TEORÍA DE LOS UNIVERSOS MÚLTIPLES

La descubrí viendo el último episodio de «Flashforward», esa serie que empezó como un cañón y se va deshaciendo como el azúcar en el café, cuando uno de los protas hablaba de Hugh Everett.

 

No sé exactamente en qué consiste y cuando leo ESTO en la Wikipedia no soy capaz de entenderlo del todo, pero más o menos viene a decir que las decisiones que no tomamos en este mundo y la parte de las elecciones que dejamos a un lado; en realidad sí las tomamos en universos paralelos al nuestro, en los que elegimos precisamente lo que desechamos en éste.

 

O sea que en mundos paralelos sí cursamos aquella asignatura que en éste dejamos aparcada. Y sí optamos por aquél trabajo al que pensamos que era mejor renunciar. E hicimos aquél viaje, en vez de quedarnos en casa. Y nunca nos peleamos con aquella chica y, sin embargo, aquella otra sí nos hizo caso.

 

La luz y la oscuridad, en los universos paralelos
La luz y la oscuridad, en los universos paralelos

Y el día en que me hice el esguince de tobillo no fui a jugar al baloncesto, pero, sin embargo, el día que salí a correr en vez de irme de cañas con Jorge me dio un tirón en la pierna que me dejó en el dique seco varios días.

 

Como seguí estudiando piano, nunca llegué a obtener el cinturón amarillo de Kárate, pero, la verdad… para lo que me ha servido…

 

¿Sería posible ponerle el cascabel al gato?
¿Sería posible ponerle el cascabel al gato?

Lo que no sé es si en los universos paralelos las personas somos las mismas que en éste o las decisiones que nuestros padres no tomaron en el Planeta Tierra y por las que sí optaron en sus mundos paralelos también nos afectan.

 

¿Tendría, en mi Universo Paralelo, abierto ahora mismo un archivo .doc con el título de «La prístina transparencia del vodka con tónica», del que ahora mismo sólo conozco el título? ¿Tendría dos o tres ideas para la columnas de IDEAL, dando vueltas por el disco duro del ordenata? Seguramente no. Lo mismo, incluso, ni siquiera escribiría. Quizá, por ejemplo, sería uno de esos malacos que se pasan el día fumando porros con sus compaes, escuchando música chunga en el loro de su coche tuneado.

 

Venga, venga… ya sé que todo esto suena un poco raro, pero ¿quién es el guapo que, en este largo puente, no se ha encontrado echando la vista atrás y pensando, aunque sea por un momento, algo parecido a «¿Y si en vez de haber hecho tal cosa hubiese optado por tal otra? Estamos en los dominios del «Y si…» que comentábamos AQUÍ, pero no en plan arrepentirnos, sino en el mucho más creativo de soñar, imaginar y construirnos esos Universos Múltiples de que hablamos.

 

A fin de cuentas, y como decíamos ayer, a la memoria le gusta jugarnos malas pasadas así que es lógico y lícito que, a veces, igual que nos permite jugar a las películas, como proponíamos AQUÍ esta mañana; nos apetezca mandarla de paseo por esos universos paralelos a los que todos tenemos derecho ¿no?

 

Jesús Lens, bajo los graves efectos del final del largo Puente 🙂  

LA (DES)MEMORIA Y EL OLVIDO

Según Borges, lo que le pasaba a Funes el Memorioso, protagonista de uno de sus más famosos cuentos, era que carecía de la capacidad de pensamiento. «Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos.» Porque padecía de hipermnesia y, por tanto, no podía olvidar los detalles de todo lo que le iba ocurriendo al cabo de los días.

 

Para quiénes hemos estudiado Derecho, la memoria era nuestra arma más importante y definitiva. Era la mejor herramienta con que contábamos, a la hora de empaparnos de Manuales de cientos de páginas y compendios de miles de folios de Apuntes.

 

Y ahora, de repente, me empieza a fallar la memoria. Estoy escribiendo, me acuerdo de una película y voy a escribir el nombre de los actores que la protagonizaron… y nada. Y, de verdad os lo digo, mi memoria cinematográfica solía ser prodigiosa. Como dice el refrán, «la memoria es como el mal amigo: cuando más falta te hace, te falla.»

 

Y mira que, en esto de la memoria, yo creía firmemente en Arthur Schopenhauer:

«Cada uno tiene el máximo de memoria para lo que le interesa y el mínimo para lo que no le interesa.» Y el cine, podéis creerme, me interesa sobremanera.

 

Pero ahora, será la edad, me falla. La memoria.

 

¿Será que cada vez me encuentro con menos cosas interesantes en mi vida o, más bien, (prefiero pensar) será culpa del Google?

 

Porque si bien no doy con el actor al momento, cuando intento ponerle nombre a la cara en que estoy pensando; tardo cinco segundos en hacer un Googling y resolver la duda.

 

Y entonces me acuerdo de la proverbial sabiduría china, siempre con un aforismo a mano para sostener cualquier teoría: «La tinta más pobre de color vale más que la mejor memoria», que sería parafraseado por el genial Albert Einstein cuando nos aconsejaba que «no guardes nunca en la cabeza aquello que te quepa en un bolsillo».

 

Efectivamente, pudiendo llevar un móvil con conexión al Google, ¿para qué necesitamos recordar el dato, la cifra, la fecha o el número de cualquier cosa? Hoy, más que nunca, la memoria es la inteligencia de los torpes, de los tontos  y los ignorantes. Lo importante no es conocer la solución del enigma, sino una buena conexión a Internet o, en todo caso, conocer el contacto de la persona que puede conocer dicha solución.   

 

Y, sin embargo, ¡cuánto nos cuesta olvidar lo que no queremos recordar! Decía Cicerón que el que sufre tiene memoria. O, más enfático, sostenía Cervantes: «¡Oh, memoria, enemiga mortal de mi descanso!»

 

¡Ay, con qué ganas echaría al olvido según qué momentos, según qué rostros, según qué situaciones! Y, sin embargo, ahí siguen, prístinos e inmaculados. Quizá por eso me gustan tantas cosas de los norteamericanos. Como decía Woody Allen, «En Estados Unidos no se acuerdan de la guerra con España de 1898. Lo más viejo allí tiene diez años.»

 

En fin. Que quizá sea hora de hacer un elogio del olvido, más que de una memoria, una virtud sobrevalorada y cada vez más carente de sentido… salvo que la apliquemos como nos recomendaba Lewis Carroll, que además de escritor, era matemático: «¡Qué pobre memoria es aquélla que sólo funciona hacia atrás!»

 

Jesús Lens, tendiendo al olvido.