Elysium

Sostiene el Gran Rash: “La mejor ciencia-ficción es la que no es ficción, sino lamentable realidad presente, pasada y futura”. Y, sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo con él.

O sea que, solo por eso, por ponernos de acuerdo en algo al Gran Rash y a mí, “Elysium” ya se merece todo un homenaje y nuestro más sincero y sentido reconocimiento.

 Elysium cartel

Y es que, efectivamente, lo que cuenta la última película del niño prodigio Neill Blomkamp (director, guionista y productor) no es tanto ciencia ficción cuanto una acertada descripción del asqueroso mundo en que ya vivimos.

Porque, ¿qué son esos yates que cuestan 100 millones de euros, esos resorts en islas remotas, las limusinas, los restaurantes de 5 estrellas y los hoteles de 10, los jets privados y el hospital Cedars-Sinaí; sino partes dispersas por el mundo de ese Elysium que da título a la película?

La película, lo que plantea, es un planeta tierra superpoblado, esquilmado y empobrecido del que, en un futuro no muy lejano, huirán los más ricos y pudientes, para instalarse en un precioso satélite artificial, perfectamente visible desde la Tierra, en el que los humanos serán atendidos por androides y disfrutarán de algo muy parecido a lo que debió ser el paraíso terrenal antes de que la serpiente vegetariana la liara con la manzanita de la discordia.

 Elysium pobreza

Tentador, lejano y cercano a la vez; Elysium se convierte en El Dorado para los miles de millones de habitantes de la Tierra que vegetan en la misma, en régimen de semiesclavitud, obligados a trabajar en condiciones precarias para las compañías que abastecen a Elysium, sin derechos, sin seguridad, sin acceso a una sanidad en condiciones, sin, sin, sin… Salvo los destinados a convertirse en piratas y delincuentes, claro.

¿Futuro? ¿Ciencia ficción? ¿Anticipación?

 Elysium satélite

Más bien y por desgracia, puro realismo social, capitalismo salvaje del siglo XXI en el que los derechos de los trabajadores se consideran privilegios y Estado del Bienestar es un anacronismo que ya solo cabe en los planes de estudio de las asignaturas de Historia.

Del sudafricano Neill Blomkamp ya me había gustado, y mucho, su debut tras las cámaras, la muy apreciable “Distrito 9”. Me había gustado todo el planteamiento y la imaginería de la película. Pero me cansó la parte de las persecuciones y las peleítas. Justo lo mismo que me pasa en “Elysium”, que acabé hasta el copetín de las peleítas, estiradas hasta el hartazgo. Además de que la historia de la niña le añade una carga de almíbar al argumento que, seguramente, solo era necesario para conseguir que los productores pusieran más pasta en la producción de una película que, por lo demás, resulta interesante y debería haber suscitado controversia y discusión.

 Elysium

Lo que me lleva a hacerme la siguiente pregunta: ¿no estará terminando de perder, el cine, su capacidad de alimentar debates y animar el cotarro, mediático y discutidor?

Lo hablamos.

Pero, mientras, ve a ver “Elysium” al cine, aprovechando las ofertas veraniegas.

Porque, recuerda: ¡no es lo mismo ver una película que ir al cine!

 elysium poster

En Twitter también lo podemos hablar: @Jesus_Lens

 

Un Dios salvaje

Si uno no sabe que “Un Dios salvaje”, la última película de Roman Polanski, está basada en una antigua obra de teatro de Yasmina Reza, que también firma el guión, podría pensar que esta historia, claustrofóbica y angustiosa, ha sido escrita como reacción a la pena de arresto domiciliario a la que el cineasta fue condenado en Suiza, hace unos meses.

Y es razonable pensar que dicho encierro tendrá que ver no solo con la elección del tema sino también con el tratamiento formal de toda una película cuyo metraje transcurre íntegramente dentro de un piso. Es más, la historia de desarrolla entre las cuatro paredes de un salón no excesivamente grande ni espacioso.

A veces, los protagonistas van al baño o salen al descansillo del inmueble, llegando incluso a llamar al ascensor para marcharse, pero como si se encontraran poseídos por la maldición de “El ángel exterminador”, nunca pueden terminar de marcharse de la casa, volviendo adentro, una y otra vez.

¿Quiénes son los protagonistas y qué hacen en el referido salón de ese pisito moderno, en Nueva York?

Se trata de dos parejas. Y hablan. Hablan sin parar. Sin descanso. Son dos parejas de padres que no se conocían hasta que el hijo de una de ellas agrede al de la otra. Los padres del muchacho agredido invitan a su casa a los del agresor, para hablar sobre el comportamiento de sus vástagos.

Y, a partir de ahí…

La película es desacostumbradamente corta, pero intensa. Una película sustentada en el trabajo de cuatro extraordinarios actores y en un guión preciso y afilado como un cuchillo jamonero.

Una película en la que, sin pasar nada, no dejan de pasar cosas.

Una película que acredita el valor de la palabra como vehículo para contarlo todo.

Una película angustiosa y desasosegante, que entronca con otras de su autor en las que el encierro, la claustrofobia y la opresión son temas recurrentes, como “El quimérico inquilino” o, sin ir más lejos, su ultimísima “El escritor”, directamente emparentada con esta “Un Dios salvaje”.

Una crítica feroz hacia esa corrección política que, trufada de jipi-pijismo cursi, bohemio y de diseño; tiene su punto culminante en la pota que uno de los personajes vomita sobre unos exclusivos catálogos de arte que descansan en una mesa, junto a uno tulipanes que también tendrán mucho que decir en la historia. Como los móviles, y las compañías farmaceúticas, y la cooperación internacional, y la lucha en defensa de los animales, y…

Porque el guión de Polanski y Reza está repleto de pequeños detalles, de guiños y de gestos cómplices para un espectador que en un momento dado se está riendo de la necedad de un personajes y, al instante siguiente, se verá reflejado en la estulticia de otro.

Porque “Un Dios salvaje” es una disección en crudo de esta sociedad en que vivimos. Una sociedad que, como todas las burbujas, es susceptible de explotar en cualquier momento, por la causa más nimia.

En resumen, si no la has visto aún, ¡ve a verla!

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.