¡Fuera!

(Notas espontáneas, del tirón y sin repasar. Disculpen los errores y las erratas, pero no quiero que pierdan la frescura con que fueron escritas)

Esta mañana no podía entrar en este mi Blog. Por cuestiones técnicas, llevaba fuera de servicio desde la madrugada.

Me sentía raro, extraño, no pudiendo entrar en él. Como cuando te olvidas las llaves de tu casa y te ves en la puerta, impotente, expulsado de ti mismo.

Es en momentos como ése cuando aprecias la importancia que ha adquirido algo tan poco real, tan virtual, tan etéreo, tan extraño, tan raro, a nada que lo pensemos.

Anoche me acosté temprano así que hoy madrugué. No me extraña, con la que estaba cayendo. Relámpagos, truenos y una manta de agua que se podía cortar con un cuchillo. Subí la persiana, corrí el panel japonés que tengo en mi dormitorio, a modo de cortina, y volví a la cama, a ver llover. A escuchar la tormenta. A leer “El hombre que amaba a los perros”. Volví al lecho para soñar despierto. Para dormir entre planes, deseos, añoranzas, melancolías y todos esos flashes que el cerebro produce cuando estás entre la vigilia y la duermevela.

Quería escribir de todo ello, pero no tenía a acceso a este “Pateando el mundo”. Están el Twitter y el Facebook, claro. Pero no es lo mismo.

Me levanté y, a las 9.25 estaba en la peluquería. Diluviaba. La lluvia como tema de conversación. La lluvia como espectáculo, después, desayunando, todos mirando llover desde las cristaleras, que retumbaban con cada trueno, mientras la luz amagaba con irse tras cada relámpago.

Volví a casa, pero seguía fuera, expulsado de mi propio mundo. Leía la nueva tragedia que ha matado a varios inmigrantes, tragados por las aguas del Mediterráneo. ¿Qué mas decir sobre ese pozo sin fondo al que llamamos “el drama de la inmigración”? ¿Qué más palabras usar? ¿Qué imágenes buscar?

La mañana seguía avanzando. Vimos a los Lakers perder, de nuevo. ¡Vaya racha, entre el Real Madrid y los angelinos! ¿Se puede compatibilizar el drama de la inmigración con ver baloncesto? Leemos a Sami Nair, en El País, siempre esencial. Hablando sobre el tema, precisamente. Y a Emma Bonino y Javier Solana.

Otros amigos blogueros sí tienen las puertas abiertas de sus moradas virtuales. Y nos permiten entrar en ellas, refugiarnos de la tormenta, mientras encontramos las llaves de nuestra casa. Rigoletto, por ejemplo.

Leemos más. Leemos a Vila Matas y a Muñoz Molina. Cada uno de sus artículos es necesario. Imprescindible. No sólo por lo que cuentan, sino por la cantidad de pistas que ponen en nuestro camino, para descubrir nuevos autores, libros, cineastas, artistas, museos, cuadros y exposiciones. De lo nuevo de Herzog (yo de mayor, quiero ser él) a un tal Schwob: “Malas lenguas comentaban que era un hombre muy móvil, pues se le veía por un instante de una forma, peo en seguida pasaba a ser distinto, visible y diferente desde otro ángulo y otro lado, y así iba moviéndose sin parar, hasta que doblaba cualquier esquina”.

Herzog y su némesis/alter ego, Klaus Kinski

Lo anoto. Junto a la reseña de “La vida en espiral”, la nueva novela negra del senegalés Abasse Ndione, cuya anterior «Ramata» tanto nos gustó, aunque al final se le fuera la pinza. Senegal… ¡menos mal que nos queda el Senegal! Antes era una anécdota, ese comentario. Ahora es una afirmación, cargada de sentido, lógica y necesidad. ¡Menos mal!

En cualquier otra ocasión, no habría hablado de nada de esto. Hubiese mandado esos artículos a personas concretas y determinadas, por e-mail, sabiendo que les gustaría y les interesaría. Igual que das los buenos días, de forma genérica, a todo el mundo, pero de forma sentida y especial, de forma privada, a quiénes más te apetece y deseas.

Al volver de la calle, se me ocurrió la idea para uno de esos cuentos recurrentes que tanto nos gustan: las adaptaciones del clásico de Monterroso a nuestra vida cotidiana. Pero no lo podía bloguear. ¡Porque estaba fuera!

El cuento sería algo así como:

“Cuando subió en el ascensor, su olor todavía estaba allí”.

¿De qué sirve, escribir, si nadie te va a leer?

Y me acordé de otro recortico que tenía en el despacho, y que encontré la otra tarde, cuando hacía limpieza de papeles y trataba de poner un poco de orden en el caos que me rodea.

Era de Tolstoi. Y decía: “Escribir no es difícil, lo difícil es no escribir”. ¡Y tanto! Tantas veces cogía el móvil, para escribir, un SMS, un e-mail, cuantas lo soltaba y lo apartaba de mí. Porque lo difícil, efectivamente, es no escribir.

Voy a la nevera. Me gusta el agua fresca. Pero tengo una botella, ya vieja, cuya agua sabe a plástico. ¡Qué asco! No hay nada más repugnante que el agua mala. O sí. Peor es no tener agua que beber, claro. Pero eso, ni se nos plantea. Vacío y tiro la botella. No es problema.

