Un sábado sin periódico

Ayer fue un día atípico y anormal. Más típico y anormal, incluso, que los del último año largo. Porque ayer no hubo periódico. Al periódico físico, me refiero. A ese artefacto que, a decir de tantos gurús, está herido de muerte, como el toro que espera el descabello. El periódico en papel, amenazado de extinción como el lince ibérico o el urogallo.

Ayer desayuné en casa. ¿Para qué iba a salir temprano a la calle, si los kioscos estaban cerrados? El viernes había comprado tres periódicos y aproveché para terminar de leerlos, despacio y con tranquilidad, asomado al Zaidín.

Lo sé, lo sé. Esto es puro viejunismo. Como lo de consultar las portadas del diario del día siguiente en el móvil antes de irme a la cama a leer. O a dormir. Y soñar. O lo que sea.

Un desayuno que se precie tiene que incluir café, tostada y tinta, mucha tinta. Tanta tinta que te acabe manchando las manos. De ahí que me guste hacerle foticos a mis desayunos, la comida más importante del día, no solo nutritivamente hablando.

A lo largo del año, solo hay tres días sin periódicos: el Sábado Santo, el día de Navidad y el de Año Nuevo. Días que nos sirven para echarlos de menos y recordar lo importantes que son en nuestra vida.

Cuando desayunas en la calle uno de esos días y te llevas un periódico viejo, siempre hay algún yonqui que, en pleno síndrome de abstinencia de titulares impresos, se acerca a tu mesa y te pregunta que dónde lo has comprado, como si el milagro fuera posible. Cuando le dices que no, que no es del día, su desilusión es semejante a la del hincha de un equipo de fútbol goleado por su eterno rival.

Hoy ya sí. Hoy salimos a la calle con ánimos renovados para asomarnos al kiosco y, además de comprar nuestro periódico de cabecera, echarle un vistazo a las portadas de los demás. Y a las revistas. De hecho, no será de extrañar que nos llevemos una o dos, después del cierre del sábado. Preguntaremos por si hubiera llegado la esperada entrega del coleccionable de turno, aunque sea Semana Santa y sepamos que no. La chavalada comprará cromos y habrá quien recargue el móvil.

Siempre he defendido que no es lo mismo saber lo que pasa que estar informado. Leer el periódico en papel sigue sirviendo para marcar diferencias.

Jesús Lens

Confianza y credibilidad periodísticas

Pues sí. Efectivamente. Por mucho que algunos madrugadores amigos del Facebook ironicen los fines de semana cuando twitteo que voy camino de “El Madero” para mi ración diaria de café & periódicos, diciendo que vale por el desayuno, pero que me olvide de la prensa; el hecho es que soy un adicto al periódico de papel.

Y, aunque en Comunicación los tenemos todos, yo sigo comprando mi ejemplar, en el kiosco, los días de diario, hasta el punto de que rechazo las ofertas de Pedro o Jose de subirme a sus coches y llegar más rápido al trabajo. Me acerco hasta el kiosco de enfrente de los Salesianos y me llevo puestos un par de diarios que, después, desmenuzo sobre la mesa del despacho, tijera en mano.

Los recorticos de los que otras veces hemos hablado. Esos recorticos que deben enervar a Paqui y que, a veces, a mí mismo me provocan ansiedad.

He probado a escanear o a archivar en formato Word los artículos y reportajes que más me gustan de los periódicos. Pero da igual. Lo que no guardo recortado o anotado en mis cuadernos, negro sobre blanco, es como si no existiera.

Sí. Los periódicos tienen un mucho de ritual para mí. Y un día es difícil que sea bueno si no lo comienzo hojeando un periódico.

De todo ello hablaba hace unos días con Juan Luis Tapia. Y, esta mañana de sábado, podíamos leer en IDEAL el contenido de la entrevista.

Paradojas: tú lees esto en pantalla mientras yo defiendo la lectura de papel.

No pasa nada. Lo importante, siempre, es leer. Además, seguro que no llevas leyendo más del minuto y medio o par de minutos que permite la lectura en pantalla. Al menos, la lectura concentrada.

¿Por qué, si no, ponemos en los mails eso de que “antes de imprimir, comprueba que el contenido de este mensaje es realmente importante”?

Jesús empapelado Lens

CAMBIOS. PARTE I

¿Sois amantes de los cambios?

 

Porque el del próximo viernes va a ser de órdago. Si habéis visto el IDEAL de estas semanas, el 27 de noviembre está señalado con letras mayúsculas y si leísteis el periódico del domingo, encontraríais esta doble página.

 

Más información nos da Javier Barrera, en su esencial «Periodismo al pil pil».

 

Cambios.

 

Ha querido la casualidad que, por venir el cambio en viernes, la mía sea una de las columnas que figuren en un número histórico en la vida de IDEAL. Y, como los niños que comienzan el cole, que se despiertan de madrugada a la espera de que llegue la hora de ir el primer día a clase; dejé preparada mi columna, con toda la ilusión y el cariño, el mismo domingo pasado.

 

Cambios.

 

Una tontería, que no lo es tanto: la de la fotillo que acompañará a la columna. Ayer me retrató Ramón, en un desesperado e inútil intento de maquillar la realidad de este tipo desgreñado, desmadejado y desmejorado.

 

Cambios.

 

¿Cómo será el nuevo IDEAL?

 

La respuesta, en tres días…

 

Jesús Lens, expectante.