Mad Men, publicidad creativa

La serie sobre los publicistas de los sesenta, esa joya llamada “Mad Men”, ha iniciado una campaña de publicidad de lo más creativo: sobre la inmensidad blanca del folio sin emborronar, de la página sin mácula, solo dos detalles.

Arriba y a la izquierda, el ejecutivo que cae, símbolo de la serie.

En el extremo contrario, solo una fecha: 25 de marzo, día en que vuelve a las pantallas una de las mejores series de este siglo XXI. O, en vertical:

El resultado: que la gente hace sus intervenciones creativas y artísticas sobre el blanco. Unas más afortunadas que otras, más ingeniosas, más divertidas, más hirientes, más provocadoras…

¡Creatividad! ¿Te animas con tu loquísima interpretación?

Jesús admirativo Lens

¿Y en anteriores 8-F? 2008, 2009, 2010 y 2011.

A ver si nos vemos

Cuando nos fuimos, ya lo dijimos. Ahora, al volver, lo reiteramos. En forma de declaración de intenciones. A ver si cumplimos lo que publicamos en IDEAL, hace un par de sábados…

Hace un par de días estaba tomando un café con Juanma y, al despedirme, me crucé con Gustavo. No se conocían entre sí, aunque habían hablado por teléfono e intercambiado algunos mails. Lo mismo hasta eran amigos del Facebook, sin saberlo. El caso es que tenían un asunto pendiente por resolver. Allí delante, poniéndose cara y hablando, invirtieron la nada desdeñable cantidad de… quince segundos en arreglar la cuestión.

Vivimos en la sociedad de la información, permanentemente conectados y comunicados, veinticuatro horas on line. Intercambiamos decenas de mails, SMS, chats, tweets, anotaciones en el Muro y un larguísimo etcétera. Sin embargo, verse sigue siendo necesario, esencial e imprescindible. Encontrarse, mirarse y oírse, cara a cara. En persona. En riguroso vivo y directo. Solo que no es tan fácil. Agendas rebosantes de anotaciones y compromisos, obligatorias citas y reuniones sin fin y decenas de actividades lúdico-profesionales y deportivo-culturales transforman al tiempo en un tesoro de valor incalculable y hacen que un par de horas tumbados a la bartola en el sofá del salón de casa sean algo muy parecido al paraíso.

Pero hay que verse. Más allá de estar en contacto, que todos lo estamos, hay-que-verse. Richard Florida lo tiene claro y en su imprescindible y aquí comentada “Las ciudades creativas” demuestra cómo las personas con inclinaciones artísticas, técnicas y científicas tienden a mudarse a comunidades en que es posible compartir inquietudes, ideas, proyectos y estímulos. Presencialmente. Lo veíamos en “Mad Men”. Los publicistas se han instalado en el mismo edificio en que está la redacción de Life. Una creativa de la agencia baja en el ascensor con una de las empleadas de la famosa revista, que lleva unas fotos bajo el marchamo de “Rechazadas”. La creativa las ve, le fascinan… y la maquinaria se pone en marcha.

Por eso, en las oficinas de Google no hay despachos y la gente no sólo trabaja en plantas diáfanas, sino que se potencia al máximo el contacto y la relación entre los empleados. Por eso, las escuelas de negocios más prestigiosas lo son tanto por la calidad de los programas de estudios que ofertan y los excepcionales profesores que los imparten como por la posibilidad de hacer contactos fructíferos y duraderos entre los alumnos, facilitando después que dicha relación se prolongue en el tiempo.

Es una frase hecha. ¡A ver si nos vemos! Casi tanto como esa otra, cargada de dobles sentidos: Tenemos que hablar. Y, sin embargo, verse y hablar cara a cara, aún en los tiempos de las Redes Sociales y la máxima conectividad, es imprescindible. No se trata de renegar de las nuevas fórmulas de comunicación, sino de aquilatarlas y complementarlas. Hoy es fácil saber los unos de los otros, seguirnos la pista y conocer en qué estamos. Más o menos. Pero eso no debería ser suficiente.

Hagamos propósito de enmienda y procuremos ser más presenciales. No es fácil. Cuesta trabajo. Y tiempo. Pero los resultados profesionales, creativos y emocionales son espectaculares.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

MAD MEN

Cuando ví que el dominical de El País sacaba un especial de moda dedicado a la nueva estética retro que el arrollador éxito de «Mad men» había provocado en los Estados Unidos (y por extensión, en medio mundo) reconozco que no me sorprendió, al saber que la serie estaba basada en el mundo de la publicidad. Una serie que ha conquistado a los espectadores más exigentes y sibaritas, a los de gustos más selectos, talentosos y conocedores del medio.

 

«Mad men» es una de esas series de las que se escribe hasta el infinito en periódicos y revistas, y no sólo en la sección de televisión. Series de culto para inmensas minorías que, sin embargo, no terminan por constituir fenómenos de masas como «House» o «CSI». Porque tampoco es una serie fácil, protagonizada por uno de esos personajes turbios, complejos y contradictorios que caracterizan la nueva televisión del siglo XXI.