Tengo ganas de escribir. Tengo dos cuentos, en la cabeza. Y aún no he tenido tiempo ni oportunidad de sentarme, con calma, con ganas, a escribirlos.

Pero hay que correr. Y, esta tarde, hay que ir a la Feria del Libro. Que viene nuestro querido Alfonso Mateo Sagasta, a presentar su excepcional “Caminarás con el sol”. ¡Hay que estar con él! Con sumo gusto.

Me llama un amigo por teléfono. Sé que piensa que estoy dolido por un tema. Y hace lo imposible por transmitir confianza, serenidad y buen rollo. Por tender puentes. Él no sabe que no me hace falta, pero se lo agradezco igualmente.

Cuento todo esto porque, por unas horas, no lo podía contar. Si hubiera podido hacerlo, si no hubiera estado fuera, expulsado de mi propia dimensión virtual, ¡todo esto que os habríais ahorrado!

Seguramente sí habría compartido una pregunta. Aunque seguramente no habría sido hoy:

– ¿Dónde estáis, vosotras?

Pero ahora todo está bien. Podemos entrar, nuevo. ¡Estamos dentro!

Y la vida sigue…

Jesús surrealista Lens.

NI UNA COSA, NI LA OTRA

Columna de LUIS GARCÍA MONTERO, hoy, en El País. ¿Qué les parece?

 

Como en Granada suelen ocurrir tantas cosas inauditas y la ciudad pone un raro empeño en despreciar lo mejor de su patrimonio intelectual, resultan frecuentes las opiniones sobre la maldición cainita. Cada vez que salta a la prensa un disparate, recibo numerosas cartas y correos electrónicos de solidaridad, comentando la hiriente capacidad de los granadinos para disparar contra sus hermanos. Pues no, no creo que esto sea verdad. Antonio Machado sentenció con razón que el crimen de García Lorca fue en Granada, en su Granada. Pero nadie puede afirmar que lo cometieran granadinos. Muchos de los responsables militares de la muerte del poeta habían nacido fuera. Por ejemplo, en Málaga. Es injusto cargar con el instinto de criminalidad al habitante medio granadino. El comandante Valdés no representa el estado anímico de la ciudad.

Otras veces ocurre exactamente lo contrario. Te presentan como poeta granadino en Buenos Aires o en Budapest, y en seguida aparece la voz agradable que alaba la vena artística de la ciudad, la fuente inagotable de su genio representado por autores como García Lorca o Luis Rosales. Y la verdad es que tampoco, ni una cosa, ni la otra. García Lorca y Rosales no representan el carácter de la ciudad, son casos extraños de poetas excepcionales. Granada no es una tierra de verdugos, pero tampoco de genios. Los artistas de primera calidad no brotan aquí como setas.

Lo que más abunda en la ciudad, lo que mejor define su condición, es la medianía asustadiza que mira hacia otro lado cuando surgen problemas. Estoy convencido de que el periodista e historiador Melchor Fernández Almagro, Melchorito en la intimidad de la familia García Lorca, no hubiera nunca disparado contra Federico. Debió sentir mucho su muerte. Ocurre que un día empezaron las ejecuciones, y él prefirió mirar hacia otro lado para no comprometerse. Ya puesto en situación, deseando congraciarse con el dictador, tuvo la necesidad de escribir sobre los crímenes que los rojos habían cometido en Granada. Isabel García Lorca contó en sus memorias que, acabada la guerra, Melchorito visitó el domicilio de los Lorca. Conchita, hermana de Federico y viuda del alcalde socialista Manuel Fernández Montesinos, le afeó su poca vergüenza al pisar la casa después de lo que había escrito. Fernández Almagro se desmayó, hubo que reanimarlo. Doña Vicenta Lorca se quejaba en medio de la situación: «¡cómo se ha portado de mal, y encima tenemos nosotros que consolarlo!».

El novelista Francisco Ayala vino al mundo en el mismo edificio que ocupaba la familia de Fernández Almagro. Melchorito habla en sus memorias de la elegancia de la madre de Ayala y de la generosidad con la que le prestaba algunos libros. En la suyas, cuenta Francisco Ayala la actitud de tibieza y miedo que mantuvo el amigo cuando lo recibió a la vuelta de su largo exilio. Melchorito no era mala persona, lo había ayudado en sus primeros pasos como escritor. Pero después se cruzó la guerra, el miedo, y dejó claro, ya en los años 60, que no estaba cómodo junto a un exiliado, porque se sentía comprometido. Ayala lo define con un término muy expresivo. Era un cagón.

Melchorito representa bien el estado actual de la conciencia granadina. Más que en los verdugos o en los genio, hay que pensar en los cagones, en los que prefieren mirar a otro lado cuando una rata pretende convertir a la ciudad y a sus instituciones en una alcantarilla. No conviene exagerar, los granadinos no somos cainitas, ni recibimos al nacer un certificado de divinidad estética o intelectual. Ni una cosa, ni la otra. Más bien abunda la descomposición de vientre, el mirar a otro lado. Y eso es lo que deteriora el tejido de la ciudad, el ánimo de su ciudadanía. Nadie se compromete, y así nos va. Todos contentos en tercera división.

PD.- Ayer hablábamos del Centro José Guerrero en IDEAL. Hoy lo hace Muñoz Molina en El País, en este artículo. Repito… ¿qué les parece?