Lo imposible

Ya lo sabéis, ¿verdad?

“Lo imposible” está arrasando en taquilla, batiendo récords y cosechando aplausos, loas y parabienes de (casi) todo el que la ve.

¿Qué os parece el cartel, más allá del obvio Spoiler que constituye, en sí mismo?

Así las cosas y tras tres fines de semana abarrotando las salas más grandes que imaginarse pueda, toca responder a una pregunta: ¿es para tanto?

Me vais a perdonar si os parezco un pedante, un marisabidillo o un snob que va contra la corriente, pero la respuesta es…

¡NO!

Y eso no quiere decir, ni mucho menos, que sea una mala película. O que no me gustara. Pero, sinceramente, si no fuera porque estamos en lo más hondo de una crisis devastadora que, sin embargo, aún no ha tocado fondo; creo que “Lo imposible” no estaría siendo el fenómeno que es.

La película, que cuenta las vicisitudes de una familia española en la Tailandia arrasada por el tsunami de la Navidad de 2004, sitúa al espectador frente a una pesadilla mucho más espantosa que la provocada por el paro, la crisis y los activos tóxicos. Una tragedia devastadora que segó la vida de 200.000 personas que se encontraban en un lugar muy parecido al paraíso terrenal.

Una pesadilla que llega de improviso. Sin avisar. Como una maldición bíblica que lo arrasa todo a su paso; una ola gigante proveniente del interior del océano convierte en peleles a las miles y miles de personas que encuentra a su paso, arrastrando tras de sí no solo a sus cuerpos desmadejados e indefensos, sino también a los árboles, barcos, coches y cualquier cosa que no estuviera bien anclada en el suelo, por grande que pudiera parecer.

Ni que decir tiene que las secuencias del tsunami son espectaculares y que solo los quince o veinte minutos en que el agua desatada tiene el protagonismo ya hacen que merezca la pena pasar por taquilla. Para ver la película en una buena pantalla, claro. Una de esas pantallas gigantes que dan al cine espectáculo todo su sentido.

Porque el resto de la historia, la verdad, no raya a la misma altura. Superación, capacidad de aguante, resistencia, solidaridad, fuerza, coraje y ganas de vivir. Mensajes positivistas que llaman a la no rendición, a seguir luchando aun en las peores situaciones, por mucho que la lógica invite a abandonar.

Autoayuda a raudales y cantidad de secuencias muy apropiadas para la sección de psicología de los suplementos dominicales de los periódicos. Y, por supuesto, momentos lacrimógenos tan previsibles como inevitables.

Pero, por encima de que “Lo imposible” me haya gustado más o menos, sí estoy feliz por el hecho de que una película española esté arrasando y sea la comidilla en todas las charlas y tertulias del momento. Una película producida por gente de aquí, que apostó por un proyecto grande, multinacional, rodado en inglés, orientado a un mercado mundial, protagonizado por estrellas del calibre de Naomi Watts o Ewan McGregor y dirigido por un director español joven, pero sobradamente preparado: Juan Antonio Bayona. Un marketing excelente, una programación en festivales fabulosa… todo lo que rodea a “Lo imposible” muestra talento, inteligencia y gusto por las cosas bien hechas.

Cuando el gobierno del PP ha mandado un misil de largo alcance y brutal potencia destructiva contra la cultura española, el cine responde tomando la cartelera con películas como “Lo imposible”, la maravillosa “Blancanieves” de la que hablábamos hace unos días y la no menos estupenda “El artista y la modelo”, de la que no tardaremos en hablar, pero que debes ver, mejor antes que después.

Y tampoco tardaremos en hablar sobre el absurdo e irracional sistema de exhibición vigente en España y una política de precios que resulta tan vergonzante como abstrusa e irracional. Pero será otro día. Ahora nos quedamos con el devastador paso de “Lo imposible” por las pantallas españolas.

Un ejemplo de que otro cine también es posible. En España. Aquí y ahora.

Jesús imposibilitado Lens

PD.- De mareos, lipotimias, angustias y desmayos varios… ¡Paparruchas! Nada de nada. Sandeces que se inventan algunos listillos para darse pisto. Ni caso.

Ahora, a ver los anteriores 29 de octubre: 2008, 2009, 2010 y 2011

CONOCERÁS AL HOMBRE DE TUS SUEÑOS

Reconozco que, para escribir el título de esta reseña, he tenido que consultar la cartelera del periódico. Y es que ayer, al pedir la entrada, le tuve que decir al siempre amable y sonriente taquillero de Multicines Centro:

– Una para la película de Woody Allen.

¡Qué difícil es, hoy en día, que el nombre de un autor, un cineasta o un artista arrastren a grandes multitudes a disfrutar de su obra, sólo por ser de quién es! Conseguir esa personalísima marca de fábrica debería ser el objetivo de cualquier artista con algo que decir, con ideas, con voz propia. Y cuando hablamos de personalidad, ideas y voz propia, el paradigma es Woody Allen, un tipo que lleva tres décadas filmando una película por año, sí o también.

Al comentar la película, le decía a una amiga que “Conocerás al hombre de tus sueños” toca varios de los temas sobre los que habíamos estado conversando últimamente. Puede parecer una cuestión baladí -pero no lo es- que una película hable de esos temas que nos interesan al común de los mortales. Y, sobre todo, que lo haga conectando con el espectador, de una forma ágil, divertida y naturalista, sin enfangarse en grandes rollos pseudo-trascendentales que aburren más que la negociación de los Presupuestos Generales del Estado.

Allen ha llegado a un punto de madurez y genialidad tan grandes que, a través de las historias más aparentemente intrascendentes, pone el dedo en la llaga de lo que nos pasa. De lo que nos pasa a ti, a mí y al vecino del tercero. Al amigo del bar, a su mujer y al jefe de ésta. Porque, aunque nos creamos únicos e irrepetibles, todos seguimos unos patrones de comportamiento muy parecidos, una forma de hacer las cosas que centenares, miles de personas han repetido anteriormente y, en el futuro, seguirán repitiendo.

A través de un reparto coral, cuyas interpretaciones han sido masacradas por un doblaje infecto, Allen nos habla del pavor por el paso del tiempo, del terror al tempus fugit, del horror a hacernos mayores y envejecer. Del miedo a ver cómo la vida se nos escapa, cómo desperdiciamos las oportunidades, cómo dejamos de hacer todo lo que hemos querido hacer y nunca nos atrevimos.

Por eso, un caballero de la tercera edad se convierte en vigoréxico y se monta un pisito de soltero, un cuarentón espía a su vecina por la ventana y una profesional liberal se enamora de su jefe.

Intentando beberse la vida hasta el último sorbo, cada uno de los protagonistas irá tomando determinadas decisiones que, en un final de película absolutamente colosal, abierto e indeterminado, nos demuestra que el Ruido y la Furia shakesperianos, efectivamente, no son para tanto y que son los ilusos, soñadores y locos infantiloides los que aciertan en sus decisiones. ¿O no?

Valoración: 8

Lo mejor: el final. Un final que, amargando como una medicina, te deja una enorme sonrisa en el rostro.

Lo peor: el patético doblaje. Con ejemplos como ésta, cada vez dan más ganas de no ir al cine y esperar en casa al pase de las películas por televisión, DVD, streaming o lo que sea.