Coñing & Descojoning

¿Han escuchado ustedes la coña más reciente, lexicográficamente hablando, en relación a la precariedad contemporánea? La han bautizado como Co-living y se define como “nuevo fenómeno habitacional”.

Fenómeno habitacional. ¡Qué recuerdos de aquellas antiguas soluciones habitacionales! ¿Se acuerdan? Para que luego digan que el lenguaje es inocente…

Leo que el Co-living es un concepto rompedor dado que los inquilinos de los espacios dedicados a tal efecto no solo comparten residencia, sino también aficiones. Quien lo explica con palabras tan elegantes es un community developer de co-living. De Madrid. ¡Menos mal! ¿Ven ustedes como vivir en provincias, a veces, tiene sus cosas buenas?

He seguido informándome sobre el universo que rodea al Co-living. Incluye conceptos como Foodcooking, Urban Campus y Netflix, que parece ser un servicio muy demandado por los colivers. Del Co-cleaning, Co-vatering o Co-fucking, sin embargo, no he leído nada. Será que esos conceptos molan menos.

A estas alturas de columna, usted ya habrá averiguado que el Co-living de los cojonings no es ni más ni menos que compartir piso. Y que, en realidad, no tiene nada de molón. Sobre todo, a partir de determinadas edades. Se comparte piso por necesidad, básicamente. Por no tener pasta suficiente para alquilar un apartamento en condiciones, aunque fuera una solución habitacional.

Compartir piso puede ser divertido cuando uno es estudiante, pero ¿compartir residencia como opción vital y de forma permanente? ¡Vamos anda! Si pasa uno un fin de semana de alojamiento rural con los amigos de toda la vida y, a nada que te descuides, acabas sin hablarte con la mitad de la pandilla…

Lo del Co-living es otra de esas mierdecitas inventadas por el capitalismo más salvaje y voraz con el fin de colorear la triste precariedad a la que se ven abocados cada vez más trabajadores. Mucha cháchara acabada en -ing, mucho mueble blanco de diseño y mucho espacio diáfano que solo sirve para disimular la NADA que espera a cada vez más currantes.

Por mi parte, voy a acuñar otro término que comienza por Co y, cada vez que alguien me intente vender la moto de las bondades de la mal llamada y peor aplicada economía colaborativa, practicaré el descojoning y le espetaré un moderno, cool y molón: “¿estarás hablando de co-ñing, verdad?” ¡Favor de irse con viento fresquing!

Jesús Lens

La Cool Explotation

Enhorabuena a Comisiones Obreras por ese diccionario que, a través de 27 términos de uso cada vez más corriente, desenmascara la trampas que oculta un lenguaje bonito, suavón, moderno y molón.

Tomemos, por ejemplo, la proactividad, uno de los palabros más usados en el lenguaje corporativo y empresarial para encorajinar a los trabajadores, ya que “implica la toma de iniciativa de la persona trabajadora en el desarrollo de acciones creativas y audaces para generar mejoras productivas”… de acuerdo con ese lenguaje cool al que alude el sindicato.

La realidad, sin embargo, es más prosaica, menos bonita y elegante: “realizar sacrificios personales y profesionales que redunden en beneficio de la empresa, por ejemplo, en forma de tiempo extra no pagado”, según la Precaripedia presentada por Ricardo Flores y Clara Castarnado, secretario general y responsable de empleo de CCOO, respectivamente.

Siempre mola ser proactivo. Lo contrario, suena fatal. ¿Conocen a alguien que se defina a sí mismo como “propasivo”? Seguramente no. Y, sin embargo, tiene que ser envidiable eso de poder currar tus horas y dedicar tu tiempo libre a actividades tan poco proactivas, empresarial y económicamente mente hablando, como ver cine, pasear, charlar o tumbarse en el campo a ver la hierba crecer.

Pero no. El entorno nos anima a ser proactivos y a estar continuamente dándole vueltas al bolín, pensando en cómo mejorar la empresa y sus procesos para la consecución de mejores resultados. Lo que estaría muy bien si luego, la empresa, se lo recompensara al trabajador. Pero no suele ser el caso.

La Precaripedia hace un completo repaso a términos como Minijob, trabacaciones, coaching, microworker, job sharing o el inefable y venerado outsourcing por el que se cambia a los trabajadores de empresa… para rebajar salarios y cercenar derechos laborales.

Y es que, como les tengo tan advertidos, el lenguaje no es inocente. Por ejemplo, cuando escucho la palabra “sinergias”, inmediatamente me echo la mano a la cartera, que ese concepto cuesta dinero.

Hand drawing Win Win Puzzle Concept with black marker on transparent wipe board.

Y no les digo nada cuando oigo el mantra de los últimos años: optimización. Ojito con ella: solo es óptima… para hacer crecer las colas del paro. La optimización suele ir de la mano de otro proceso imparable: digitalización, amplísimo paraguas bajo el que se cobijan muchas cosas buenas, sin duda, pero que también termina conduciendo a cientos de miles de trabajadores al SEPE, antiguo INEM.

Jesús Lens

Estiba y contratación temporal

Ayer, la ¿casualidad? volvía a vincular dos noticias en la portada de IDEAL que nos invitan a reflexionar sobre los tiempos que nos han tocado vivir. Por un lado, ocupando buena parte de la primera plana, un enorme titular: “La mitad de los contratos firmados en Granada en 2016 no llegaban al mes”. Y, debajo, más pequeño, pero igualmente destacado: “Los 30 estibadores del Puerto de Motril defienden que no son unos privilegiados”. Y de ello hablo hoy en IDEAL.

FOTO: JAVIER MARTIN

Hasta hace unos días, si alguien me hubiera hablado de los estibadores, yo habría pensado en Marlon Brando, armado con un gancho y delatando a los mafiosos que controlaban el puerto de Nueva York en “La ley del silencio”. Ahora, sin embargo, si hacemos caso a la campaña de desprestigio iniciada contra ellos, podríamos concluir que son un atajo de vividores que llevan chupándonos la sangre desde hace generaciones.

Tan es así que el pasado fin de semana leía en las páginas color salmón de un periódico nacional una invectiva contra la estiba que, hablando de su origen gremial, destacaba su enraizamiento en los tiempos más oscuros de la mismísima Edad Media. Era un artículo tan apocalíptico que a su autor le faltaba identificar a los estibadores con los mismísimos autores de los protocolos de los sabios de Sion.

 

Sin embargo, atendamos a un estibador del Puerto de Motril, hablando de su sueldo: “La media, aquí, es de 45.000 euros anuales. El 70% de nuestro salario son incentivos por rendimiento, si ganamos más es porque trabajamos a destajo”. Trabajo a destajo en una actividad de alto riesgo en la que los accidentes son frecuentes, con disponibilidad las 24 horas del día, los 7 días de la semana; como bien refleja el completo e ilustrativo reportaje de Mercedes Navarrete que ustedes deberían leer, íntegramente, para estar informados sobre este contencioso.

Foto: Info Costa Tropical

Y es José Manuel Principal, estibador desde hace treinta años, quien pone el dedo en la llaga al señalar: “Nosotros no ganamos mucho, la pena es que otros trabajadores en este país ganan muy poco”. Lo que nos lleva, de nuevo, a esa inestabilidad en el empleo propiciada por una reforma laboral que ha condenado a la precariedad a millones de trabajadores españoles que ahora miran, entre la envidia y el recelo, a la estiba. No caigamos en el enfrentamiento. El “Y tú menos” nos perjudica a todos.

Jesús Lens