UP IN THE AIR

Hay películas que, desde su arranque, sabes que van a ser especiales. «Up in the air» es una de ellas. Cuando ves a esa pobre gente siendo despedida y, acto seguida, descubres la inocente cara de George Clooney, en su papel de «despedidor» frío y sin escrúpulos, tienes claro que algo gordo, muy gordo, se está gestando tras la pantalla.

 

Y, después, cuando el prodigioso guión te describe la forma de vivir -«el año pasado tuve que viajar 325 días y pasé 40 asquerosos días en casa» – y la filosofía vital del atractivo protagonista, que desgrana en una conferencia magistral en la que usa una mochila para despreciar todo lo que nos encadena en esta vida y alabar las ventajas de una vida nómada, libre y sin ataduras; ya tienes plena conciencia de, efectivamente, encontrarte ante una de las películas del año, por mucho que aún estemos al principio del 2010.

 

A estas alturas, ya sabemos todos que detrás de «Up in the air» está Jason Reitman, el papaíto de «Juno», una de las películas más frescas y recomendables de los últimos años. En este caso cambiamos de escenario y, de unos paisajes sencillos y reconocibles, pasamos a esos «no-lugares» que definió Marc Augé (el concepto «no-lugar» se refiere a los lugares de transitoriedad que no tienen suficiente importancia para ser considerados como «lugares». Ejemplos de un no-lugar serían una autopista, una habitación de hotel, un aeropuerto o un supermercado).

 

Pero la esencia sigue siendo la misma: un guión portentoso que disecciona el alma humana y las relaciones de pareja con una ternura, un humor y una sensibilidad impropios de los tiempos que corren.

 

Cada diálogo, cada gesto, cada conversación, cada detalle están cargados de sentido, de forma que la historia, aparentemente banal y repetida hasta la saciedad en decenas de películas anteriores, no deja de sorprender y emocionar con cada giro de los acontecimientos.

 

¡Ay, esta «Up in the air», el juego que nos habría dado a Frankie y a mí en nuestro libro de cine y viajes!

 

Y es que la película, los personajes y sus relaciones están impregnados de mucha de la filosofía que había en nuestro libro, adaptando al mundo laboral del siglo XXI buena parte de los anhelos de tantos y tantos nómadas que pueblan la historia del cine.

 

En fin. Que si no la habéis visto, antes de volver a Pandora (todos estamos volviendo al planeta de los Navy, una y otra vez), pillad una entrada para «Up in the air» y aprestaos a disfrutar de una de las mejores comedias de los últimos años.

 

Y pongamos una vela y hagamos rogatorias para que la vida de Jason Reitman (cuyo Twitter es de lo más entretenido:  http://twitter.com/JasonReitman ) sea larga y gozosa, permitiéndole seguir escribiendo y filmando como hasta ahora.

 

Jason, ¡no tardes en volver!
Jason, ¡no tardes en volver!

Valoración: Un 10, ¡qué demonios!

 

Lo mejor: La sensibilidad y el humor con que se toca un tema tan desagradable como el del paro y los despidos.

 

Lo peor: El tiempo de espera hasta lo nuevo de Reitman.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

MAD MEN

Cuando ví que el dominical de El País sacaba un especial de moda dedicado a la nueva estética retro que el arrollador éxito de «Mad men» había provocado en los Estados Unidos (y por extensión, en medio mundo) reconozco que no me sorprendió, al saber que la serie estaba basada en el mundo de la publicidad. Una serie que ha conquistado a los espectadores más exigentes y sibaritas, a los de gustos más selectos, talentosos y conocedores del medio.

 

«Mad men» es una de esas series de las que se escribe hasta el infinito en periódicos y revistas, y no sólo en la sección de televisión. Series de culto para inmensas minorías que, sin embargo, no terminan por constituir fenómenos de masas como «House» o «CSI». Porque tampoco es una serie fácil, protagonizada por uno de esos personajes turbios, complejos y contradictorios que caracterizan la nueva televisión del siglo XXI.

 

Hablar de «Mad men» es hablar de Donald Draper. Aunque hay otros personajes interesantes, como el de esa cambiante y voluble Peggy, la pieza sobre la gira la serie es el hierático, frío y talentoso cerebro creativo de la agencia de publicidad Sterling Cooper. En el primer episodio nos lo presentan como a un hiperactivo ejecutivo publicitario con una intensa vida de soltero, picoteando entre clientes y amigas, viviendo en el excitante centro de Manhattan.

 

Por eso, la sorpresa es monumental cuando, en el segundo capítulo, le vemos irse a casa. Una casa en un barrio residencial donde le espera, con la cena preparada, su deliciosa y rubia esposa y sus dos pequeñuelos, paradigma del perfecto sueño americano.

 

Lo mejor de «Mad men» no es tanto lo que muestra y lo que cuenta como lo que oculta y deja en la recámara. Lo que sugiere. Lo que apunta. Es una serie en la que los secundarios no paran de hablar, reír y enfollonar, pero cuya esencia está en los silencios de Draper.

 

Hay un capítulo en que su jefe entra al despacho y se lo encuentra sentado en un sillón, fumando, bebiendo, con la mirada perdida en el vacío; y le dice algo así como que muchas veces necesita convencerse de que no le está pagando un dineral por no hacer nada.

 

Y es que Draper vive de su genio. Y de su ingenio. Vive de su silenciosa capacidad de observación y de las conexiones neuronales que se producen en su tempestuosa materia gris. Y vive, siempre, de lanzarse al vacío, de huir hacia delante, de meterse en los berenjenales más insospechados y más inapropiados con las mujeres más inadecuadas. Draper es como uno de esos vampiros que viven de absorber la energía de todo lo que les rodea, esponja, filtro y alambique del más refinado elixir que existe: la esencia de la vida.

 

Draper es tan atractivo como repulsivo. Una de esas personalidades complejas que primero seducen para después asquear. Es tan inteligente como talentoso, pero frío como el hielo. Vengativo, duro y, sin embargo, adaptable… contempla la vida como si se desarrollara sobre un tablero de ajedrez, siempre atento a estrategias, movimientos e intereses.

 

Por eso está arrasando en los medios, objeto de análisis sociológicos y estéticos. Porque «Mad men» nos cuenta el mundo hipercompetitivo de hoy, hablándonos desde un pasado que entronca con los orígenes del marketing, auténtico motor del capitalismo contemporáneo. Habla de esos triunfadores de hierro que parecen haber hecho un pacto con el diablo y que, a cambio del éxito, renuncian a una vida plena y gozosa.

 

«Mad men» es una serie pausada, de lenta digestión, que se paladea como un buen whiskey añejo. Una de esas series que dan que pensar, que hacen reflexionar y cuyas múltiples lecturas ya la han convertido en un clásico del siglo XXI.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.