The Llorica Way of Life

Lo tengo muy escrito, pero de vez en cuando hay que recordarlo: qué herencia más pesada nos dejó Aixa, la madre de Boabdil, cuando le espetó a su hijo el famoso –y políticamente incorrecto- “Llora como mujer lo que no has sabido defender como un hombre”. (AQUÍ, por ejemplo, ya hablé de ello)

Llorica

Corría el final del siglo XV y, desde entonces, los granadinos tendemos a llorar, llorar y llorar; a lamentarnos, quejarnos y darnos golpes en el pecho por todo lo que hemos ido dejando pasar, por todo lo que hemos visto perder. Somos ampulosos, graves y tremendistas al preguntarnos: “¿cómo hemos llegado a esta situación?”, sacudiendo la cabeza de lado a lado.

Pero, y de defender lo nuestro, ¿qué? De defenderlo cuando toca, no a toro pasado. De defender las cosas cuando esa defensa puede ser efectiva y servir para algo tangible, práctico y útil.

llorica Boabdil chico

Lo que pasa es que ese ejercicio es duro y complicado. Lo primero que exige es detectar las carencias, problemas y dificultades de una situación. Después hay que analizarla y contextualizarla. Y, por fin, hay que tener la preparación, el valor, la inteligencia, la capacidad de trabajo y la voluntad para tomar decisiones y aplicarlas en la práctica. O de apoyar a quienes lo hacen. O, al menos, de no torpedearles.

Y todo ello, en un contexto cambiante en el que las mejores decisiones de hoy requieren cambios y adaptaciones para seguir siendo válidas mañana. Sí. Está muy bien echarnos las manos a la cabeza al ver lo que ha terminado por pasar. Pero, ¿estuvimos atentos a los síntomas que lo apuntaban? ¿Dijimos algo sobre ello, en su momento? ¿Escuchamos a quienes avisaban de que podía pasar? Y, sobre todo, ¿qué hicimos para revertir la situación? ¿Ofrecimos nuestra ayuda? ¿Nos preocupamos, siquiera?

Mantenerse impávidos o marear la perdiz hasta que el guiso se nos quema y, después, llorar a lágrima viva porque tenemos hambre, puede ser muy llamativo y resultar muy aparentoso, pero no soluciona nada.

llorica suspiro moro

No vamos al cine y lloramos cuando cierran los Multicines Centro. No compramos periódicos y nos lamentamos al desaparecer determinadas cabeceras. Obviamos a las tiendas de barrio y nos quejamos de que cada vez haya más bajos comerciales en alquiler. Etcétera.

Lloramos, lloramos y lloramos; criticamos, rajamos y despotricamos, pero tarde: siempre después de haber sido incapaces de defender lo nuestro.

Jesús Lens

Twitter Lens

EX-APESTADO

En realidad, me gustaría ser fumador. En serio. Como juntaletras y pegapalabras, me gustaría ser un fumador contumaz, vicioso y enganchado para, estos días, escribir alguno de esos artículos entre lo iracundo y lo nostálgico; lo desgarrador y lo hipercrítico con la entrada en vigor de la Ley Antitabaco.

Hay que reconocer que se están escribiendo piezas literarias muy atractivas, entre lo montaraz y lo libertario, sobre el hecho de fumar. Joder. Y yo aquí. Quieto parado. Sin poder decir esta boca es mía. Porque, a lo que parece, queda fatal eso de salir apoyando la Prohibición. Es como si renegáramos de Bogart, mismamente. Y de los cowboys. Y de la hombría. Y de la seducción femenina. O sea.

Estos días, a los no fumadores, nos toca jodernos, agachar la cabeza, cerrar la boca… y sonreír. Pero sonreír de forma disimulada. Sonreír sin llamar la atención cuando, por ejemplo, veamos a nuestros más cercanos amigos levantarse de la banqueta, subirse las solapas del abrigo y salir a la calle. A fumar.

No. No haremos fiestas con todo ello. Y sufriremos con vosotros, los que a las 8 am, en lo más crudo del crudo invierno, apuráis el primer café mañanero sobre la barra y le echáis arrestos para enfrentaros al frío matinal con tal de echar un pito.

De verdad. Estamos con vosotros.

Y me jode, también.

Sufriremos en nuestras carnes vuestro desánimo y vuestra zozobra, cuando no hayáis terminado de rebañar la tapa del plato y ya estéis buscando cómplices con los que compartir un poquito de humo, en el tranco de la puerta del bar.

Venga va. Entre plato y plato, esperaremos a que volváis, durante las comidas. No pasa nada por ralentizar el ritmo del almuerzo o la cena. ¡Así haremos mejor la digestión!

Pero, por favor. Una cosa. No digáis que esta Ley Antitabaco, que felizmente ha entrado en vigor hoy, os convierte en unos apestados. No tengáis ese morrazo. Porque durante cuarenta años, ¡cuarenta!, el apestado he sido yo.

Yo he sido el que ha llegado a casa, tras una noche de juerga, y ha tenido que echar la ropa a la lavadora y pasar por la ducha, antes de dormir.

Yo he sido el que tenía que sacar mi chupa apestosa de cuero a la terraza, para que se oreara.

Yo he visto cómo el humo de tu apestoso cigarro se cernía asquerosa y amenazadoramente sobre mi tostada, desayunando, por la mañana, en la cafetería.

Querido fumador, créeme: estoy contigo. Y de vez en cuando te acompañaré mientras eches un cigarrote, por no dejarte solo. Pero, por favor, ¡DEJA DE QUEJARTE DE UNA PUÑETERA VEZ!

Jesús, ex – apestado, Lens.

PD.- Y sí. Me gusta tomar cerveza. Que es un vicio muy pernicioso. Pero ni voy por ahí rociándote de vino o de salpicaduras de ron para que te apeste la ropa, te apeste el pelo y apestes tú y, en el improbable caso de que la birra provoque cirrosis, me la quedaré para mí solito y no la compartiré personalmente contigo, ni activa ni pasivamente.

Así que, en serio, querido fumador. En este duro trance, toda mi solidaridad, comprensión y apoyo. Si decides dejarlo, te aguantaremos el mal humor con la mejor de las sonrisas. Y, si engordas, nos haremos los suecos. ¡PERO DEJA DE LLORIQUEAR DE UNA VEZ!

Bogart no lo haría, tipo duro.

😀