerse en primicia con el último gadget tecnológico del momento; pero que dan pena cuando son el reflejo de la ineficacia y la ineficiencia de la administración pública.

 Colas

Ojo. De la administración, no de los pobres funcionarios a los que les toca sufrir las iras de los ciudadanos, indignados, maltratados y aplastados por el peso de la burocracia. Según hemos podido leer, la culpa de haber llegado a esta situación la tienen los recortes, excusa que, dicho sea de paso, sirve para un roto y para un descosido: la falta de presupuesto “obliga” a no cubrir bajas, a no pagar horas de refuerzo y a no abrir por la tarde. Y ello condena a centenares de personas a perder horas y horas de su vida personal, laboral y profesional en la absurda, ingrata, inane e imbécil tarea de hacer cola.

Una de las imágenes que tenemos grabada en nuestro imaginario colectivo y que mejor reflejaba el fracaso colectivo del supuesto régimen socialista soviético es la de las colas. Colas para poder adquirir cualquier bien o servicio, por básico que fuera. Una foto con decenas de personas en fila, ateridas de frío y esperando pacientemente; nos retrotrae a tiempos pretéritos y que creíamos extintos. Da igual que ahora vistamos con ropas de colores y calcemos botas aislantes: hacer cola en mitad de la calle huele a naftalina, pinta en sepia, recuerda a las cartillas de racionamiento y es sinónimo de derrota y de inacción, de pérdida de tiempo, de improductividad y de vacío.

 Colas registro civil

No sé lo que costará, en cifras, reponer a los funcionarios que, hasta hace poco, atendían en tiempo y forma el Registro Civil, pero en imagen, estética, dignidad y confianza; la vuelta a una cierta normalidad en la atención a los ciudadanos no tendría precio.

Jesús Lens

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Austeridad mental

Desde esta plataforma, mi querido Colin Bertholet y un servidor queremos enarbolar una pancarta, hacer una proclama, entonar un grito de rabia y rebeldía, pegar un puñetazo virtual en la mesa y mandar un recordatorio; se forma sencilla, pero contundente:

Austeridad mental

Y es que, el austericidio mental es tan peligroso como el material. Los recortes de ideas son tan letales y empobrecedores como esos otros recortes que nos amargan la vida.

Por eso, lo decimos alto y claro: ¡No a la Austeridad Mental!

Que no te recorten las ideas.

Si te gusta, compártelo. Para Colin y para mí será un honor.

¿Nos vemos, aunque sea en el Twitter? @Jesus_Lens

En muerto y en directo

Hace once años, un mes de septiembre, nos descubrimos frente a la televisión, entrando súbitamente en un siglo XXI convulso y salvaje a través de la pequeña pantalla: las cámaras retransmitían, en riguroso vivo y en impactante directo, la caída de las Torres Gemelas y el súbito despertar global del sueño americano y, por ende, universal.

El momento más desasosegante de aquella transmisión vino cuando un avión chocó contra el Pentágono: parecía que la III Guerra Mundial había comenzado, que el ataque aéreo a Estados Unidos abarcaba múltiples y diferentes objetivos y que el mundo había empezado a terminarse.

Y nosotros allí, con la mesa puesta y los platos sin recoger, viendo a través de la televisión lo que podría ser el principio del fin, impotentes, impresionados, impávidos, incapaces casi de articular palabra. Mucho menos de tomar cualquier decisión, de actuar de ninguna manera.

Recuerdo que, a medida que pasaba la tarde, aun con los restos humeantes de las Torres en pantalla, me fui a jugar al baloncesto. La situación parecía estar bajo control, el último avión que sobrevolaba el espacio aéreo norteamericano había sido derribado y lo del Pentágono apenas fue un agujerito de nada… que mató a un puñado de personas. Pero parecía que la superproducción made in Hollywood había terminado y el The End había aparecido en pantalla. No fue un happy end, pero sí un final que nos permitía seguir con nuestras vidas rutinarias, normales y corrientes. Aburridas, si quieren ustedes. Pero vidas, al fin y al cabo.

Era extraño, dos horas después de haber asistido a lo que parecía el fin del mundo, irse a echar una pachanga con la peña y, después de la ducha, a tomar unas cañas. Era extraño, ciertamente. Pero más extraño, absurdo y sinsentido habría sido quedarse en casa, ¿no?

Desde que la Crisis comenzó, en agosto de 2007, son tantas y tantas, tantísimas (y tontísimas, en muchos casos) las cosas que hemos oído, visto, leído y escuchado que estamos total y absolutamente saturados. Sin embargo, en lo que llevamos de 2012, esto se ha desmadrado.

Lo de hoy mismo, por ejemplo, ha sido de traca: a cada anuncio de medidas coercitivas y lesivas para los ciudadanos, los mercados reaccionan con voracidad y más acosan a España, a su deuda, a su prima, a su bono y a su esencia democrática.

No sabemos dónde terminará todo esto.

Hay quién ya da por descontada la intervención y se apresta a saludar a los Hombres de Negro como, en su momento, se recibió a Mr. Marshall.

Hay quiénes, en un ejercicio especialmente perverso, parecen alegrarse de lo mal que van las cosas para meterle caña al PP y a Mariano. Los hay que parece que piensan que, esto, con Rubalcaba, iría de otra manera. Como si el bueno de Alfredo no hubiera tenido nada que ver con el despropósito de ¿gobierno? que perpetró ZP. Casi a la altura de lo que están haciendo Guindos, Montoro & Co.

Para otros, todo esto no parece ir con ellos y ponen cara de fastidio cuando se cuelan en las conversaciones la Prima de Merkell y otras palabras malsonantes por el estilo.

Pero, por desgracia, esto va con todos. Contra todos, más bien. Sin remisión. Y no habrá prisioneros.

Y, aun así, la vida sigue. Sigue habiendo Jazz en Almuñécar, Alhambras en los bares y espetos en los chiringuitos.

En una página del periódico, noticias de caos económico, del Apocalipsis financiero. En la de al lado, ofertas para irse de crucero.

Estamos viviendo uno de esos momentos históricos que, ojalá, no tuviéramos que vivir. Permanente conectados a las webs que conectan con los mercados, viendo a la Prima engordar con una voracidad mórbida y a la Bolsa estrellarse un día tras otro, nos hemos acostumbrado a vivir en el alambre y un día que termina sin riesgo de intervención o rescate es un día cojo. Y sin muletas.

Cualquier jornada en la que el Gobierno no desmiente alguna cosa o traza alguna línea roja que traspasará al día siguiente, es una jornada baldía.

Sin la amenaza de invasión de los Hombres de Negro, la adrenalina no fluye.

Una conversación sin mentar a Ángela, al Banco Central o a la troika, es mínima conversación.

Y no. Ni la Eurocopa ni, ahora, las Olimpiadas, nos evaden de una realidad cruel en la que el rojo de los colores del Íbex se derrama sobre las pantallas de los terminales informáticos como metáfora de la sangre, el sudor y las lágrimas que nos va a costar tanto despropósito.

En fin. Que este verano lo vamos a ver en directo. Y a vivirlo. En nuestras carnes. En vivo. O en muerte viviente, más bien.

¡Esto sí es telerrealidad! El acoso, la agonía y… bueno. Lo que tenga que ser. Que será.

Pero, entre tanto, ¡qué llenen! Mientras haya. Después, ya se verá.

Jesús historicista Lens

Imagino que otros 23 de julio estábamos más optimistas: 2008, 2009, 2010 y 2011.