EL VALOR DE LA LITERATURA

En la columna de hoy viernes en IDEAL defendemos que la vida y los libros pueden ir de la mano. Y que la literatura puede venir revestida de grandes dosis de valor… a ver qué pensáis.Hay muchas veces en que los columnistas de opinión estamos obligados a posicionarnos acerca de según qué temas. Aunque sea difícil decir nada original. Aunque exista una unanimidad ensordecedora. Por ejemplo, cuando te plantas frente a un quiosco de prensa y lees los titulares de todos los periódicos, una vez levantado el secreto de sumario del caso Gürtel. Pobre Arenas. Nunca lo tuvo tan cerca y, sin embargo, visto la que han montado sus compadres allá donde han gobernado, no le resultará fácil descabalgar al PSOE de su cansina mayoría andaluza.

Y, de entre todos los temas que nos atañen a los españoles, hay uno, el del terrorismo etarra, que siempre está ahí. Latente. Emboscado. Un tema espinoso y complejo en el que, para unos pocos, los etarras son miembros de un inverosímil brazo armado del Movimiento de Liberación Vasco mientras que para otros, cada vez más, afortunadamente, no es sino una banda de mafiosos que llevan toda la vida sin pegar un palo al agua, viviendo del cuento nacionalista para no tener que trabajar honradamente, como cualquier hijo de vecino.

Pero escribir ETA da miedo. Mucho miedo. Por eso, encontrar libros como «El zulo de los elegidos» te reconcilia con el valor de la mejor literatura. Valor, en un doble sentido. Valiosa. Porque Manuel Villar es un escritor de raza, dotado de una prosa poderosa, rica, sugestiva y evocadora.

Y valerosa. Porque en «El zulo de los elegidos», el escritor soriano afincado en Granada desde hace muchos años, nos cuenta la historia de un secuestro protagonizado por ETA, desde el punto de vista del secuestrado, encerrado en un diminuto zulo en el que Santitos Rivera tendrá que acostumbrarse a sobrevivir. Y, en la medida de lo posible, a vivir.

Impresiona la frase del Nóbel J.K. Coetzee: «Los terroristas están dispuestos a matar todos los días y, si siguen viviendo en sociedad, es con la sola idea de destruirla». Brutal. Demoledora. Clarividente. Y emocionan las palabras de Manolo, cuando dice que, aún partiendo de hechos imaginarios, lo que cuenta «también son hechos reales, de un secuestro colectivo que han sufrido muchos españoles, y nadie, por tanto, debería sentirse excluido de lo que aquí se cuenta. A todos, culpables e inocentes, dedico la novela con la esperanza de que esta tragedia brutal, enfermiza y sinsentido finalice».

Hoy tenemos que felicitarnos por encontrar novelas de tanto valor como «El zulo de los elegidos» en medio de la inanidad de un mercado editorial tantas veces clónico, adocenado, conservador, timorato y aburrido. Es un orgullo contar con escritores como Manuel Villar, cuyo saber enciclopédico y su curiosidad sin límites lo mismo nos permiten descubrir un África ignota y misteriosa que adentrarnos en tórridas historias de amor, fascinación y destrucción o, como en este caso, nos ayudan a comprender una de las grandes tragedias de nuestro tiempo.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

LAS MUJERES MÁS BELLAS DEL MUNDO

Dejo este estupendo artículo de Manuel Villar Raso, publicado el sábado en la sección de Opinión de IDEAL, que complementa a la perfección mi columna del pasado viernes «La mirada de África».        

 

A las mujeres más bellas del mundo las he visto en Dákar y a las orillas del río Níger, en Ségou, una de las ciudades más míseras del planeta, pero también en la exposición que hay montada en la sala de CajaGRANADA en Puerta Real, donde todavía tienen unos días para verla.

En ella, Alicia Núñez ha realizado la mejor exposición que se haya hecho tal vez  en Granada sobre África, o que yo al menos haya visto, a pesar de participar en numerosos viajes por ese continente y colaborar en el montaje de varias exposiciones con nuestra Universidad. Son una cincuentena larga de fotos (casi siempre mujeres), con la piel al desnudo y sin vestidos ni pantalones ni chaquetas, porque si  llevan alguna ropa encima parece rota a jirones. Tampoco llevan zapatos, creo, pero lo que deslumbra al espectador es la luz de sus ojos, a los que uno no se les puede enfrentar sin responder y sin quedar deslumbrado. Hay en ellas grandeza y mucha miseria. Es cierto que la miseria  ya está instalada en nuestras ciudades y en nuestras calles; pero, a diferencia de los ojos de nuestros pobres, la luz que emanan los rostros de Alicia seduce, encogen el ánimo y hacen sangrar. Son rostros que no ven, como animales sin ojos, pero que trenzan historias, convertidas en enfermedades, ya que África, como el barrio Mumbai de la película, Slumdog Millionaire, es la cuneta de la miseria.

En cierta ocasión, intenté escribir una novela sobre las mujeres que había visto en mis correrías africanas y la dejé a medio acabar; en parte porque  me daba la impresión de que sus vidas me parecían tan inverosímiles que no podría describirlas tal como eran y, en parte, porque yo no era como ellas y no podría hacerlo. Los músculos de los dedos se me agarrotaban. Quería presentarlas como lo ha hecho Alicia, sin especular, sin opinar, sin filosofar sobre sus vidas y de una manera pulcra y sencilla, como hacen siempre los grandes escritores, Hemingway o mi admirado Kapucinski y, al no poder hacerlo, la dejé. Alicia en cambio, sin recurrir a rellenos de paisajes ni a escenarios grandilocuentes y, centrándose tan sólo en sus ojos, hace todo esto de una manera precisa y con tal naturalidad que me fui de la exposición con la cabeza gacha y no sé todavía cómo me atrevo a escribir sobre ella.

