El infierno ¿son los otros?

Ayer fue un día dedicado al análisis y a la reflexión en torno al 26-J. Debería haber sido, también, una jornada de autocrítica. Pero eso no se estila por estos lares, de forma que la mayoría de los comentarios progresistas que podíamos escuchar y leer oscilaban entre la estupefacción y el menosprecio a los otros, esos otros que, ignorantes y descerebrados, vagos y acomodaticios; no han votado lo mismo que ellos. Porque ellos, por supuesto, tienen la razón.

El infierno son los otros Pacma

¿Y los otros? Los otros son el infierno de Sartre. Los otros son los que votan a los azules o a los naranjas. Los otros son los que votan en blanco. Los otros, en fin, podrían ser hasta los 184.000 votantes que apoyaron a PACMA, en vez de hacerlo al hipotético gobierno del cambio.

Lo fácil, a la hora de analizar los resultados del 26-J, es echarse las manos a la cabeza y despotricar contra los demás. Por ejemplo, contra los abstencionistas. Que han sido muchos menos de lo que parecía. Al final, un 30%. ¡Analicen por qué no son capaces de llevarles a las urnas, en vez de tacharles de poco comprometidos! ¿Y qué me dicen de los 225.000 votos nulos? ¿Y de los 178.000 votos en blanco?

El infierno son los otros Manos cabeza

Y luego están los tópicos, tan dañinos. Porque favorecen que la gente se eche a dormir. ¿Quién se iba a imaginar que el PP ganaría en Andalucía, el feudo de una Susana Díaz convertida en una de las grandes perdedoras del domingo? ¿Se fiaron demasiado, los socialistas granadinos, del efecto arrastre de Paco Cuenca y de la Operación Nazarí?

Y luego está, por supuesto, el fiasco protagonizado por un Pablo Iglesias que, tan aficionado como es a “Juego de Tronos”, debería repasar cómo terminaba “La Boda Roja”. Y es que no creo que la HBO le admitiera como guionista, a la vista de un tactismo erróneo y fallido y de una estrategia más basada en la autocomplacencia y en el “cuanto peor, mejor” que en la capacidad de generar ilusión en la gente.

El infierno son los otros La boda roja

Pero la culpa nunca es nuestra. Es de los otros. Que no nos entienden. Que son unos ignorantes. Y unos vagos. Por eso, cada vez que oía lo de “¿Cómo es posible que…?” me acordaba de Hemingway: “Nunca preguntes por quién doblan las campanas, doblan por ti”.

Jesús Lens

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