‘Oppenheimer’ y la Inteligencia Artificial

Hagamos un chiste fácil: ‘Oppenheimer’ es la bomba. Hablamos de una gran película, además de ser larga. Muy larga. Aunque se hace corta. Tanto que, al salir del cine, vuelves a casa con ganas de más, firmemente dispuesto a seguir profundizando en la historia que nos cuenta Christopher Nolan. Y en lo que no nos cuenta.  

Lectura ligerita, para principiantes

La película, ustedes lo saben, va sobre el ‘padre’ de la bomba atómica, esa que los norteamericanos lanzaron sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945. Y tres días después, otra más: la que arrasó Nagasaki; tal y como Oppenheimer le recuerda al presidente Truman cuando le recibe en la Casa Blanca.

La película cuenta el antes de la bomba y también el después. Lo que le pasó a quien era considerado el científico más importante del mundo. Desde el principio, eso sí, está latente en la narración un tema de capital importancia: la dimensión ética de todo aquello, con varios personajes secundarios que, con un puñado de palabras, gestos y miradas, involucran al espectador en lo que está pasando, animándole a reflexionar, a tomar partido. 

Con la bomba atómica no hubo dudas. Al principio. Había que vencer a los nazis. Y punto. Como fuera. Había que vencerles en dos campos: el de batalla y el de la ciencia. Porque los alemanes también estaban trabajando en ello. Había que ganarles con el uniforme y con la bata. Con las ametralladoras y las tizas. En los cuarteles de mando y en los laboratorios. Hasta ahí, nada que discutir. Sin embargo, lo que pasó a partir de la rendición germana, el 8 de mayo de 1945, sigue siendo muy controvertido. Y lo de unos meses antes, como el bombardeo de Dresde.

Volvamos al cine. ‘Oppenheimer’ está siendo un descomunal éxito de taquilla que se realimenta de ‘Barbie’, otro auténtico fenómeno de masas que ha revolucionado las salas en mitad del verano. Y mira que la de Nolan no es una película fácil. Por larga, reflexiva y discursiva. Pero justo por eso pienso que conecta tan bien con el aquí y el ahora. Con el momento histórico que estamos viviendo gracias al (o por culpa del) auge de la Inteligencia Artificial. (AQUÍ, otro artículo en que reflexionábamos sobre el tema).

Pieza angular de la candidatura granadina a la Agencia Española de Supervisión de la Inteligencia Artificial era precisamente era la importancia de otras facultades de la UGR, al margen de las puramente científicas. Como Derecho. Y Filosofía y Letras. Porque si algo nos dicen ‘Oppenheimer’ y el siniestro personaje de Edward Teller es que la ciencia, las leyes, la filosofía y la ética tienen que avanzar de la mano, retroalimentándose mutuamente. Lamentarse a posteriori queda muy bien para la posteridad y permite hacer grandes películas, pero no resucita a los muertos.

(AQUÍ, más sobre la figura de Teller)

Jesús Lens

Skyfall

Una cosa que sigo sin comprender es como “Quantum of solace” podía ser tan rematadamente aburrida. ¿Quién autorizó aquel guion? ¿Cómo pudo pasar el filtro uno de los malos más patéticos y lamentables de la historia de los malos en el cine?

Aún no me lo explico.

Por eso, la llegada del nuevo 007 me dejó más bien frío. De hecho, lo más ilusionante del espía fue verle al servicio de Su Majestad, en la ceremonia de inauguración de las Olimpiadas, en un ejercicio metacinematográfico resuelto con gracejo, ironía y humor. Grueso. Pero humor, al fin y al cabo.

 

Como ya no veo tráilers de películas ni programas de “Cómo se hizo…”; como ya no leo entrevistas ni reportajes antes de ver las películas; lo único que sabía de la nueva entrega de 007 antes de entrar a la sala era que aparecía Javier Bardem. Teñido de rubio. Y disfrazado de policía. Que lo vi en una foto.

Una sala, dicho sea de paso y enlazando con estas notas, que un martes a las 9 de la noche, de un aforo posible de 489 plazas, estaban ocupadas doce de ellas. Y, claro, no había calefacción, aun en mitad de noviembre. Y hacía un frío de narices. Un frío acrecentado por la experiencia de pagar veinte euracos largos por dos entradas, una birra y unas cortezas, unas patatas y tal.

Pero volvamos a “Skyfall”. A su arranque. A ese adrenalínico prólogo inherente a las películas de 007 que, después, han copiado otras sagas como la de Indiana Jones o la de Misión Imposible.

 

Un prólogo extraordinario, claro. Acción, espectacularidad y humor. Grueso. Porque este nuevo 007, interpretado por Daniel Craig, es poco sutil, poco irónico y poco locuaz. Es un mastuerzo. Y punto.

Después, el planteamiento. Interesante. Muy bien presentado y avanzando a un ritmo notable. Tras haber pasado por Estambul y la olímpica Londres, nos trasladamos al Extremo Oriente, de Shanghai a Macao. Las secuencias, oníricas, del rascacielos de la ciudad china son fantásticas. Y el episodio en el casino de Macao… ¡un clásico!

 

Y, por fin, una hora después de comenzada la película, llega él. El hombre. El malote. Nuestro Javier Bardem. Y sí. Está imperial. Dejando las filias y las fobias que su personaje de carne y hueso provoca, Bardem es un actorazo como la copa de un pino que, cuando hace de malo, es el peor de los malos, el más inquietante, el más desasosegante.

La resolución final de la película, en Escocia, está igualmente bien trenzada y mejor resuelta; sin entrar a detallar nada de la trama, las motivaciones o el desenlace de una cinta.

Una cinta, eso sí, que bebe directamente del Batman de Nolan. De ese Batman otoñal, cansado y viejuno. Porque si hay un tema en este “Skyfall”, remachado de forma excesiva, a veces, es el del paso del tiempo, el envejecimiento y la mirada atrás. Por eso, los paisajes escoceses son un páramo vacío y despojado. Por eso, en esta entrega de 007, los gadgets… bueno. Que vayáis a verla y hablamos.

 

Y que, desde luego, para quiénes empezamos a sufrir los estragos del paso del tiempo en nuestras carnes, huesos, músculos y tendones; este “Skyfall” tiene lecturas especialmente atractivas.

Jesús Lens. El bondiano

Veamos los 8 de noviembre de 2008, 2009, 2010 y 2011