Omega no se acaba nunca

Cada vez que escucho el Omega me pasa una cosa maravillosa: lloro incansable, interminable e inconsolablemente. Cuando Enrique Morente se arranca con lo de cortarse la mano derecha, ya tengo los ojos empañados. Y cuando entona “se cayeron las estatuas, al abrirse la gran puerta”, la pechera de mi camiseta ya está empapada. Y eso que hablamos de la primera canción del disco… Y partiendo de ahí, en IDEAL hago un poco de strip tease sentimental…

Omega Largatija Nick

Para mí, escuchar el Omega es transitar por un caudal de emociones que me sacuden con la fuerza de un electroshock. Y ha sido viendo el maravilloso documental dirigido por José Sánchez-Montes que he conseguido racionalizar el porqué.

Omega

Omega es la última letra del alfabeto griego, el final de todo, de acuerdo con el libro del Apocalipsis. Omega. Fin de ciclo. Estación Términi. Omega, donde todo lo que soy termina confluyendo y dándose la mano.

Porque en el Omega está mi padre, el catedrático de Griego y apasionado melómano que, al abrupto final de su vida, había abrazado el flamenco, el gospel y el mestizaje musical más luminoso.

Jesús Lens Tuero

En el Omega está, por supuesto, la poesía de García Lorca. El clasicismo y la vanguardia. Y el dolor de sus tragedias. Aquellas poderosas imágenes que mi madre, profesora de lengua y literatura, tanto disfrutaba y cuya fuerza consiguió transmitir a decenas de generaciones de estudiantes.

Y está, en Omega, el encuentro y la fusión de artes y géneros, con Leonard Cohen acercándose al flamenco para ponerle música al poeta, eliminando fronteras, abriendo nuevos caminos, bajando barreras.

Omega Morente Cohen

En el Omega está, en fin, el punk rock más transgresor de Lagartija Nick, una actitud de enfrentar la música, el arte y la vida con la que yo tanto me identificaba, para pasmo de mis padres, primero; comprensivos, después. ¿Orgullosos, por fin? Quiero creer que sí. Porque Omega es el territorio mítico en el que todos habríamos terminado por coincidir, conviviendo en una compleja, contradictoria y dialogante armonía.

Gracias, José Sánchez-Montes por un documental que, contando el proceso de creación de Omega, me ha servido para entender tantas cosas. Pocas veces he salido tan conmovido de un cine. Y es que las obras maestras lo son porque parecen haber sido hechas, ex profeso, para cada uno de los espectadores, oyentes o lectores. Y Omega lo es.

Omega Largatija Nick

Una obra maestra total que, como dice Antonio Arias, no se acaba nunca…

Jesús Lens

1 Twitter Lens

Servilletero

Una columna, la de hoy de IDEAL, que tiene una clara y obvia dedicatoria…

Es una de las grandes herencias de mi padre. El servilletero. De las herencias inmateriales, quiero decir. Y hacía tiempo que no me acordaba de ella hasta que, hace unas semanas, charlando con Jesús Vigorra, se me vino a la mente.

También me lo recordó la lectura de un magistral artículo de Antonio Muñoz Molina titulado “Ese chispazo” y que comenzaba así: “De pronto hay algo donde antes no había nada”. El chispazo que provoca ese algo es, por supuesto, la inspiración. Y la inspiración, sabido es, nos encuentra en el momento y en el lugar más insospechado y, quizá, el más inconveniente.

Como en la barra de un bar, por ejemplo.

Y ahí es donde el servilletero juega un papel determinante en nuestra vida. ¿Cuántas ideas magistrales no habrán sido esbozadas, antes de ser desarrolladas y pulidas, en ese humilde cuadrado de papel casi transparente que es una servilleta? Por eso me atrevería a afirmar que en el mundo hay dos tipos de personas: el servilletero y los demás.

El servilletero, como por ejemplo mi padre, es ese tipo de gente que anota sus ideas, ocurrencias e inspiraciones en el primer papel que tiene a mano. Y que, en los bares y en los cafés, son las servilletas, por supuesto.

No hay libreta, iPhone, Blackberry o agenda que se puedan comparar a una dirección, al título de un libro o al nombre de su autor manuscrito en una servilleta. Una película que hay que encontrar, sí o también. O el título de una canción. O un pequeño y familiar restaurante de visita obligada en un hipotético viaje futuro. ¡Las ideas más grandes y los más prodigiosos descubrimientos encuentran cabida en el más humilde de los papeles!

Los artistas harán bocetos en ellas, los poetas trazarán palabras sueltas que, después, se convertirán en versos y los cuentistas anotarán lo que podría ser el prodigioso inicio de un relato o el más sorprendente de los desenlaces.

Porque, si bien es cierto que la inspiración nos puede encontrar en cualquier sitio (a mí suele asaltarme cuando voy corriendo, por ejemplo), los buenos bares y los cafés más atractivos; sus barras, mesas, sillas y banquetas parecen tener una magia especial, convirtiéndose en el mejor imán para las musas.

Las servilletas son pasaporte para la aventura, invitación a los sueños y, a la vez, un recordatorio tan fiable y efímero como nuestra propia memoria. ¡Qué sensación, encontrar entre las páginas de un libro o en el bolsillo de una chaqueta una vieja servilleta anotada! ¿Leeríamos finalmente aquel libro? ¿Cenaríamos en aquella taberna? ¿Veríamos la película o encontraríamos el disco?

En realidad, no importa. Cuando escribes algo en una servilla, ya le estás dando vida, anticipando el placer de su uso y disfrute. Porque los servilleteros tenemos una especie de síndrome de Diogénes soñador, creativo y descubridor que tratamos de atrapar y fijar en un sencillo pedacito de papel.

Jesús Lens

«¡LENS, AMIGO, ESTAMOS CONTIGO!»

Leyendo «La memoria de la transición democrática en Granada. Crónica de un sueño. 1973-1983», en su capítulo dedicado a 1976 y titulado «El año de Federico», Antonio Ramos Espejo escribe lo siguiente:

 

«La Facultad de Letras, en el Hospital Real, se convierte en un cuartel de clandestinidad, en un espacio sagrado para la oposición bajo la responsabilidad de un hombre singular: el decano Jesús Lens. En aquellos largos y espaciosos pasillos en los que se montan espectáculos musicales, con la participación de Carlos Cano, o el dúo Justo Navarro y Carlos Rosales, o Manuel Gerena, o Menese, o la presentación del libro Jondos seis, con el albañil y trovero Miguel Burgos Única, Francisco Javier Egea, J.G. Ladrón de Guevara, Rafael Guillén, José Heredia Maya y Juan de Loxa; se representa Los Palos, del grupo La Cuadra de Salvador Távora, o una exposición de Juan Vida, se muestran las nuevas tendencias de diseño de Mariano Maresca o Julio Juste, los primeros poemas de Luis García Montero, se ve desfilar a estudiantes y obreros, que corean el nombre del decano «¡Lens, amigo, estamos contigo…!»

 

Lens, gallego, catedrático de griego, es uno de los personajes que se suma a la causa con un entusiasmo y un valor extraordinarios. Cuando he querido recordar su historia -hacía unos años que lo había visto en una playa de Carchuna con su familia y rememoramos aquella etapa- me he tropezado con una noticia desagradable: hacía unos meses que había muerto, de forma repentina, en aquellas aulas en las que dejó escrito con nombre propio una página de esta Crónica. Pasado el torbellino de la clandestinidad, Lens se retira discretamente al bando de los héroes anónimos.»

 

Jesús Lens hijo, hinchado como un balón.