El África de Alicia es tan fantástica que, creo, debería trabajar para las mejores revistas de fotografía de París o Nueva York y, de ahí, que les anime a  que no se la pierdan si quieren saber lo que es una fotógrafa de verdad y lo que es África, un continente grandioso, un océano inmenso, un planeta aparte, con la mayor explosión de belleza y luz, que ella saca de una sencilla cámara, con la que se adentra en el fondo perturbador de unos ojos africanos, en sus rostros y rasgos físicos, como si no formaran parte de un mundo que es el nuestro; pero que es real. Nunca me ha entusiasmado la fotografía, pero creo que el arte es contar cómo te sientes y así es cómo ha trabajado Alicia en África, dejándonos  a solas y en silencio con sus personajes, en una dimensión que no es la nuestra y entusiasma; porque se trata de una artista maravillosa, de una depredadora visceral que, con tan sólo la herramienta de su cámara, nos habla de calamidades naturales, de gentes que no tienen hospitales, ni nada que ver con nosotros, con el mundo en general, como si su vida no tuviera sentido o no hubiera vida para ellos. Por unas cosas  o por otras, Alicia Núñez crea unos personajes, que no pertenecen al mundo en el que nos hallamos, bien porque  su existencia sea fantasmal o porque en él no haya vida para ellos y sí para nosotros.

Nos miran de frente, buscan nuestros ojos y nos obligan a mirarlos,  pidiendo que les demos paso como diciéndonos que están vivos y son  reales, como pidiéndonos que los redimamos del hambre, de la sed, del sarampión, de los piojos, de la sífilis, de la poliomielitis, y les ayudemos a escapar de la condición infernal en la que viven, pero sin echarles en cara el estar vivos y en nuestro mundo. Y todo ello contado con sencillez, de forma  precisa y de una manera sencilla e, irónicamente, sin ambiciones formales, pero invitándonos a participar en verdades complejas, que dicen mucho sobre nosotros mismos y sobre el mérito de una autora tan sensible a la condición humana. Vean la exposición y luego compren su pulcro catálogo y completarán un recuerdo imborrable.

GRANÁFRICA

A ver qué les parece la columna de hoy de IDEAL, que toma un distanciamiento con la actualidad… ¿o no?

 

En la presentación del libro «Tombuctú. El reino de los renegados andaluces», Antonio Claret se refirió a la abismal separación que suponen los catorce kilómetros del Estrecho de Gibraltar. Una insalvable brecha no sólo económica, sino también social y cultural, de forma que lo que ocurre al otro lado del Mediterráneo, a los europeos, nos interesa poco o más bien nada.

 

Pero esto no siempre fue así. Como el libro de Antonio Llaguno se encarga de demostrar, hubo un tiempo en que la relación de España con Marruecos y los reinos del sur del Sahara fue fluida y abundante. Sobre todo, por razones geográficas, los andaluces jugaron un papel determinante en tierras africanas: «A pesar de las vicisitudes por las que pasó, la estructura política-administrativa creada por los hispano-marroquíes en la curva del Níger en 1591 pervivió casi dos siglos y medio y significó, entre otras cosas, la presencia duradera de las dos riberas del Mediterráneo en ese rincón del África Negra.»

 

«Tombuctú. El reino de los renegados andaluces» cuenta la historia de un almeriense, Yuder Pachá, que protagonizó una apasionante aventura en el corazón del continente negro, conquistando todo un Imperio. Y el mismo Antonio Llaguno publicó en la editorial Almuzara otro libro con una temática parecida: «La conquista de Tombuctú». Libros hermosamente editados, con el mimo y el cariño del trabajo artesanal bien hecho.

 

No es casual que, al frente de Almuzara, se encuentre Manuel Pimentel, una de esas personalidades arrolladoras que no tienen empacho en presentar su dimisión como Ministro de Trabajo cuando no le gusta lo que ve, para lanzarse a una de las aventuras más osadas que pueda haber: convertirse en editor independiente y, en muy poco tiempo, levantar una de las editoriales más señeras, activas e interesantes de nuestro país.

 

Una editorial que publica libros de éxito, como «Entre limones» de Chris Stewart, pero que también está haciendo un ímprobo esfuerzo por recuperar la memoria histórica de la presencia andaluza en África, siempre ensombrecida por la especial vinculación de nuestro país con el continente americano. El propio Pimentel ya escribió «Los otros españoles. Los manuscritos de Tombuctú: andalusíes en el Níger», a cuatro manos, con el maliense Ismael Diadie Haidara y ahora acaba de publicar una apasionante novela, «El arquitecto de Tombuctú», en que cuenta la intensa vida de un granadino universal: el poeta, arquitecto y viajero Es Saheli.

 

Además, la editorial granadina Almed va a recopilar próximamente todo el ciclo africano del novelista Manuel Villar Raso, auténtico precursor de esta recuperación del legado andaluz en África con la lejana publicación de un libro capital: «Las Españas perdidas».  

 

A través de esta encomiable labor, escritores, investigadores y editores están contribuyendo a acortar la brecha cultural que nos separa de un África que, de forma incomprensible y paradójica, estaba mucho más cerca de nosotros cuando los viajes se hacían en camello y duraban varias semanas.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.