El viaje a Budapest

Lo leí, de dos sentadas, antes de salir de viaje, pero decidí dejar pasar unas semanas antes de reseñarlo.

¿Les gusta a ustedes mancharse de tinta los dedos de las manos, cuando leen el periódico? A mí sí. Es una sensación agradable. La tinta fresca es sinónimo de actualidad, por mucho que los periódicos, en los tiempos de Internet, sean algo siempre obsoleto y desfasado, aún recién salidos de la imprenta.

Tras devorar “El viaje a Budapest” me fui de viaje para comprobar si, a la vuelta, mis dedos estaban limpios o seguían impregnados del olor que su lectura les había dejado impresos. Porque, igual que los periódicos manchan, la novela de Daniel Barredo huele. Y, cuando la lees, te impregna de su olor.

¿Y saben qué les digo? Que no. Que el olor no ha desaparecido.

Lo sé, querido lector. Efectivamente, estoy soslayando la cuestión. Porque yo, al contrario que Daniel, soy un tipo pudoroso. Pacato incluso. Y por eso me resisto a hablarles de ello. Del olor.

¿Recuerdan ustedes esta entrada? Pues lean, lean, para empezar a hacerse una idea de lo que hablamos.

O, si no tienes ganas de clickear… ¡atento!

“Me puse de rodillas y empecé a lamer aquel coño monstruoso. Varias veces tuve que detener la tarea por culpa de un atasco de pelos; se notaba que el espagueti no trillaba a su mujer con frecuencia. Cuando acabé el trabajito le enseñé mi rey de bastos y se la metió en la boca tanto rato que me dio tiempo a recitar mis cinco sonetos preferidos de Miguel Hernández. Aproveché un descuido y eché unos goterones de leche sobre su vestido rojo. Se enfadó y murmuró algo sobre su marido. No dije nada; me tumbé en la cama y me quedé dormido antes de su portazo.”

Lo sé. Lo sé.

Pero esto es lo que hay.

Ahora bien, ¡confiesa! ¿A que, si tuvieras ahora mismo el libro en tu poder, te lanzarías a seguir leyendo?

Porque sí. Es verdad. La novela de Daniel Barredo, Premio Andalucía Joven de Narrativa 2011, rezuma humores y deja mancha. Y eso no es nada fácil de conseguir. Sobre todo, porque los humores permanecen y las manchas son indelebles. Es más, con el tiempo, se hacen aún más grandes, más intensas, más poderosas.

“El viaje a Budapest” es una novela fresca, valiente y libre. Anticonvencional y a contracorriente. De hecho, el autor no tiene empacho alguno en escribirla en primera persona y, además, en bautizar a su protagonista con el nombre de… ¡Daniel Barredo!

Bukowski, al menos, se inventó a un alter ego, Chinaski. Pero Daniel no lo hace y así, el realismo sucio, húmedo, agresivo y salvaje de su novela resulta aún más adherente y perdurable.

Contar de qué va “El viaje a Budapest” no sé si tiene mucho sentido. Yo lo definiría como un inmejorable ejemplo de todas esas perlas de Sabiduría de Sobrecito de Azúcar que hemos leído estos años acerca de la capacidad de adaptación del ser humano a las circunstancias cambiantes de una vida incierta.

Porque el protagonista de la novela, además de follar desaforadamente, tiene un puñado de licenciaturas en distintas disciplinas. Es un joven, aunque sobradamente preparado que, además, ni se droga ni apenas bebe e, incluso, se machaca en el gimnasio. ¡Mens sana in corpore sano!

Solo que una mente sana en un cuerpo de revista, además, tiene que comer. Y pagar un alquiler. Y eso cuesta dinero. Y las licenciaturas, los Máster y un cuerpo Danone no sirven para pagar facturas en esa especie de arcadia feliz en que vivíamos hasta que todo el tinglado se fue al carajo, el verano de 2008. Y ahora, muchísimo menos. Así que… ¡hay que ingeniárselas para comer! Y si hay que putear, se putea.

Y de eso va “El viaje a Budapest”.

Y ahora vas y la compras. Y la lees.

No.

Paso de pasarte mi ejemplar de “El viaje a Budapest”. Y no solo porque está dedicado por Daniel y no quiero arriesgarme a perderlo, sino porque, de los 15 euros que cuesta, al menos un euro y medio irán a la buchaca de su autor.

Y se lo merece.

¡Vaya si se lo merece!

Jesús Lens

Y ahora, veamos si los anteriores 16 de abril publicamos algo menos salvaje. ¡Seguro que sí! 2008, 2009, 2010 y 2011