TODOS SOMOS MAGOMIGUE

La columna de hoy de IDEAL es la que tenía que ser. Porque no es que (sólo) hablemos de magia, cultura y artes escénicas. Qué también. Es que hablamos del modelo de ciudad que queremos. Y en el que insistimos. Como decíamos AQUÍ.

¿Hay ocasiones en que vuelves a ser un niño? ¿Sigues teniendo ilusión? ¿Sientes la magia de la vida, fluyendo por tus venas? ¿Te queda un hálito de romanticismo, un poso de ingenuidad, un rapto de irredento optimismo? Entonces tú también eres (un poco) MagoMigue.

El pasado fin de semana se celebró la novena edición del festival de magia Hocus Pocus y, como viene siendo habitual, todos los espectáculos se saldaron con llenazos absolutos. Estos días, en Granada, una de las frases más escuchadas era: “- No te sobrará alguna entrada para la Magia ¿verdad?” Pero no. Nadie tiene entradas de sobra para cualquiera de los muchos y variados espectáculos del “Hocus Pocus”. Porque las entradas vuelan, nada más ponerse a la venta.

Desde que MagoMigue me descubrió el mundo de la magia, en el que nunca había creído, me estoy convirtiendo en adicto a una de las artes escénicas más completas y más complejas que existen. Porque la inmensa habilidad de los magos no es sino la punta del iceberg de montajes que van mucho más allá de una sucesión de ingeniosos trucos concatenados. Tomando como ejemplo el recién estrenado “AluCine” del propio Miguel Puga, el espectáculo no sólo requiere de un guión para enganchar, divertir y entretener a los espectadores durante dos horas y cuarto de duración sino que además exige atrezzo, vestuario, imágenes, música, proyecciones y un largo etcétera que implica una enorme inversión de talento, esfuerzo y recursos económicos y técnicos.

En el caso de AluCine, MagoMigue nos cuenta la historia del director George Méliès, un revolucionario mago de primeros del siglo XX que se interesó por el recién nacido cinematógrafo con el fin de incorporarlo a su espectáculo de magia y que, sin distinguir entre uno y otro arte, inventó los efectos especiales y los impulsó hasta el infinito y más allá. Porque “si los hermanos Lumiere inventaron la pluma, Méliès creó la poesía del cine”. Y MagoMigue consigue recrearla en un espectáculo tan brillante como hipnótico, anticipándose en muchos meses a la que será una de las próximas películas de Martin Scorsese.

En 2011, Hocus Pocus celebrará su décima edición. Este año no ha habido magos extranjeros, ni formación ni magia en la calle. Este año, la crisis se cebó con GranHada. El que viene no sólo tiene que ser apoteósico y especial, sino que, además, debería sentar las bases para la consolidación definitiva en Granada de un Festival exitoso e imprescindible, esperado por miles de espectadores ansiosos por dejarse embrujar por el misterio de la magia.

Entre todos tenemos que conseguir que Hocus Pocus forme parte del ADN granadino, tan arraigado como las tapas, Sierra Nevada, el Festival del Música y Danza o el de Jazz, referentes imprescindibles a nivel nacional e internacional.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

ARS MÁGICA

Comienza esta apasionante novela de Nerea Riesco con una cita de Paracelso que, por supuesto, mi amigo Miguel Puga, el famoso MagoMigue, conocerá y seguro que suscribiría, con alegría y alborozo:

“La magia es sabiduría, es el empleo consciente de las fuerzas espirituales para la obtención de fenómenos visibles o tangibles, reales o ilusorios, en el uso bienhechor del poder de la voluntad, del amor y de la imaginación. Es la fuerza más poderosa del espíritu humano empleada en el bien. La magia no es brujería”.

A partir de este discurso, Nerea nos conduce por un universo entre lo mítico, lo mágico y lo mitológico, a través de las tierras del norte de España que, a principios del siglo XVII, sufrían una especie de plaga o epidemia muy especiales: plaga de brujería. Y para luchar ella, para pelear de tú a tú contra las fuerzas del Maligno, la Santa Inquisición envió a uno de sus hombres más sagaces y, también, uno de los más crueles y taimados: Alonso de Salazar y Frías.

O, al menos, esa es su fama, es lo que parece…

Y, sin embargo, si hay una lección de podemos sacar de la lectura de “Ars Mágica” es que las apariencias engañan. Y mucho. Nada es lo que parece. El ojo te traiciona y la sugestión colectiva puede ser abrasadora, en el más estricto sentido de la expresión. ¿Quién no ha oído hablar de los famosos akelarres? ¿Qué se hacía en ellos? ¿Quiénes los protagonizaban? ¿Qué se pretendía con su celebración?

El culto a la Madre Tierra, Mari, que ahora está en la base de tanto credo ecologista y New Age, seguía muy vivo en la España católica del XVII, en las zonas rurales.

Las curanderas, que lo sabían todo sobre las hierbas, emplastos y cataplasmas, eran miradas con recelo por los médicos de carrera.

Y los hombres querían seguir imponiendo su machismo recalcitrante a toda costa y en todas las situaciones.

La ecuación, así planteada, es fácil de despejar: todas brujas (*) y, por tanto, ¡a la hoguera con ellas!

Y de paso, con el vecino de enfrente, cuyas tierras son mejores que las mías. O con el vecino de al lado, que me robó a la moza cuando éramos jóvenes. Terror, delación, miedo, envidia, avaricia, ignorancia… cuanto más se preocupen los hombres del demonio y sus obras, menos lo harán de cosas terrenas y mundanas, como el Gobierno, por ejemplo. U otras naderías por el estilo.