 

Hablar de «Mad men» es hablar de Donald Draper. Aunque hay otros personajes interesantes, como el de esa cambiante y voluble Peggy, la pieza sobre la gira la serie es el hierático, frío y talentoso cerebro creativo de la agencia de publicidad Sterling Cooper. En el primer episodio nos lo presentan como a un hiperactivo ejecutivo publicitario con una intensa vida de soltero, picoteando entre clientes y amigas, viviendo en el excitante centro de Manhattan.

 

Por eso, la sorpresa es monumental cuando, en el segundo capítulo, le vemos irse a casa. Una casa en un barrio residencial donde le espera, con la cena preparada, su deliciosa y rubia esposa y sus dos pequeñuelos, paradigma del perfecto sueño americano.

 

Lo mejor de «Mad men» no es tanto lo que muestra y lo que cuenta como lo que oculta y deja en la recámara. Lo que sugiere. Lo que apunta. Es una serie en la que los secundarios no paran de hablar, reír y enfollonar, pero cuya esencia está en los silencios de Draper.

 

Hay un capítulo en que su jefe entra al despacho y se lo encuentra sentado en un sillón, fumando, bebiendo, con la mirada perdida en el vacío; y le dice algo así como que muchas veces necesita convencerse de que no le está pagando un dineral por no hacer nada.

 

Y es que Draper vive de su genio. Y de su ingenio. Vive de su silenciosa capacidad de observación y de las conexiones neuronales que se producen en su tempestuosa materia gris. Y vive, siempre, de lanzarse al vacío, de huir hacia delante, de meterse en los berenjenales más insospechados y más inapropiados con las mujeres más inadecuadas. Draper es como uno de esos vampiros que viven de absorber la energía de todo lo que les rodea, esponja, filtro y alambique del más refinado elixir que existe: la esencia de la vida.

 

Draper es tan atractivo como repulsivo. Una de esas personalidades complejas que primero seducen para después asquear. Es tan inteligente como talentoso, pero frío como el hielo. Vengativo, duro y, sin embargo, adaptable… contempla la vida como si se desarrollara sobre un tablero de ajedrez, siempre atento a estrategias, movimientos e intereses.

 

Por eso está arrasando en los medios, objeto de análisis sociológicos y estéticos. Porque «Mad men» nos cuenta el mundo hipercompetitivo de hoy, hablándonos desde un pasado que entronca con los orígenes del marketing, auténtico motor del capitalismo contemporáneo. Habla de esos triunfadores de hierro que parecen haber hecho un pacto con el diablo y que, a cambio del éxito, renuncian a una vida plena y gozosa.

 

«Mad men» es una serie pausada, de lenta digestión, que se paladea como un buen whiskey añejo. Una de esas series que dan que pensar, que hacen reflexionar y cuyas múltiples lecturas ya la han convertido en un clásico del siglo XXI.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

PERDIDOS 5

A ver. Tengo cinco libros leídos junto a mí, pidiendo a gritos ser reseñados y comentados. Tengo no menos de ocho o diez películas sin ver, grabadas en el I Plus y un libro del que me restan por leer nada más que cincuenta páginas. Hace semanas y semanas que no voy al cine y hace una esplendorosa tarde que invita al paseo relajado. Pero aquí estoy, en casa, enganchado a «Perdidos», al comienzo de su quinta temporada, como si el tiempo no hubiera pasado.

 

¿Qué tiene esa insensata serie para provocarnos semejante adicción? Los dos primeros capítulos de la T5 son un auténtico despelote, con Ben convertido en bueno y Locke, en malo. Con la isla dando saltos espacio temporales y Sawyer luciendo pectorales. Con el proyecto Dharma que aparece y desaparece, con Desmond recibiendo mensajes del pasado a través de sus sueños, con Faraday adquiriendo protagonismo y con Hugo convertido en improbable héroe de acción.

 

Un puro caos, como lo viene siendo desde el principio. Tras haber convertido la Isla en un lugar misterioso, pero confortable; de repente, vuelve a ser terriblemente amenazante, con los protagonistas indefensos, intentando hacer fuego y sin un arma con que defenderse, con asesinas flechas incendiarias que rompen el silencio de la noche o desconocidos hombres armados que surgen de la oscuridad.

 

Dicen los productores que, en vez de tantas preguntas e interrogantes como la serie ha venido planteando hasta ahora, esta quinta temporada de «Perdidos» empezará a ofrecer respuestas.

 

¿Seguro? ¿Ustedes se lo creen? ¿Respuestas? ¿Las hay? ¿Alguien las conoce?

 

«La respuesta está ahí fuera», decían en «Expediente X».

 

Yo me quedo con una frase que la simpática madre de Hugo le espeta a su hijo cuando éste trata de explicarle, en un minuto, todo lo que les aconteció a los protagonistas desde que el avión de la Oceanic cayó en la isla: «Te creo. No te entiendo. Pero te creo.»

 

Pues eso. Que seguimos sin entender nada. Pero seguimos creyendo en JJ Abrams y en el adictivo poder de seducción de la Isla.

 

Jesús Lens, talmente Perdido.

 

PD.- Tenemos que hablar de ese otro personaje icónico de la televisión más reciente, Don Draper, gélido protagonista de la inquietante «Mad men». ¿La están siguiendo? ¿Qué les parece?