Y de repente, la niebla

El reto era simple: aprovechar el puente de Andalucía -auténtico eufemismo para los autónomos- y largarme cuatro días a la playa con el único propósito de dormir, leer… y disfrutar de las maravillosas puestas de sol invernales en el Cabo Sacratif.

Cuatro días para vibrar con el vértigo y la adrenalina de las casi 1.000 páginas de “La Frontera”, el desenlace de la Trilogía del Narco de Don Winslow, uno de los monumentos literarios del siglo XXI, publicada por Harper Collins el mismo 28 de febrero.

Ayer domingo me levanté temprano y, como todos estos días, me di un paseo para comprar el periódico y desayunar en el Camping Don Cactus, uno de los clásicos de la Costa Tropical. El cielo estaba raso, el sol brillaba con fuerza y no se movía una brizna de viento. El concepto de privilegio alcanza, en días así, una dimensión diferente. La sencillez convertida en lujo asiático.

Sobre todo cuando, a mitad de camino, Daniel me advirtió que mirara al mar: había revoloteo de agua y… ¡voilá! ¡El salto de un delfín! Hizo una cabriola y volvió a sumergirse. Y así siguió un buen rato, jugueteando mientras nos brindaba un soberbio espectáculo.

Hacía meses que no bajaba a la playa. Un sinsentido, con lo cerca que la tenemos. Leí junto a la orilla del mar hasta mediodía, conjurándome con mi hermano para, nada más terminar de comer, remar unos kilómetros con la piragua.

Estábamos almorzando cuando, de repente, un espeso banco de niebla salió del mar y ocultó el sol. Era como una película de terror gótico. Aun así, nos hicimos a las aguas. Fuimos remando sin alejarnos de la orilla para no perder la referencia visual de la costa. No tardamos en llegar al cabo Sacratif. Las gaviotas gritaban a nuestro paso y los jirones de niebla cubrían las rocas. Ni el faro éramos capaces de ver.

Fue una sensación onírica y surreal. Lo mismo podíamos estar en Carchuna que bajo los acantilados de Moher, escuchando el agua batir contra la piedra. Podíamos estar en Escocia, en Cornualles o navegando por un fiordo noruego.

Un domingo cualquiera, transportados a otra dimensión gracias a la niebla… y a nuestra proverbial fantasía, faltaría más.

Jesús Lens