La estructura con que Nerea Riesco ha construido esta fascinante “Ars Mágica” contribuye a darle una fuerza singular a una narración prodigiosa. Fantasía y realidad, magia y ciencia, superstición y raciocinio… el haz y el envés de la existencia, conviviendo en cada capítulo. ¿Es magia lo que hace la pequeña Mayo, cuando cura una enfermedad? ¿Es brujería lo que le pasa a Íñigo, el novicio de acompaña a Salazar?

Y, sobre todo, ¿existe realmente el demonio?

Mientras leía la novela, escribí en mi Twitter que si tuviera que definir “Ars Mágica” en una sola frase, lo haría así: “Es como “El nombre de la rosa”, pero sin buena parte de lo más abstruso, pesado e infumable de “El nombre de la rosa”.

¡Ojo! La novela de Nerea tiene entidad propia y no necesita de comparación alguna para salir airosa, pero lo mejor de la novela de Eco: la relación del maestro con el discípulo y las tentaciones carnales de éste con un ser extraño que surge de la nada, están ahí, junto a la explicación racional de ciertos hechos sólo supuestamente irracionales.

Y tenemos que reivindicar, por supuesto, los exquisitos paisajes que Nerea nos describe con tanto mimo y cariño en una novela doblemente mágica, por lo que cuenta y por cómo lo cuenta. Ese norte de España tan evocador, de Logroño a San Sebastián, pasando por Fuenterrabía y, por supuesto, entrando en Zugarramurdi y sus famosas cuevas.

¿Qué fue la Inquisición? ¿Cómo actuaba y qué perseguía? ¿Quién se valía de ella y para qué?

A estas y a otras muchas preguntas da respuesta “Ars Mágica”. A través de cada una de sus páginas, la prodigiosa prosa de Nerea, su musicalidad y su cadencia te transportan a una España lejana, contradictoria y apasionante, de la que, en pleno siglo XXI, todavía formamos parte.

Porque somos parte de lo que fuimos. Y seremos parte de lo que somos. Y Nerea, con novelas como “Ars Mágica” o ESTA, “El elefante de marfil”, nos ayuda a descubrirlo.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

(*) Según una encuesta, todo lo fiable que pueden ser las encuestas, el 31% de los norteamericanos creen, hoy en día, en la existencia de brujas. El 31%. Y ya sabemos qué dados son los yanquis a la Caza de Brujas, cuando se ponen. Por no hablar del efecto contagio y rebote que cualquier sandez gringa tiene a todo lo ancho y lo largo del globo…

MÁXIMO MAGO MIGUE

La columna de hoy de IDEAL, que sale después de que, gracias a mi Amiga, anoche pudiéramos disfrutar de un fabuloso espectáculo: los Pagagnini. Si Mago Migue los conoce, fijo que flipa con ellos. Por su talento, por su irreverencia, por su buen humor y, claro, por su calidad. Pero hablemos de Magia…

 

¡Ave Mago! Los que van a reír te saludan. Bueno, los que vamos a reír y también a soñar, a emocionarnos y a disfrutar con ese torrente de sensaciones que provocan las mágicas veladas del Hocus Pocus.

 

Querido Migue, en realidad, había pensado no escribir estas líneas. De hecho, he estado resistiéndome a ello con uñas y dientes. Porque la primera vez que escribí de ti, aunque ya había tenido la suerte de conocerte, tampoco éramos muy amigos. Pero ahora sí. Y, claro, cuando uno escribe cosas buenas de sus amigos se puede entender que es puro peloteo interesado.

 

Pero cuando el viernes llegué a los aledaños del Isabel La Católica, con media hora de antelación al comienzo de la función, y ya estaba abarrotado de padres y niños, expectantes y ansiosos por ocupar su localidad en la platea, pensé que no era justo dejar de hablar de uno de los eventos culturales más importantes de esta ciudad. Evento CULTURAL, sí.

 

Porque cualquiera que el pasado domingo estuviera en un Teatro Isidoro Máiquez lleno hasta la bandera, a pesar del Barça – Madrid y de la desapacible lluvia que jarreaba, puede dar fe de que el Hocus Pocus es mágico, por supuesto. Pero la magia, además de hacerse a base de mucha ilusión y aún más trabajo, se construye a través de la imaginación, la creatividad, la poesía, la inteligencia y el talento, hasta el punto de ser una de las artes más completas que existen. La magia, como el Hocus Pocus acredita, es un espectáculo total.

 

Al salir, tomando la necesaria y reconfortante birra en el «Alegría», me comentaba mi hermano que tenía un compañero de trabajo que ejecutaba muy bien algunos trucos, pero que él mismo confesaba que le faltaban imaginación y talento para engarzarlos en una historia y conseguir que los juegos de manos se transformaran en algo más. Para hacer magia, o sea.

 

Pero lo peor de todo, querido Migue, es que tengas que dedicar buena parte de tu trabajo y esfuerzo a la alquimia más que a la magia, intentando convencer a un montón de gente cargada de prejuicios de que tu arte, vuestro arte, es mucho más que un entretenimiento para niños o un mero pasatiempo.

 

Imagino que cuando visitas a las personas que, trajeadas y encorbatadas, han de dar el «Sí quiero» a colaborar con el Festival, les llevas un buen dossier lleno de números, cifras, barras y quesitos multicolores que acreditan que cada gala del Hocus Pocus es un reventón de gente, lleno total en cada función. La pena es que muchas de esas personas no vean, en vivo y en directo, la cara de emoción de esos cientos de niños (y mayores) que exclamamos sentidos «¡¡¡Ohhhhhhhhh!!!» tras cada número. Porque, efectivamente, además de ver para creer, hay que creer para ver.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.